jueves, 8 de diciembre de 2011

Espía en Buenos Aires

Cuando una persona visita un lugar nuevo, con cultura diferente, por primera vez, es seguro que se sorprenderá de todo aquello que en su lugar de origen no puede ver. Una experiencia así es muy valiosa, porque las primeras impresiones dan un panorama único acerca del lugar que se conoce.

Sin embargo, yo no puedo dar esta clase de testimonio con respecto a la ciudad de Buenos Aires, lamentablemente. Si bien podría ponerme a citar aquellos aspectos que son distintos a los de mi estilo de vida, no los cito con sorpresa o admiración, porque ya visité esa ciudad numerosas veces, desde mi infancia. Entonces, si bien siempre se encuentran cosas nuevas, de las cosas más famosas, de lo más típico, de lo más popular, yo no me sorprendo: lo acepto como algo propio, algo que ya forma parte de mi cultura, aunque sea a ratos.

En verdad es muy interesante tener esta relación tan amistosa con una ciudad extranjera en particular, aunque no sienta esa admiración que sentiría otra persona de mi edad que no la conoce. Es una perspectiva quizá menos emocionante, pero bastante peculiar. Por este motivo, en mi último viaje, tuve una misión: encontrar lo que no conocía de Buenos Aires, visitar sitios a los que normalmente no llevarían a un turista, resaltar cualquier pequeño aspecto cultural del que no me había percatado antes.

Tal vez lo que pude rescatar no sea tan valioso para otras personas, o tan interesante. Tal vez ya conocían todo esto y piensen: «ay, ¿fuiste varias veces y nunca te diste cuenta de estas cosas?». Pero para mí, que ya estoy satisfecha de tanto Obelisco y tanta Casa Rosada, atender a los aspectos menos turísticos, iniciar una relación más estrecha con la ciudad y darme cuenta de las cosas que antes había pasado por alto son cosas invaluables, a nivel personal.

Hecha la introducción, aquí va lo que pude sacar tras un muy breve fin de semana en Buenos Aires:

Gente diversa: es normal, la población de esa ciudad es varias veces mayor a la de mi país entero, por lo cual se ve gente de todas formas, tamaños y colores. Entre esa diversidad, me fue posible apreciar algunas cosas difíciles de ver en Paraguay. Por ejemplo, los piercings, que acá son cosa mayormente de jóvenes que, ni bien consiguen trabajo se los tienen que quitar porque a sus empleadores no les gusta. Allá, sin embargo, todo el mundo tiene al menos uno en la cara. Y trabajan, inclusive en cargos de atención al público. Hay una mayor aceptación del body art, un mayor respeto hacia él. Otra cosa bastante interesante es ver gente mayor: claro, con una gastronomía basada en frituras y el calor infernal, en Paraguay la hipertensión ya no es una enfermedad, es un estilo de vida, y difícilmente se espera superar los 74 años de edad. Todos tenemos un tío, vecino, conocido, al que "le dio un patatús (infarto) a los 50 y se murió". Pero en Buenos Aires es posible ver personas que rondan los 80 años caminando por las calles, lo cual debo admitir que no es común para mí. Chicos: si bien muchas amigas mías se han interesado en la bisexualidad al deslumbrarse con la belleza de las mujeres bonaerenses, yo quiero decir que en Asunción las chicas no tienen nada que envidiar, son los hombres los que deben preocuparse. Me llamaron la atención como mucho tres mujeres, pero con los chicos es otra historia. Por todos los cielos, me enamoraba cada tres minutos. Definitivamente, se pone difícil la vida con hombres tan lindos. Chicas: me resultó muy difícil ver niñas adolescentes. Primero pensé que no existían, pero después descubrí que todas ellas se visten con intenciones de parecer mayores de veinte... y lo consiguen. Es normal en la adolescencia ese afán por crecer, aquí también se nota en las niñas, pero de manera menos exagerada: dentro de todo, las «quinceañeras» paraguayas disfrutan la edad que tienen y disfrutan demostrarla.

De modales y maneras: sí, puedo ser bastante descortés en otros lados. En el bus, cuando la gente sube, saluda al conductor con un «buen día»; te piden disculpas cuando chocan contra vos en la calle, aunque haya sido tan suavemente que ni lo sentiste; te agradecen gestos mínimos como moverte unos centímetros para dejarlos pasar sin que te lo pidan. Lo pienso y busco entenderlo: es probable que en Paraguay nos cuesta un poco expresarnos aunque sobrentendamos las disculpas o el agradecimiento... o que seamos más rudos, no sé. Hablando de modales, algo que me llamó la atención un poco es que, si bien hay bastantes papeleras en las calles, la gente no las usa para arrojar su basura. No se fíen, en Paraguay somos bastante sucios también, pero acá directamente no existen los basureros callejeros, o nos guardamos la basura hasta llegar a casa (lo que yo hago) o la tiramos en cualquier lado. Sin embargo, con tantos tachos hambrientos de papeles (porque cada treinta metros te acecha un repartidor de volantes), terminan todos en el suelo. Bastante raro para mí, pero quizás solo para mí, yo creo que no todos los paraguayos notarían esto. Otra cosa que me resultó llamativa es que un peatón cualquiera que necesite con urgencia un baño, puede sin problemas entrar en casi cualquier local, usar el sanitario y retirarse sin necesidad de comprar nada de allí. En Paraguay, yo como mucho hago eso en los grandes shoppings, en donde es más difícil que noten que entré solo por el toilette. Generalmente, los restaurantes tienen sanitarios exclusivos para sus clientes, no son baños públicos.

Oh, ¿adónde me están llevando? Ríanse de mí, mucho. Como en Paraguay todos los medios de transporte terrestre nos hacen ver la ruta que recorremos, sentí que mi percepción del espacio se distorsionaba un poco al subir a un bus, sentarme en un asiento que da la espalda al recorrido y apunta hacia la parte trasera del vehículo, que el bus arranque ¡y me lleve para atrás! Fueron solo unos segundos de sentirme perdida, pero es una experiencia pequeña que acá en casa no siento.

Calles y números. ¡Ay, qué dolor de cabeza me puede causar la precisión! Mi mente no puede procesar una idea tan simple como «calle X, número X, barrio X». Me resulta extremadamente difícil llegar a un lugar si me dan la dirección exacta, no puedo. Estoy acostumbrada a una informalidad ingente en las direcciones: si bien hay calles y números, en Paraguay nosotros explicamos las direcciones de una manera similar a esta: «andá derecho por la calle A, diez cuadras. Ahí vas a ver un supermercado. Bueno, seguí tres cuadras más y doblá a la izquierda. Ahí seguís derecho dos cuadras hasta ver un árbol de mango. Mi casa está enfrente, tiene portón azul y paredes blancas». Así, sin números ni nombres, todo es por referencias visuales... mucha informalidad, pero es lo que se estila por acá. Y ya que hablamos de calles, esto es gracioso: yo me creía una diva de las calles porque cruzo a diario una ruta internacional muy transitada, decía que era difícil de derrotar... bueno, me hicieron callar. Es que en Buenos Aires todas las calles son bastante más anchas que acá, y no solo eso, se conduce mucho más rápido. Yo seguía calculando el tiempo que le tomaría a un auto aplastarme si manejaba a la velocidad común en Paraguay, pero estaba equivocada, allá puedo morir en menos segundos.

Bond ...iola y Bond Street: la misión de mi visita. En segundo lugar, después de ver a New Order, claro está. No sé cómo, una vez terminé hablando con algún amigo argentino acerca de la comida típica. Que asado, que bife de chorizo, que empanadas... cosas sabidas de sobra. Hasta que, de repente, escucho una palabra desconocida: bondiola. Mi corazón de gordita, curioso, pregunta qué es eso. Básicamente, «carne de cerdo (no me pregunten qué parte del cuerpo), que se puede comer de muchas formas... (bla, bla, bla) ...y en la Costanera hay carritos en los que se vende en sandwiches enormes con una variedad de salsas para ponerle». Listo, había que probar eso, y en este viaje por fin pude hacerlo. Un lugar similar a las lomiterías de Paraguay, pero con bondiola y con menos creatividad en las salsas (lo siento, en eso somos superiores, lejos). ¿Y qué tal es el sandwichito? Celestial, pruébenlo si alguna vez tienen la oportunidad. Si no les convence la comida callejera, esto es algo que sí puede convencerlos: las palomas que habitan la zona son enormes, porque aprendieron de alguna manera a comer todo despojo de la comida que haya ahí: cuando me lo contaron, pensé que era una mentira, pero en verdad, comen todo (carne, pan, huevo, lechuga, TODO) y ni siquiera lo dudan. Corre una leyenda que dicen que esas palomas se adaptaron tan bien a la vida humana que un día dominarán el mundo. Otro lugar tal vez no tan turístico pero bastante interesante para alguien como yo es Bond Street, un lugar dedicado a estilos alternativos en donde hay muchas tiendas de tatuajes, piercings, accesorios poco comunes, y hasta alguna sex shop. Muy lindo lugar, del cual me llevé una experiencia fallida de colocación de piercing (nada de qué preocuparse), pero que suma en mi colección de vivencias.


Mucho concreto. Muchos argentinos me discutían, decían que en el microcentro de Asunción se pueden ver muchos árboles por todas partes, cuando a mí me parecía que en Buenos Aires había más. Finalmente, resolví el misterio. Lo que pasa es que Asunción tiene, como bien dicen, árboles por todas partes: no sé si muchos o pocos, pero esparcidos por todas partes, se pueden encontrar en cualquier lado. En cambio, en Buenos Aires el microcentro es verdaderamente gris. La gran diferencia en mi percepción son los espacios verdes. En Asunción las plazas son muy pequeñas, del tamaño de una cuadra casi todas. Pero allá las plazas tienen un tamaño considerable, y es posible entrar y ver bastante verde dentro de ellas. Por eso la confusión. Con respecto a lo gris, los edificios dan bastante sombra, porque es muy difícil encontrar algún punto de la ciudad en la que haya edificios de menos de cuatro pisos. Si bien el microcentro asunceño tiene edificios que funcionan casi en su totalidad como locales comerciales u oficinas, las edificaciones son en su mayoría coloniales, que no se pueden modificar y por lo tanto no superan los dos pisos. Y, saliendo unas cuadras de la zona más congestionada, es posible ver gente que vive en casas... o sea, casas de uno o dos pisos, con jardín, con patio, con varias habitaciones, mientras que en Buenos Aires la gente vive toda en departamentos. Es posible que por esa razón se vea mucha gente tomando sol en las plazas por la tarde, ya que no tienen rincones con pasto en el octavo piso de un edificio.


La vida dominguera. Un aspecto cultural bastante llamativo para mí es la actitud de la gente los domingos. Mientras que en Paraguay lo tenemos más como un «día de descanso» (en el cual «descanso» significa «vegetar en la casa»), allá parece ser considerado más bien como un «día recreativo». La gente parece necesitar más una salida, escapar de su casa una tarde de domingo, hacer algo para recrearse. Para tal efecto, hay muchos más sitios abiertos los domingos, preparados para recibir a la gente que sale, lo cual me gusta mucho. Acá, sin embargo, es todo muy apagado, muy muerto, no hay nada que hacer los domingos y tal vez por eso todos preferimos aburrirnos hasta rozar el suicido en nuestras casas.


Tal vez nunca termine de conocer esta ciudad, aunque ya la conozca. Pero, para un fin de semana, estuvo muy bien todo lo que pude hacer, opino yo.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Cuando se quiere salvar el mundo

En mis andanzas, he tenido la suerte de encontrarme con mucha gente que no es indiferente a las injusticias, a la corrupción, a los derechos pisoteados. Conozco personas que comparten conmigo una sensibilidad y un compromiso suficientes como para indignarnos cuando la situación sea insoportable.


Si hay algo que todos los que nos indignamos sabemos, es que no todo está en lamentarse: es necesario actuar, hacer frente a las cosas que nos indignan, trabajar por cambiar una realidad injusta. Sabemos que el mundo no es solo nuestro, sino de todos, y que todos tenemos igual derecho a disfrutar de él e igual obligación de dejarlo en buen estado para las siguientes generaciones.


Al surgir esta necesidad de enfrentar lo indignante, es marcada la diferencia entre dos, digamos, «modalidades de manejo de la indignación». Pese a que exista gente que, si bien se indigna, no actúa, mis «modalidades» se refieren a la gente que actúa a partir de su molestia. La primera es una lucha silenciosa y lenta, y la otra es una participación llamativa y agresiva.


Admito que siempre me he inclinado más por la primera de las opciones, la silenciosa y lenta. Cada vez que se me cruza una persona capaz de indignar, me tomo el tiempo de hablarle personalmente, convencerla de que negar derechos y promover una verdad absoluta es intolerable. No es nada sencillo, pero una vez que consigo empujar las murallas, quedo satisfecha y segura de que esa mente está preparada para abrir otras mentes a su paso, mientras yo seguiré haciendo lo mismo por mi parte. Educar a una persona para que esta, a su vez, eduque a otra, y así sucesivamente, es efectivo y necesario como prevención de futuras injusticias.


Pero, como decía, esa tendencia «educadora» es un proceso extremadamente lento (pese a ser seguro). Por eso, aparecen algunos opositores, los llamativos y agresivos, con argumentos como: «¿Acaso te pensás que los derechos laborales se consiguieron por andar pasando la voz?» o «La reivindicación de los derechos de la mujer es fruto de protestas y presiones». Bueno, tienen razón. Pero también la tienen los menos frontales.


Claro, que una persona en situación de discriminación se ponga a hablar directamente con quien la discrimina para intentar abrirle la mente es un poco complicado, por lo cual es necesario llamar la atención de manera un poco más rápida y que tenga mayor alcance. Pero tampoco es cuestión de que un joven participe en manifestaciones callejeras sin saber por qué está marchando.


A pesar de las diferencias entre ambos grupos de indignados, que tal vez no todos noten, o que quizás yo esté exagerando, lo cierto es que uno no puede existir sin el otro. Podría decirse que necesitamos cambiar sigilosamente a nuestros iguales y cambiar con ruido a quienes nos quieran pasar por encima. En cuestiones de indignación, es importante tener controladas ambas acciones, la de crear conciencia y la de protestar: que nadie proteste sin entender por qué lo hace, y que nadie comprenda la situación sin actuar al respecto.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Renacer de la vida urbana en el casco antiguo


Asunción es una ciudad de esqueleto colonial pero de corazón joven, que por mucho tiempo fue el único centro urbano de referencia para el país. En particular el casco antiguo. Se escuchan las historias de adultos mayores de cincuenta que cuentan cómo antes las más esperadas actividades era sentarse en los balcones o en las veredas para ver pasar los corsos o las típicas caminatas en las mañanas de sábado por la calle Palma.


En las últimas décadas, este casco antiguo ha perdido un poco de atractivo para la gente de sus alrededores. Pese a conocer las historias de la anterior vida que tenía esta zona, toda mi infancia la pasé observando cómo es un lugar prácticamente muerto fuera del horario "de oficina". Sin nada que hacer, sin ningún lugar que visitar, sin estímulos que nos lleven a dirigirnos a ese lugar.


Sin embargo, hace cuestión de meses, quizá unos pocos años, venimos presenciando una lenta revitalización del casco antiguo como centro de la vida urbana: jóvenes artistas que abren espacios para expresarse, gente que de nuevo prefiere buscar actividades en el centro, los típicos restaurantes que no dan abasto para los numerosos visitantes, los edificios emblemáticos vueltos sitios de interés histórico y turístico, sitios dedicados al arte con su pequeño pero fiel público...


Uno de los sitios en donde se puede notar la vuelta a la vida de la zona como corazón urbano de la ciudad es el Puerto de Asunción. Una vez al mes, Puerto Abierto da lugar a la Feroz Feria Guasu, en la cual, aparte de los mismos productos expuestos, hay presentaciones de diversos artistas, proyectos socioambientales, entre otras atracciones. Una gran variedad de propuestas que conduce a una mayor concurrencia de gente. Al ser la población del país en su mayoría gente joven, este evento reúne una diversidad enorme de la juventud paraguaya, además de turistas y expositores provenientes de otras zonas y gente de distintas edades. Se ven personas que tal vez no sería posible ver reunidas en otro sitio, lo cual es único. Personas de diversas procedencias, con gustos diferentes, con ideas diferentes, reunidas en un mismo lugar, expresándose y viendo a otros expresarse.



Y no es el único evento de estas características, lo sé. Se puede ver cómo hay gente reunida en el centro en otros eventos, en otros lugares, fuera del horario de mayor actividad de esa zona. Hay nuevos locales abiertos, en espera de gente que decide regresar a esta parte más vieja de la ciudad para pasar un momento inolvidable. Porque, al menos por ahora, la sensación que se tiene en esas reuniones en el centro es muy especial: se puede armar barullo, pero, a la vez, aún existe una relativa tranquilidad, la cual parece crear una atmósfera protectora, una privacidad. Todo suma para sentirse rara, pero cómoda, como en ningún otro lugar.


Y, si alguno recuerda, sobre todo aquella gente mayor que yo, que hace unos años la actividad en el centro era mucho menor, y atractiva para muy poca gente. Tal vez no notemos esto claramente, porque es un proceso lento, de los que no nos damos cuenta hasta que se acaban, pero el casco antiguo está sufriendo una gradual revitalización, de un interesante tinte artístico. Me alegra mucho poder ser testigo de la transición que promete transformar la percepción que tenía de la cultura urbana en esta ciudad tan querida, e insto a otras personas a que vayan documentando todo lo que puedan. Estoy convencida de que, en pocos años, la vida en el casco antiguo habrá cambiado tanto que nos preguntaremos cómo sucedió.

domingo, 6 de noviembre de 2011

A lo tuyo, querido

Llamó un primo hace un rato, el cual, entre otras cosas, dijo: "pero ustedes son todos multimillonarios". Lo dijo con tono bromista, pero en el fondo se notaba que quería hacer notar, dar lástima, con su supuesta miseria.

Sé que lo de "multimillonarios" es una exageración, pero el tipo se hace la idea de que acá somos gente rica. Primero, no lo somos. Segundo, trabajamos todos.

Este caso particular tengo más conocimiento de la persona, por lo que puedo decir que es uno de esos que buscan la causa de sus problemas en los demás y, si no la encuentran, buscan que la gente se compadezca de ellos o menospreciar a otros.

Porque hay gente que sí consigue las cosas mediante su esfuerzo. No soporto la gente que te dice "andamos bien, ¿eh?" sin saber que: a) no es así y b) se sale a trabajar, como todo el mundo. Que por circunstancias personales una tenga problemas menos o más graves que los de los demás, o que se sepa administrar mejor escapa de las manos de una.

Es muy difícil para nuestra sociedad simplemente aceptar que hay gente que trabajó y fue retribuida por eso. Siempre es "se la chupó al gerente" o "el dueño es su pariente". Siempre hay comentarios por el estilo cuando alguien mejora su situación económica.

Otra explicación es que acá abunda la gente que consiguió todo lo que tiene por chonguismo, pero eso no quiere decir que no sea posible tener éxito esforzándose y organizándose bien. Pero darme cuenta de todo esto me reafirma en la postura de trabajar y no meterme en quilombos. Porque no sabés qué problemas puede tener la otra persona y otra persona no puede saber qué dramas personales tenés vos. Me parece muy importante enfocarse en el trabajo propio y no andar metiendo cizaña en contra de los demás.

domingo, 16 de octubre de 2011

Identidad televisiva hispanoamericana

Primero que nada, cabe aclarar que este artículo no se trata de los programas de televisión que se producen o se prefieren en Hispanoamérica. Hecha la aclaración, comienzo.

Para arrancar, quiero dar a conocer la crítica situación que está viviendo el doblaje. Bueno, los que odiamos los doblajes creemos fervientemente que el doblaje en sí es un reflejo de la grave situación en que se encuentra la humanidad: con la animación, digamos que es un poquito más aceptable; pero cuando se trata de gente que actúa frente a cámaras es una completa desgracia y estamos de acuerdo en que nada supera al audio en idioma original con subtítulos.

Pero eso no es precisamente lo que me ocupa hoy. Al doblaje le podemos dibujar una gran línea en el medio y dividirlo en sus dos grandes modalidades: "español" (del cual poco conozco, porque se escucha en España) y "latino" (que consiste, si vamos a ser estrictos, en un castellano "neutro", comprensible para todos, y que se escucha en toda América de habla hispana).

Esta segunda modalidad del doblaje, decadente y cada día más separatista (pese a su ideal inicial de que todos entendamos) es la que me da dolores de cabeza. Pasa que, durante los últimos años, eso del "neutro" se ha ido perdiendo de a poco. Y al menos yo me doy cuenta de esas cosas. Hay programas, en su mayoría doblados en México, que hace tiempo ya introdujeron varios localismos y abandonaron las expresiones "neutrales".

Por las dudas: yo valoro enormemente el léxico local de todas y cada una de las zonas en que se habla castellano, soy promotora incansable de la diversidad, pero el inconveniente, muy serio, que tenemos muchos otros hispanohablantes es simplemente que no entendemos lo que quieren decir con sus localismos.

Y ese es solo uno de los problemas. Hay otro tema, a mi parecer también grave, que se intensifica más con la todopoderosa televisión por cable: las grandes cadenas internacionales que tienen su versión "para Latinoamérica".

Bueno, vamos a acusar de una buena vez y dar un ejemplo, que sé que muchos de mis lectores odiarán, pero no es el único: MTV. Elijo este canal en particular porque en él se ve mucho mejor que en otros el completo fracaso del concepto "para Latinoamérica", que explico.

Este fracaso va más allá de una cuestión de la lengua, aunque la hay (pues sí, sus presentadores son o mexicanos o argentinos, no escucho otros acentos u otros localismos en ese canal). Abarca todo un concepto erróneo acerca de quiénes somos nosotros y cuáles son nuestras necesidades. Es una idea de rechazo, de ignorancia, que sostiene todavía que todos somos iguales de México para abajo.

Si bien es cierto que todas las personas que manejamos el castellano como lengua materna tenemos muchas similitudes culturales (basta ver el sitio "Cuanto cabrón" o las páginas de Facebook "Señoras que..." para ver cómo todos, seamos de donde seamos, nos matamos de risa con lo mismo), no somos iguales. Compartimos una lengua común, pero la cultura de cada región es propia y distinta a las demás.

Volviendo al ejemplo de MTV y a la cuestión de Latinoamérica, ese intento de englobar a un territorio tan extenso, con tanta diversidad cultural, con tantas diferencias, en un solo canal con solo dos representantes dialectales: uno de "arriba" (el grupo de presentadores mexicanos) y uno de "abajo" (el grupo de presentadores argentinos), es insuficiente.

Además del uso del idioma (porque olvidan a otros países de Latinoamérica que hablan otros idiomas), en este canal la representación artística (que me dirán que es una mierda, que solo representan basura, etcétera) es otro problema, pues se centra en unos pocos países de los muchos que vemos el canal. Países como el mío, y sus artistas, de hecho, quedan totalmente invisibilizados con este intento que hace la gran cadena de llegarnos a todos al meternos en la misma bolsa. Y, repito, es solo un ejemplo de los muchos que hay.

No sé si alguien más se dio cuenta, pero tal vez este ya sea uno de los primeros inconvenientes que surgen del proceso inminente de la fragmentación del castellano. Tal vez muchos ni siquiera noten que haya un inconveniente aquí, y mucho menos que sea de esta índole, pero es en verdad bastante evidente.


Y, pese a que son problemas, tenemos que estar atentos a ellos y celebrar el hecho de que surjan, porque estamos viviendo una etapa histórica privilegiada dentro de este proceso: lo estamos viendo suceder (algo que a cualquier lingüista le encantaría vivir), no estamos ni antes ni después.

Mientras me quejo, iré documentando cómo evoluciona esto y adónde nos lleva.

sábado, 8 de octubre de 2011

¡Maldito cine independiente!

Como muchos otros, crecí con la gran ayuda de la televisión en la tarea de mi crianza, y tuve la fortuna de que la misma sea de cable. Antes de que aparezcan los que culpan tanto a la televisión como a la computadora de volvernos más tontos, diré que en ambos universos se encuentra tanta basura como cosas provechosas: todo depende de qué busques.

Para los amantes del arte (y en especial, tal vez, para aquellos como yo, que no tienen talento más que para apreciar el arte), la televisión puede ser todavía un importante punto de referencia. En la amplia variedad de contenido que la televisión ofrece y que yo, con la debida paciencia decidí explorar, hallé particularmente útil la opción de ver películas por televisión. Claro que no siempre es la mejor manera (por la publicidad no deseada que se suele colar, los cortes en momentos inadecuados, el someterse al horario que el canal decida para que puedas ver lo que querés...), pero es para mí una de las maneras posibles de enriquecer -o, mejor dicho, hacer menos pobre- mi cultura cinematográfica.

Y, bueno, voy progresando lentamente. Veo películas que me recomiendan, películas que encuentro casualmente, películas para relajarme, películas para emocionarme, películas de aquí, películas de allá. Así, creo que le agarré el gusto a hacer pequeñas críticas mentales sobre las obras que veo, no siempre son valoraciones útiles, pero las elaboro prácticamente de manera automática, así que son lo que me salga en el instante.

Gracias a esta manía, me he puesto a pensar, también, en el efecto que las películas tienen en mí, y he descubierto algo muy raro. Espeluznante para mí: estoy muy acostumbrada a las tramas predecibles del cine más comercial.

Sí. En las películas taquilleras de grandes productoras, yo ya conozco el final desde el principio mismo. Hago deducciones sobre qué va a suceder, y ¡sucede! Con ver unos minutos al principio, es sencillo elaborar una pequeña hipótesis acerca de cómo será el final, y la observación del filme se convierte, más que en una observación en sí misma, en una simple espera para confirmar nuestra teoría inicial. Indefectiblemente, todo ocurre como yo me esperaba.

Por culpa de estos guiones tan fáciles de adivinar, sin darme cuenta yo fui armando una adaptación a las estructuras predecibles. Mi mente estaba predispuesta para intuir todo lo que habría de suceder, y la infaltable ejecución de mis deducciones fue fortaleciendo esta percepción que yo tenía, bastante imparcial e ingenua.

Pero todo cambió cuando empecé a dedicar más tiempo al cine independiente. Por supuesto, no por ser películas independientes, quiere decir que sean todas brillantes; así como las de grandes productoras no son necesariamente todas terribles. De todos modos, la producción independiente consiguió cambiar mi forma de ver al cine. ¿Y qué me hizo el cine independiente? Bueno, no fue de la manera más amable, pero me abrió más los ojos.

Con la manía de procurar intuir, yo me esperaba ciertas cosas de cada escena. Como cuando el adolescente gay, que aun no salía del closet, tenía sexo con su novio en su habitación y yo pensaba: «¡Ahora van a aparecer sus padres y le van a pillar!» O cuando la chica llega a su tierra natal tras haber buscado a su madre en el extranjero, y yo aseguraba: «¡Ahora se va a encontrar con ese señor, quien le va a contar que su madre murió!» O cuando el joven, hastiado por el temperamento insoportable de su madre, se encolerizaba, y yo podía apostar que: «¡La va a matar, es fija, la va a matar!»

...Pero nada de lo que yo suponía que habría de ocurrir realmente pasaba. Y, al llegar al final del filme (esos finales atípicos, abruptos), me quedaba perpleja. «¿Por qué terminó así? ¿Cómo es eso posible? ¡Maldito cine independiente!»

Claro, esta reacción tan violenta de mi parte no quiere decir precisamente que no haya disfrutado, solamente denota mi estupefacción.


Me acostumbré, no obstante, con rapidez a las secuencias inesperadas y aprendí a apreciarlas. Me di cuenta, tras esta experiencia, de que precisamente en lo nuevo, lo que no nos tiene acostumbrados, lo diferente, está presente con toda su potencia la inagotable creatividad humana.

lunes, 3 de octubre de 2011

Por la visibilidad bisexual

Hago uso de la cola que trajo el pasado 23 de septiembre, Día de la Bisexualidad, para manifestar mi deseo de que la bisexualidad sea vista, comprendida y aceptada. Y así es que expreso mi enojo con todas las organizaziones LGBTI♥♣►↕☻☺XXX (la sigla ha crecido bastante, ¿vieron?) del país.


«¿Pero, por qué, si ellos son todos tan buenos y defienden los Derechos Humanos?», preguntarán ustedes.


Bueno, no es que esté precisamente enojada. Lo aclaro. No sea que se quieran hacer los rencorosos conmigo. Pero tengo que expresar lo que pasa, y no sé qué palabras usar, así que intentaré describir la situación de la mejor manera posible.


Sucede que buscan englobar tantas identidades y orientaciones sexuales, pero a la hora de la verdad, yo siempre leo volantes, carteles, camisetas, etc. que hablan de "gays" y/o "lesbianas". Tengo una saturación de homosexualidad que ni les cuento. Y no está mal eso, para nada.


Pero hay algo de esta situación que no me gusta en lo absoluto: la invisibilidad que adquiere la bisexualidad. Los bisexuales somos ocultados tanto por heteros como por homos. Somos excluidos o bien nos obligan a encajar, pero raras veces vemos que nos aceptan por lo que somos.


Conversé al respecto con un amigo que trabaja de cerca con una organización por los derechos gay, el cual me dijo que «prefiere, por esas cosas, volver a la antigua sigla de 'Gente Linda y Simpática' (GLS, Gays, Lesbianas y Simpatizantes)». Esta sigla, aunque ya meta a todo el resto en la misma bolsa, al menos se refleja muy bien la realidad: los gays y las lesbianas se roban toda la cámara y el resto queda como uno más de ellos o un simple espectador.


Es que sí, desde todos los ángulos nos están atacando constantemente, aunque sea sin darse cuenta. Hay quien piensa que somos homosexuales que no terminamos de aceptarnos, hay quienes piensan que nos hacemos los interesantes. Hay también gente que tuvo malas experiencias con alguna persona bisexual y tiende a englobar a todos los bisexuales en la misma categoría... como si la orientación sexual fuera determinante de la calidad de persona que alguien es.


Pero la verdad es que somos personas capaces, sí, de sentirnos atraídas y disfrutar del sexo con alguien, sea este alguien hombre o mujer. Y no solo eso: también nos enamoramos. Y esto no quiere decir que follemos con cualquiera o que amemos a cualquiera. Es mucho más complejo que todo eso, y es tal vez algo extenso de explicar ahora.


Y no somos pocos: somos muchos, muchísimos, solo que somos prácticamente invisibles. Y cuando nos ven, no nos entienden y nos prejuzgan casi todos. Por eso llamo a la difusión del concepto de la bisexualidad. No somos homos, no somos heteros, no somos unos indecisos. Somos bisexuales, y punto.

sábado, 1 de octubre de 2011

To add or to follow?*

Descubrí que en los últimos meses he estado bastante activa en distintas redes sociales con distintos conceptos y distintos formatos. Algo del tiempo pasado en estos sitios fue desperdiciado, como es normal (como cuando abrimos la puerta de la heladera, sabiendo que no hay nada para comer en ella), pero gran parte también fue tiempo ganado, pues encontré a gente que comparte mis intereses, con la cual se puede conversar sobre diversos temas de manera amena y de la cual se aprende mucho.

Y claro, no voy a mermar mi «vida real» y aumentar mi «vida virtual» a cambio de nada. Por lo menos, tenían que surgir algunas reflexiones al respecto. De eso quiero ocuparme ahora: las cuitas y risas de lo que pude notar en mi comparación de las maneras que ofrecen las redes sociales de ponerse en contacto con la gente. Hay muchas formas de llamarlas, pero yo las agruparé en dos grandes variantes: seguir y agregar.

La primera opción, mi preferida entre las dos, es seguir. Consiste en elegir ver las publicaciones de los perfiles que considero interesantes. Personalmente, le encuentro muchas ventajas: no es necesaria la reciprocidad (es decir, si me siguen, no necesito seguir en retribución si no quiero), solamente sigo a personas que me interesan, la aparición de publicaciones que yo considero pérdidas de tiempo son muy inusuales, entre otras. Como he publicado una vez en una red social de este tipo: aquí no conozco a casi nadie, pero confío en casi todos. Pues en otra red social en donde la mayoría de mis contactos son conocidos de la «vida real», y sin embargo soy más cautelosa allí con lo que publico o comento, y eso a pesar de los filtros que la red ofrece.

Y aquí está la razón principal por la cual no soy muy amiga de las redes en las cuales hay que «agregar como amigo» a alguien (se darán cuenta de que, en primer lugar, les di un mal uso, pero que aun así hay cosas que no me terminan de convencer): está mi tía, está mi abuela muerta, está mi vecino, está mi jefe, está mi profesor del primer grado... y todos ellos quieren ser mis amigos. En algunos casos, es posible simplemente rechazar la oferta, pero como el país es chiquito (en población, que no en territorio), tuve casos en los que me he visto forzada a aceptar, con la condición de que no le mostraría ciertas publicaciones a la persona, para evitar las represalias en persona (sí, aquí es muy fácil encontrarse con alguien en persona, aunque una no quiera). Total, a veces estar en contacto por estos medios nos hace distanciarnos más, en realidad.

Por supuesto que también hay gente muy interesante en estas redes en que se añade, y el problema es ese, que «también» la hay. Por lo general, tengo que soportar varias publicaciones que no me interesan en lo absoluto para ver lo que pasa con la gente que sí me interesa. ¿Y tu red social no tiene la opción «ocultar» o algo similar?, me preguntarán. Pues sí, la tiene. No obstante, es tedioso tener que seleccionar aquella gente cuyas publicaciones no te interesan. Además, si tengo a determinada persona entre mis contactos, pero no quiero ver lo que publica, ¿entonces para qué rayos la tengo? Tal vez por eso me inclino más a seguir y que me sigan, sin estar obligada a la reciprocidad.

Aunque esto de seguir y que me sigan también tiene desventajas... sobre todo que me sigan. Y esta es la mayor desventaja: ¡que te sigue cualquiera! Claramente: CUAL - QUIE - RA. Bueno, ¿qué es «cualquiera»? Y... desde hombres que añaden chicas para decir que tienen contacto con muchas mujeres hasta perfiles falsos de India o Turquía con fotos de celebridades sin publicaciones que una no tiene idea de cuál es su propósito en este mundo. Y este motivo es el que hace que mucha otra gente prefiera la reprocidad. Pero se soluciona con la opción de bloquear al usuario. Y es solo una desventaja con respecto a las muchas que le encontré al otro método.

De todos modos, esta es solo mi opinión, no una ley universal. Las opciones siguen ahí para todos, para que cada uno escoja aquella que mejor le parezca, o tal vez ambas, o tal vez ninguna, por los motivos que se le ocurran. Yo ya elegí.

*¿Agregar o seguir?

sábado, 30 de julio de 2011

¡Que los jóvenes se besuqueen en lugares públicos!

Así es. Quiero ver púberes y adolescentes en las plazas, en las esquinas, en las paradas de bus, en todas partes, que se besen hasta con los uniformes de sus colegios. No importa que todos sepamos quiénes son y cómo se besan. No importa que «manchen» el «buen nombre» de sus colegios y de sus familias. ¡Que se besen y se abracen! ¡Que se acaricien, que se quieran, y que lo hagan en espacios abiertos!


Expreso este deseo no porque realmente quiera verlos, sino porque me indigna profundamente toda esa gente que no los quiere ver: adultos conservadores que afirman que una pareja joven que se come a besos en el banquito de una plaza «atenta contra las buenas costumbres».


Como si esos adultos, durante la explosión hormonal de la pubertad nunca hubiesen tenido ganas de tomar a la persona que les gustaba y llenarla de besos. Como si nunca hubiesen sentido deseo en sus vidas. Me parece que olvidan esa etapa, ese estado al que aquí en Paraguay conocemos como calentura, palabra que ellos usan de modo despectivo para referirse a aquellos jovencitos que supuestamente «no fueron bien educados por sus familias».

Los que no están siendo educados -y omito la palabra bien-, porque no están siendo educados en lo absoluto por sus familias, son los hijos de estos conservadores. Estos chicos jamás en sus vidas escucharon en sus hogares que alguien explicara lo que es la sexualidad. Esos padres dejan la educación sexual en manos del colegio... aunque a veces el colegio es más conservador que los mismos padres, y entonces los jóvenes o se enteran de las cosas a medias, o no se enteran de nada. Algunos padres van inclusive más lejos y exigen a los colegios que no enseñen a sus hijos sobre esos temas.


Estos padres que ocultan información a sus hijos son los que desprecian el ver adolescentes besuqueándose en la vía pública, porque les aterra que sus hijos los vean. No tanto por miedo a que hagan lo mismo, sino porque, sobre todo, les aterra el verse alguna vez forzados a explicarles a sus niños lo que están viendo. Imagino que esta manera de reaccionar ante la pubertad, de aprisionarla, es fruto de que ellos en su momento también fueron reprimidos y no pueden lidiar con la libertad ajena.


En consecuencia, en esta cobarde actitud parental crecen las pobres criaturas, que al llegar a la pubertad se mueren de miedo al ver su primera menstruación, al ver su primera eyaculación, o al notar cualquier cambio repentino en sus cuerpos. Sí, se mueren de miedo de acercarse a sus padres y preguntarles qué diablos está sucediendo. De igual manera, tiemblan aterrados cuando deben enfrentar a sus familias con la noticia de un embarazo no deseado, porque saben que nadie en casa estará contento de enterarse.


Digo yo, ¿qué clase de familia niega el apoyo a los más inexpertos de sus miembros en una situación que no saben cómo manejar? ¡Pues esas familias hipócritas, que evitan de todas las formas posibles que sus hijos conozcan algo y que más tarde los condenan por sufrir una consecuencia de hacer eso que no conocían! Sepan, adultos conservadores, que educar a los niños en el miedo y evitar que se informen es algo que repudio completamente. Sepan también que si sus hijos adolescentes no se están besuqueando en espacios abiertos, están haciendo muchas más cosas en algún espacio cerrado, y no estarán vistiendo sus uniformes del colegio.

domingo, 17 de julio de 2011

Del fútbol y las bajas prácticas que el mismo, sin fundamento y cobardemente, justifica y protege

Aunque me importe un carajo el fútbol, no puedo evitar notar los comentarios discriminatorios que el fútbol provoca. Y me importa un carajo lo que van a comentar los fanáticos del fútbol sobre esto, pero concluyo que el fanatismo futbolístico sirve de escudo para hacer pasar por legítima la siempre infundada discriminación.

Por lo menos en mi entorno, constato que el fanatismo, el enceguecedor fanatismo, cuando gira en torno al fútbol, no genera jamás una actitud de superación personal ni de alegría por los triunfos propios, sino una actitud de encontrar placer en el fracaso de otros y de sacar a flote lo más inescrupuloso de uno mismo... aunque eso es, quizá, característica inherente a cualquier tipo de fanatismo.

Veamos:

xenofobia, presente. Aquí existe un particular e irracional odio dentro del promedio de la población, en especial la población futbolera, hacia la persona de otro país. Claro ejemplo es el estúpido odio hacia los argentinos, odio ridículo que es fruto de una convergencia de diversos motivos, ninguno lo suficientemente potente, pero todos útiles a la hora de escudarse tras el fanatismo, como un falso pero exaltado nacionalismo que a su vez proviene del desconocimiento de la historia de nuestro país y del desconocimiento de la situación actual y que no es más que una carencia de, por así llamarle, una falta de «autoestima nacional». Es un resentimiento por algo de lo que no tenemos la culpa las generaciones de hoy, pero de lo cual podemos hacernos cargo mediante la eliminación de prejuicios y la construcción de una verdadera apreciación de quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser, sin compararnos con los demás, sin menoscabarlos y sin menoscabarnos.

Homofobia, tal vez debe ser la primera de la lista. En un ambiente futbolero promedio, es bien visto y se considera necesario el emitir ofensas hacia el adversario que impliquen un desprecio por su homosexualidad, como si el adversario fuese homosexual, como si la homosexualidad fuese algo malo. Porque el «herir» la heterosexualidad ajena ensalza la heterosexualidad propia. Porque el fútbol no se trata de dos equipos jugando a quién mete más veces el balón en un arco, sino de quién rebaja más, como le sea posible, al otro.

¿Machismo? ¡Pero claro que sí! Es de común creencia que el cerebro femenino no puede comprender el fútbol. Incluso al haber mujeres que demuestren entenderlo, normalmente se duda de la cultura futbolística de dichas mujeres. Es más, algunas atrevidas hasta pretenden jugarlo, pero eso sí, en torneos separados, porque queda claro que el fútbol de mujeres no es fútbol. Nadie se acuerda ni presta atención en nuestro entorno a los torneos femeninos, y las futbolistas de aquí no ganan ni en sus más dulces sueños lo que ganan los varones. Recuerdo el caso de la mexicana Maribel Domínguez, alias Marigol, quien solicitó participar en un equipo masculino, y a quien la FIFA le había cerrado las puertas, le negó la oportunidad. ¿Miedo a que ella se pudiese desempeñar de igual a igual con los hombres y probara que los prejuicios machistas del fútbol eran absurdos? Algo me huele a que sí.

Racismo, sin duda alguna. Por una cuestión de poseer ciertos rasgos físicos que denoten nuestra raza, nuestro origen, que delaten que somos diferentes, podemos ser víctimas de ofensas en el ambiente del fútbol. Como si los rasgos físicos fueran prueba alguna de la superioridad de una persona sobre otra, cosa que no existe. Pero el fanatismo, siempre controlando los actos de todos, usa la raza como un motivo más para discriminar en vano a otra persona.

Discriminación por edad, por religión, por lo que quieras. Hay para todos. Hay suficiente. Hay de sobra. Los tipos de discriminación que cité son solo algunos, los que con más frecuencia he notado, y sus ejemplos son solo una pequeña muestra de las numerosas maneras que tiene la gente de discriminar.

El tan exitoso fútbol administra su negocio muy bien internamente: funciona, es grande, gusta a millones de personas en el mundo entero. Pero de las actitudes negativas que genera en la sociedad, me pregunto, ¿se hará cargo alguna vez?

jueves, 23 de junio de 2011

¿Seré? Y si soy, ¿qué seré?

Los dos motivos por los cuales decidí volcarme a la carrera de Letras están, nuevamente, convergiendo. El primero de ellos era mi afición por la literatura y el deseo de realizar un estudio más razonado de ella. El segundo, mi gusto por la lingüística. De nuevo, surge la duda: ¿a qué me dedicaré? Si bien ambas cosas me apasionan y para ambas tengo cierto "talento," temo que al querer abarcar demasiado, termine apretando poco.

Un problema es el ambiente en mi actual lugar de residencia para ambos campos: si me vuelvo crítica o investigadora literaria, inclusive escritora, las oportunidades de conseguir un trabajo que me dé de comer en la rama de la literatura son prácticamente inexistentes. En la lingüística, si bien las oportunidades de iniciar investigación en la disciplina son amplias (cortesía del país bilingüe), el apoyo que necesita un incipiente investigador sería muy, pero muy difícil de conseguir.

Hablando de la carrera, abro un paréntesis para mencionar que entre los estudiantes se puede ver muy bien quiénes son las personas que la siguen porque creen que es un curso de gramática y quieren dedicarse a la docencia. Lo lamentable es que el plan curricular está diseñado para dar a entender que la gramática (estudio de un idioma en particular) es la espina dorsal de estos estudios, y no la lingüística (estudio de las lenguas en general)... mucho menos se toma en cuenta que el núcleo de la carrera es, en realidad, la literatura.

Lo lamentable es que el plan curricular haya sido quizá elaborado por gente capaz, pero definitivamente pulido y aprobado por gente influenciada por un ambiente de docencia de colegio y que se enfoque a crear principalmente, pues, docentes de colegio.

No hacen falta más profesores, ya tenemos muchos. Lo que hace falta es formar mejor a los que ya tenemos. No es justo forzar a los estudiantes con talento, ganas y potencial para otras ramas a frustrarse eternamente como profesores de Lengua Española en un colegio. No es justo oprimir la apertura de nuevos campos de estudio y de creación artística. No es justo intentar educar poniendo a los estudiantes en moldes para que salgan todos iguales. No es justo ocultar las demás opciones.

La enseñanza debería abarcar el universo del saber y ofrecer la mayor cantidad posible de elecciones para que la persona, ya con los conocimientos adquiridos, tenga la potestad de decidir qué hacer con ellos.

Volviendo al tema inicial, si algo sé, es que no me dedicaré a la gramática española (al menos no por gusto). Si hay algo que sé aun con más certeza, es que no me dedicaré a la docencia (al menos no por gusto).

Veremos dónde iré a parar: ¿escritora, crítica literaria, investigadora literaria, lingüista? Lo averiguaré con el tiempo... supongo.

martes, 22 de febrero de 2011

Días lluviosos

Pareciera que no me gusta la lluvia, por eso me quejo tanto. Podría parecer, ¿por qué no?, que me gusta demasiado, y por eso la menciono tanto. En realidad, el tiempo no tiene mucho que ver con las acciones perjudiciales de la gente: de todas maneras, las llevan a cabo. Pero llaman mi atención (y mi indignación) dos actos particulares que son tan frecuentes, tan "tradicionales," tan comunes, que son repetidos infinitamente e ignorados, como si fuesen correctos. Ambos actos tienen relación con la lluvia, así que en este muy tormentoso verano han sido practicados en exceso.


El primero de estos actos es previo a la lluvia. Supongo que para los sucios que lo realizan, transcurre más o menos así: deciden empezar cuando sienten ese viento fresco, cuando ven que el cielo se vuelve más y más negro, minutos antes de que caigan las primeras gotas de lluvia. "Aprovechan," piensan ellos, que caerá agua. Y empiezan. En el patio, si la casa es grande; en un terreno desolado, si no, juntan los desechos y los ponen a quemar. Una sucia hoguera en donde arde la basura que cualquier ciudadano normal enviaría al vertedero, en un camión recolector, servicio por el que se paga una ínfima suma. Pero esta gente no quiere recurrir a ese servicio. Prefiere elevar un negro y sucio humo que se revela ante el servicio municipal.


El segundo acto ocurre durante la lluvia y, algunas veces, después (si el volumen de agua es lo suficientemente elevado). Consiste en lo siguiente: cuando se junta agua en los bordes de las aceras, las "pulcras" personas que barren sus veredas juntan con la escoba toda la basura que fue arrojada en las calles (por gente también muy "pulcra") y la arrojan meticulosamente en los orificios que hace allí el precario sistema pluvial. No se salvan los arroyos, que son tachos de basura en lugar de ser fuentes de agua potable.


Convengamos que el servicio municipal no es precisamente el mejor, ni el más eficiente. También está claro que el tratamiento de los desechos luego de ser recogidos no es el ideal. Pero no es excusa para perpetuar el hecho de que vivamos en un basurero. Y más allá de que a mis ojos les molesten la apariencia de sus porquerías tiradas, es algo que tienen que tener en cuenta por todos, hasta por ellos mismos, no por mí. El humo que sale de su basura quemada es altamente tóxico, pone en riesgo la salud de todo el mundo y no ayuda en nada a controlar la polución. Esas torrentes de agua trancadas con sus residuos se contaminan, y no nos sirven a nosotros ni a nadie, sin mencionar que juegan un papel importante en las inundaciones de las calles cada vez que llueve.


Después son ellos los primeros en culpar a los gobernantes por las consecuencias de su propia negligencia. Sí, quizá tenga culpa el gobierno en no educar mejor a la gente, en no ponerles tachos de basura en cada esquina para que no tiren las cosas por ahí, en no dar servicio de recolección de basura gratuito... pero todo eso no justifica un carajo. Podemos sin problemas responsabilizarnos por nuestros errores y dejar de culpar al gobierno por todo, especialmente cuando demostramos que no somos mejores que los gobernantes.


Aparte, sin importar que busquemos lavarnos las manos mediante peleas humanas, no debemos olvidar que si no respetamos a la naturaleza, llegará el día en que la naturaleza no nos respetará. Eso sí, yo no quiero que la querida naturaleza me pase por encima por culpa de otros.

domingo, 6 de febrero de 2011

Locos sueltos

Ayer estuve cumpliendo con unas, por decirlo, diligencias, en el casco antiguo de Asunción. Recuerdo haber visto a través de la ventanilla del bus un hombre que trotaba. Pero no era cualquier persona trotando, era uno de esos "corredores locos." Son unos contados casos de personas que sufren de algún tipo de trastorno mental que los conduce a ejercitarse. Recorren el mismo trayecto todos los días, haga frío o calor. Es lo único a lo que dedican sus vidas. Viven de la caridad de las personas que les dan comida y ropa, duermen en plazas o quién sabe dónde.

Unas horas después, vi a una mujer vestida como una excéntrica, con un pedazo de tela turquesa a modo de turbante, revisando los pocos tachos de basura en busca de comida. Terminamos cruzándonos en la panadería Michael Bock, donde le regalaron un par de masas dulces. Era también una mujer con algún trastorno mental que vagaba por la ciudad y vivía de la caridad de la gente.

Entonces, recordé a otra persona, un hombre vestido con trapos sucios y rotos, que vagaba por la zona exhibiendo sus genitales y, supongo, viviendo también de la caridad de la gente.

La gente simplemente ignora a estas personas. Hacen que sus hijos aparten la mirada, para que no vean lo que no cubren los harapos que estos "locos" visten. Algunos les dan comida, para que no mueran, y ropa en el invierno, por lástima. Pero la reacción es normalmente actuar como si no estuvieran allí. Y ya nadie se sorprende, es normal ver "locos sueltos."

Hablando con la gente, se concluye que estas personas se escapan del Hospital Neuropsiquiátrico, que es donde está internada esa gente cuyos trastornos mentales no les permiten integrarse con éxito en el estilo de vida de nuestra sociedad. Las instalaciones de ese lugar, según se dice, son precarias y su seguridad, inexistente.

Los internados fácilmente pueden salir de ahí y dirigirse a cualquier lado. Sinceramente, no escuché ningún caso de algún "loco suelto" que haya dañado a alguien, pero es algo que puede suceder. También puede pasar que una persona sin escrúpulos se aproveche y dañe a estos escapados.

Me imagino que muchas de estas personas tendrán algún núcleo familiar. Aun así, están desamparados. Conociendo la mentalidad retrógrada de gran parte de la población, no dudo que podrían pensar que la "locura" es alguna maldición demoníaca de la cual se tienen que deshacer, por lo que deciden simplemente abandonar al loco de la familia y olvidar que alguna vez fue su pariente.

Estas personas conforman un grupo invisible de la sociedad. Una vez admitidos en el "manicomio", nadie se hace cargo de controlar su situación. Una vez escapados del Neuropsiquiátrico, nadie los busca y mucho menos los devuelve. Ellos corren peligro viviendo así, y no se descarta la posibilidad de que puedan causar daños. Pero para el gobierno no importan, absolutamente nadie propone soluciones para este problema, incluso aunque no vayan a implementarlas. Su invisibilidad es tal que son tratados como si al adquirir su trastorno hubiesen perdido su dignidad humana.

sábado, 5 de febrero de 2011

Cuidado con el clima

Ayer, en pleno viaje de bus, se desató de nuevo una de esas tormentas subtropicales. El conductor tenía que hacer varias maniobras cada vez que paraba debido a que la gente no se podía bajar porque en los costados de las calles había una cantidad de agua que jamás en mi vida he visto antes.


Era imposible saltar sobre esos mini-ríos, que eran muy altos. Una persona promedio se habría mojado hasta cerca de las rodillas si se hubiese metido en uno. Fue sorprendente. Me pregunté si estaba lloviendo demasiado o si el sistema pluvial estaba colapsado (aclaremos que "sistema pluvial" es solo una figura, en realidad no existe tal cosa en esta ciudad ni en el resto del país).


Hoy tuve que hacer una caminata que (más allá de la natural incomodidad que causa caminar en este clima cálido y en extremo húmedo, con el cielo nublado, como sucede siempre después de una tormenta subtropical), supuse, se vería dificultada en un tramo particular del trayecto porque esa zona se inunda completamente cada vez que llueve.

Y fui por ese camino, un poco con intención de recorrerlo normalmente, un poco con intención de comprobar personalmente si estaba o no inundado. Me sorprendió ver que no. Tenía tan solo barro y algunos charcos, lo que indicaba que en realidad no llovió demasiado. Entonces resolví que el problema era el sistema pluvial.


Es curioso ver que en regiones donde el clima es frío, las construcciones y las personas están preparadas para el frío; en regiones con nieve, lo están para la nieve; en regiones áridas, lo están para el calor seco, y así en prácticamente todas las zonas climáticas. Sin embargo, Paraguay, cuyo clima es conocido de memoria por quienes lo habitan, no está preparado.


Todos sabemos que aquí los veranos duran casi 9 meses y es más fresco pasar el día en la hoguera que en la calle, que el invierno es breve. que nunca se sabe cuándo va a llover pero sí se sabe que cada vez que la lluvia cae lo hace con furia... y aun así no nos anticipamos al clima.


¿Es algo que sucede solo con los fenómenos atmosféricos? ¿Es un rasgo característico de nuestra cultura el no ser precavidos, no solo con respecto al clima sino con respecto a todo? ¿Por qué no se actúa al respecto, cuándo tendremos una solución? Y... sobre todo, ¿seguiré hablando de estas cosas con la gente que desee escucharme o debo tomar el control del país y arreglar las cosas por la fuerza?



Obs.: la última pregunta es solo broma, siempre vale aclarar. Pero sí seguiré reflexionando sobre estas cuestiones. Quizá llegue a alguna conclusión (o algunas conclusiones) coherente.

domingo, 9 de enero de 2011

Odiseas diarias

La manera en que gran parte de la población paraguaya consigue moverse de un lugar a otro es viajando en bus. No es que sea el medio más económico, el más cómodo o el más eficiente: es el único medio. Y moverse en bus es una experiencia plagada de tormentos, que me ha tocado vivir.

Para empezar, tengamos en cuenta la locación: Asunción y alrededores, Paraguay. El casco antiguo de la ciudad de Asunción está dedicado mayormente a albergar oficinas de empresas privadas y de entidades públicas, por lo que no hay muchas viviendas particulares allí. De hecho, la mayor parte de la gente que trabaja en estas oficinas habita en las ciudades aledañas (Lambaré, Mariano R. Alonso, Luque, Fernando de la Mora, entre otras) o en rincones de la misma Asunción que quedan a una distancia considerable del susodicho casco antiguo.

Ahora, consideremos la situación laboral de la mayoría de los trabajadores de estas entidades. Multitud de personas que sobreviven con el dichoso salario mínimo legal vigente (en raros casos, más; muchas veces, inclusive menos), que deben presentarse en las oficinas alrededor de las 8 de la mañana (sepan, lectores y lectoras, que en entidades privadas es categórico el descuento del salario por llegadas tardías).

Tenemos en total tres factores que convergen (el bus como exclusiva posibilidad de transporte, la distancia entre la vivienda y el lugar de trabajo y la prisa por llegar puntualmente) y que generan una situación de caos, caracterizada por embotellamientos en absolutamente todas las vías de entrada a la ciudad capital y las angostísimas calles del casco antiguo colapsadas.

Pero volvamos la vista lentamente al viaje en bus propiamente dicho. La persona que vaya a realizarlo tiene que saber muchas cosas. La primera de todas es la anticipación: no importa que a las 3 de la tarde y en auto un viaje al centro tome menos de media hora. Hay que tomar el bus como mínimo dos horas antes de la hora en la que pretendemos llegar a destino. O sea que si mi horario de entrada es a las 8, tengo que estar de pie a las 5, aproximadamente, y estar esperando el bus a las 6 a más tardar. ¿Por qué? Porque los buses dan vueltas innecesarias en lugar de tomar calles más directas y porque NO cumplen horarios. Si hoy tomé un bus a las 6.15, es probable que mañana no pase ninguno a esa hora. Sin mencionar que la frecuencia con la que pasan es trágica: cada media hora, cada veinte minutos, cada tres horas... imposible saber con exactitud. Además, el lugar por el que pasa el bus queda relativamente distante de la casa, y para agarrar un bus habrá que caminar, atravesando charcos, barro, piedras, polvo, tierra... en fin, lo que toque (particularmente, lo tuve que hacer en tacones). Quizá se asome un bus que te lleve, pero pasará la parada de largo, y habrá que esperar que otros tres buses por lo menos hagan lo mismo hasta que finalmente uno, en el que todavía entra un poco de aire, se detenga y podamos abordarlo.

¿Calidad del viaje? Nula. A menos que subas al bus en su mismo punto de partida, viajarás de pie. Es más, de tan repleto que está el bus, probablemente tengas que colgarte de las puertas, arriesgando tu vida por llegar a tiempo a trabajar. Embarazadas, gente con capacidades diferentes, ancianos o cualquiera que necesite con más urgencia un asiento, ni piense conseguirlo, que tome el bus a otra hora. También hay que saber que el bus no tiene aire acondicionado en verano ni calefacción en invierno, que probablemente se le caigan trozos mientras marcha, que es un vehículo que fue utilizado y desechado en un país en el que cumplió con su vida útil hace muchos años y que no respeta las disposiciones de seguridad que supuestamente impone la ley. Habrá que respetar el gusto musical del chofer, quien nos impodrá la música que nos acompañará durante todo el trayecto a menos que nos atrevamos a llevar nuestro propio reproductor con auriculares correspondientes. En cada semáforo con luz roja, las frenadas serán bruscas, y cada esquina que haya que doblar nos colocará a 45 grados con respecto al suelo.

Otros riesgos: todo tipo de hedores corporales de los demás viajeros, recibir golpes o cortaduras, sofocarse, que alguna persona indispuesta vomite, que un chistoso que va parado detrás de vos decida frotar su zona pélvica contra tus nalgas, que una de las aparentemente inocentes personas que comparten el trayecto con nosotros resulte ser delincuente y aproveche la confusión de la multitud para despojar al maltratado pasajero de su dinero u objetos de valor que duramente consiguió con el trabajo al que se dirige en ese bus-chatarra. Esto como guía básica, hay muchos riesgos menos frecuentes pero no por eso improbables que correremos en el bus y no están mencionados aquí.

Para mucha gente, no existe la opción de acortar distancias y ahorrar tiempo tomando varios buses, pues esto implicaría gastar mucho dinero (si, pese a las aterrorizantes condiciones del viaje, los pasajes en bus tienen un precio bastante alto, del que no se puede escapar porque es la única manera de viajar para quienes no tienen lo suficiente para comprarse un coche o motocicleta. El taxi costaría un salario mínimo en una semana, más o menos) para ir a trabajar y conseguir el dinero que paga el pasaje en bus que nos lleva a trabajar: un círculo vicioso del que se escapa solo contrayendo deudas, obteniendo un ascenso o con décadas de ahorro. Las dos últimas opciones son para mucha gente sueños tan inalcanzables como poder volar, por lo que entran a otro círculo vicioso, el de las deudas, del cual no me ocuparé en este artículo.

El viaje que intenté describir en rasgos generales dura más de una hora. Hay que multiplicar esto por la cantidad de días que debamos viajar así. El resultado que obtenemos es: estrés, impotencia y frustración en cantidades desmedidas. Todo esto debe sumarse, en muchos casos, a la ausencia de desayuno (con toda esta presión mucha gente no tiene tiempo de desayunar), lo que ocasiona aun más estrés, impotencia y frustración.

Y por poco, casi, estamos cerca de decir que todo está perdido. Pero no, todavía tenemos de nuestro lado el poder de las manifestaciones, para la gente que tiene tiempo de salir y quejarse (un gobierno presionado por un pueblo agobiado quizá tarde o temprano escuche y actúe). Para los de agenda más apretada, una opción sería intentar contactar gente que viva cerca de nuestros hogares, que trabaje también en el centro y viajar en grupo en auto, colaborando entre todos para cubrir los gastos del combustible. Es necesario utilizar los buses lo menos posible para que los indiferentes propietarios de empresas de transporte noten que en esas condiciones no pueden seguir sustentando su negocio y se vean obligados a mejorar.

Con que el gobierno algún día nos otorgue medios como trenes, tranvías u otros, por el momento no contemos. Pero podemos trabajar para que alguna vez llegue al poder gente que sí implemente estas mejoras. No es imposible. Tal vez ni siquiera vivamos demasiado tiempo para ver estos progresos, pero no por eso debemos quedarnos de brazos cruzados y condenar a las siguientes generaciones a que perpetúen esta miseria. Todo es cuestión de darnos cuenta de que estamos siendo burlados y que esto sí se puede cambiar.

Sin aludir a ninguna ideología política y sin ser una soñadora irracional, YO digo que: estoy harta y creo posible el fin de esta situación. ¿Alguien se me une?