jueves, 8 de diciembre de 2011

Espía en Buenos Aires

Cuando una persona visita un lugar nuevo, con cultura diferente, por primera vez, es seguro que se sorprenderá de todo aquello que en su lugar de origen no puede ver. Una experiencia así es muy valiosa, porque las primeras impresiones dan un panorama único acerca del lugar que se conoce.

Sin embargo, yo no puedo dar esta clase de testimonio con respecto a la ciudad de Buenos Aires, lamentablemente. Si bien podría ponerme a citar aquellos aspectos que son distintos a los de mi estilo de vida, no los cito con sorpresa o admiración, porque ya visité esa ciudad numerosas veces, desde mi infancia. Entonces, si bien siempre se encuentran cosas nuevas, de las cosas más famosas, de lo más típico, de lo más popular, yo no me sorprendo: lo acepto como algo propio, algo que ya forma parte de mi cultura, aunque sea a ratos.

En verdad es muy interesante tener esta relación tan amistosa con una ciudad extranjera en particular, aunque no sienta esa admiración que sentiría otra persona de mi edad que no la conoce. Es una perspectiva quizá menos emocionante, pero bastante peculiar. Por este motivo, en mi último viaje, tuve una misión: encontrar lo que no conocía de Buenos Aires, visitar sitios a los que normalmente no llevarían a un turista, resaltar cualquier pequeño aspecto cultural del que no me había percatado antes.

Tal vez lo que pude rescatar no sea tan valioso para otras personas, o tan interesante. Tal vez ya conocían todo esto y piensen: «ay, ¿fuiste varias veces y nunca te diste cuenta de estas cosas?». Pero para mí, que ya estoy satisfecha de tanto Obelisco y tanta Casa Rosada, atender a los aspectos menos turísticos, iniciar una relación más estrecha con la ciudad y darme cuenta de las cosas que antes había pasado por alto son cosas invaluables, a nivel personal.

Hecha la introducción, aquí va lo que pude sacar tras un muy breve fin de semana en Buenos Aires:

Gente diversa: es normal, la población de esa ciudad es varias veces mayor a la de mi país entero, por lo cual se ve gente de todas formas, tamaños y colores. Entre esa diversidad, me fue posible apreciar algunas cosas difíciles de ver en Paraguay. Por ejemplo, los piercings, que acá son cosa mayormente de jóvenes que, ni bien consiguen trabajo se los tienen que quitar porque a sus empleadores no les gusta. Allá, sin embargo, todo el mundo tiene al menos uno en la cara. Y trabajan, inclusive en cargos de atención al público. Hay una mayor aceptación del body art, un mayor respeto hacia él. Otra cosa bastante interesante es ver gente mayor: claro, con una gastronomía basada en frituras y el calor infernal, en Paraguay la hipertensión ya no es una enfermedad, es un estilo de vida, y difícilmente se espera superar los 74 años de edad. Todos tenemos un tío, vecino, conocido, al que "le dio un patatús (infarto) a los 50 y se murió". Pero en Buenos Aires es posible ver personas que rondan los 80 años caminando por las calles, lo cual debo admitir que no es común para mí. Chicos: si bien muchas amigas mías se han interesado en la bisexualidad al deslumbrarse con la belleza de las mujeres bonaerenses, yo quiero decir que en Asunción las chicas no tienen nada que envidiar, son los hombres los que deben preocuparse. Me llamaron la atención como mucho tres mujeres, pero con los chicos es otra historia. Por todos los cielos, me enamoraba cada tres minutos. Definitivamente, se pone difícil la vida con hombres tan lindos. Chicas: me resultó muy difícil ver niñas adolescentes. Primero pensé que no existían, pero después descubrí que todas ellas se visten con intenciones de parecer mayores de veinte... y lo consiguen. Es normal en la adolescencia ese afán por crecer, aquí también se nota en las niñas, pero de manera menos exagerada: dentro de todo, las «quinceañeras» paraguayas disfrutan la edad que tienen y disfrutan demostrarla.

De modales y maneras: sí, puedo ser bastante descortés en otros lados. En el bus, cuando la gente sube, saluda al conductor con un «buen día»; te piden disculpas cuando chocan contra vos en la calle, aunque haya sido tan suavemente que ni lo sentiste; te agradecen gestos mínimos como moverte unos centímetros para dejarlos pasar sin que te lo pidan. Lo pienso y busco entenderlo: es probable que en Paraguay nos cuesta un poco expresarnos aunque sobrentendamos las disculpas o el agradecimiento... o que seamos más rudos, no sé. Hablando de modales, algo que me llamó la atención un poco es que, si bien hay bastantes papeleras en las calles, la gente no las usa para arrojar su basura. No se fíen, en Paraguay somos bastante sucios también, pero acá directamente no existen los basureros callejeros, o nos guardamos la basura hasta llegar a casa (lo que yo hago) o la tiramos en cualquier lado. Sin embargo, con tantos tachos hambrientos de papeles (porque cada treinta metros te acecha un repartidor de volantes), terminan todos en el suelo. Bastante raro para mí, pero quizás solo para mí, yo creo que no todos los paraguayos notarían esto. Otra cosa que me resultó llamativa es que un peatón cualquiera que necesite con urgencia un baño, puede sin problemas entrar en casi cualquier local, usar el sanitario y retirarse sin necesidad de comprar nada de allí. En Paraguay, yo como mucho hago eso en los grandes shoppings, en donde es más difícil que noten que entré solo por el toilette. Generalmente, los restaurantes tienen sanitarios exclusivos para sus clientes, no son baños públicos.

Oh, ¿adónde me están llevando? Ríanse de mí, mucho. Como en Paraguay todos los medios de transporte terrestre nos hacen ver la ruta que recorremos, sentí que mi percepción del espacio se distorsionaba un poco al subir a un bus, sentarme en un asiento que da la espalda al recorrido y apunta hacia la parte trasera del vehículo, que el bus arranque ¡y me lleve para atrás! Fueron solo unos segundos de sentirme perdida, pero es una experiencia pequeña que acá en casa no siento.

Calles y números. ¡Ay, qué dolor de cabeza me puede causar la precisión! Mi mente no puede procesar una idea tan simple como «calle X, número X, barrio X». Me resulta extremadamente difícil llegar a un lugar si me dan la dirección exacta, no puedo. Estoy acostumbrada a una informalidad ingente en las direcciones: si bien hay calles y números, en Paraguay nosotros explicamos las direcciones de una manera similar a esta: «andá derecho por la calle A, diez cuadras. Ahí vas a ver un supermercado. Bueno, seguí tres cuadras más y doblá a la izquierda. Ahí seguís derecho dos cuadras hasta ver un árbol de mango. Mi casa está enfrente, tiene portón azul y paredes blancas». Así, sin números ni nombres, todo es por referencias visuales... mucha informalidad, pero es lo que se estila por acá. Y ya que hablamos de calles, esto es gracioso: yo me creía una diva de las calles porque cruzo a diario una ruta internacional muy transitada, decía que era difícil de derrotar... bueno, me hicieron callar. Es que en Buenos Aires todas las calles son bastante más anchas que acá, y no solo eso, se conduce mucho más rápido. Yo seguía calculando el tiempo que le tomaría a un auto aplastarme si manejaba a la velocidad común en Paraguay, pero estaba equivocada, allá puedo morir en menos segundos.

Bond ...iola y Bond Street: la misión de mi visita. En segundo lugar, después de ver a New Order, claro está. No sé cómo, una vez terminé hablando con algún amigo argentino acerca de la comida típica. Que asado, que bife de chorizo, que empanadas... cosas sabidas de sobra. Hasta que, de repente, escucho una palabra desconocida: bondiola. Mi corazón de gordita, curioso, pregunta qué es eso. Básicamente, «carne de cerdo (no me pregunten qué parte del cuerpo), que se puede comer de muchas formas... (bla, bla, bla) ...y en la Costanera hay carritos en los que se vende en sandwiches enormes con una variedad de salsas para ponerle». Listo, había que probar eso, y en este viaje por fin pude hacerlo. Un lugar similar a las lomiterías de Paraguay, pero con bondiola y con menos creatividad en las salsas (lo siento, en eso somos superiores, lejos). ¿Y qué tal es el sandwichito? Celestial, pruébenlo si alguna vez tienen la oportunidad. Si no les convence la comida callejera, esto es algo que sí puede convencerlos: las palomas que habitan la zona son enormes, porque aprendieron de alguna manera a comer todo despojo de la comida que haya ahí: cuando me lo contaron, pensé que era una mentira, pero en verdad, comen todo (carne, pan, huevo, lechuga, TODO) y ni siquiera lo dudan. Corre una leyenda que dicen que esas palomas se adaptaron tan bien a la vida humana que un día dominarán el mundo. Otro lugar tal vez no tan turístico pero bastante interesante para alguien como yo es Bond Street, un lugar dedicado a estilos alternativos en donde hay muchas tiendas de tatuajes, piercings, accesorios poco comunes, y hasta alguna sex shop. Muy lindo lugar, del cual me llevé una experiencia fallida de colocación de piercing (nada de qué preocuparse), pero que suma en mi colección de vivencias.


Mucho concreto. Muchos argentinos me discutían, decían que en el microcentro de Asunción se pueden ver muchos árboles por todas partes, cuando a mí me parecía que en Buenos Aires había más. Finalmente, resolví el misterio. Lo que pasa es que Asunción tiene, como bien dicen, árboles por todas partes: no sé si muchos o pocos, pero esparcidos por todas partes, se pueden encontrar en cualquier lado. En cambio, en Buenos Aires el microcentro es verdaderamente gris. La gran diferencia en mi percepción son los espacios verdes. En Asunción las plazas son muy pequeñas, del tamaño de una cuadra casi todas. Pero allá las plazas tienen un tamaño considerable, y es posible entrar y ver bastante verde dentro de ellas. Por eso la confusión. Con respecto a lo gris, los edificios dan bastante sombra, porque es muy difícil encontrar algún punto de la ciudad en la que haya edificios de menos de cuatro pisos. Si bien el microcentro asunceño tiene edificios que funcionan casi en su totalidad como locales comerciales u oficinas, las edificaciones son en su mayoría coloniales, que no se pueden modificar y por lo tanto no superan los dos pisos. Y, saliendo unas cuadras de la zona más congestionada, es posible ver gente que vive en casas... o sea, casas de uno o dos pisos, con jardín, con patio, con varias habitaciones, mientras que en Buenos Aires la gente vive toda en departamentos. Es posible que por esa razón se vea mucha gente tomando sol en las plazas por la tarde, ya que no tienen rincones con pasto en el octavo piso de un edificio.


La vida dominguera. Un aspecto cultural bastante llamativo para mí es la actitud de la gente los domingos. Mientras que en Paraguay lo tenemos más como un «día de descanso» (en el cual «descanso» significa «vegetar en la casa»), allá parece ser considerado más bien como un «día recreativo». La gente parece necesitar más una salida, escapar de su casa una tarde de domingo, hacer algo para recrearse. Para tal efecto, hay muchos más sitios abiertos los domingos, preparados para recibir a la gente que sale, lo cual me gusta mucho. Acá, sin embargo, es todo muy apagado, muy muerto, no hay nada que hacer los domingos y tal vez por eso todos preferimos aburrirnos hasta rozar el suicido en nuestras casas.


Tal vez nunca termine de conocer esta ciudad, aunque ya la conozca. Pero, para un fin de semana, estuvo muy bien todo lo que pude hacer, opino yo.