sábado, 10 de junio de 2017

Ateísmo adolescente


Hace poco escuché que alguien se refirió a un par de adolescentes como «Estos chicos, los autodenominados ateos».

Tal vez fue paranoia mía, pero sentí cierta desaprobación en su tono, que me incomodó muchísimo y me hizo pensar en dos cosas:

1. Tal vez la desaprobación que percibí venía de que los muchachos a los que se refería este adulto eran adolescentes. Tenemos una muy dañina tendencia en nuestro trato con adolescentes y niños: no los tomamos en serio. Actuamos constantemente como si las cosas que dicen no tuvieran valor, como si las decisiones que toman no tuvieran peso en sus vidas y como si sus intereses fueran algo efímero. Todo lo que dice un adolescente es tomado como una gracia propia de la edad y minimizado porque «ya se le va a pasar». Y a esto, solo tengo que decir lo siguiente:

-Los niños y adolescentes son PERSONAS. No son adultos, están creciendo, pero son personas. Como tales, merecen que demostremos respeto hacia sus opiniones y decisiones.

-Los adolescentes no son estúpidos. Muchos adultos creen que los adolescentes indefectiblemente hacen todo mal, que no saben nada, que todo lo que piensan es necesariamente incorrecto. Tal vez no tendrán desarrollada plenamente la madurez, pero eso tampoco les va a suceder mágicamente al cumplir 18. Es un proceso, diferente para cada persona. Hasta diría que a alguna gente no le sucede nunca. Hay muchas cosas que los adolescentes no saben, pero ¿acaso no somos todos ignorantes de una u otra manera? Que estén aprendiendo y creciendo no quiere decir que sean completos inútiles. Son capaces de hacer reflexiones complejas y de sacar sus propias conclusiones. Su edad no tiene, de ninguna manera, por qué descalificar sus ideas.

-La adolescencia es una etapa crucial en la formación de la personalidad. Ahí es cuando definimos gran parte de quienes somos. No deberíamos tomar tan a la ligera la identidad que forjan los adolescentes. Los años dirán con qué decisiones de la adolescencia se quedarán y cuáles dejarán, pero es necesario que tengan esa autonomía de decidir por sí mismos. Si discrepamos de lo que deciden ser, pero su decisión los hace felices y no hace daño a nadie, apoyamos y nos aguantamos el desacuerdo. Punto. No hay discusión acá.


2. La mayoría de los ateos provenimos de familias que en mayor o menor medida nos inculcaron creencias religiosas desde el día uno. Obviamente, pienso que esto está mal, que si bien hay que inculcar valores no se debe forzar la religión. Pero no lo condeno tan duramente porque sé que es algo que ocurre por costumbre, por tradición, por tener toda la estructura social acomodada para que sea mucho más fácil perpetuar la transmisión de creencias religiosas que cuestionarlas. Si nosotros no nos hubiésemos cuestionado lo que nos enseñaron o si no hubiésemos entrado en desacuerdo con el adoctrinamiento, muy probablemente seguiríamos creyendo. Entonces, digo: si no nos AUTODENOMINAMOS ateos, ¿quién nos va a denominar? ¿Hay algo malo en decidir sobre la propia fe (o falta de ella)? ¿Quién nos tiene que decir si somos o no somos ateos? Estamos en todo nuestro derecho de autodefinirnos. No hay absolutamente nada de malo en que nosotros mismos construyamos -y digamos, sin miedo y sin culpa- lo que somos.