domingo, 17 de noviembre de 2013

La fina línea entre empoderarse y denigrarse

Hace unos años, tenía una cita con un muchacho. La cita sería pagada a medias porque habíamos acordado que era lo justo. Le conté de esto a una amiga, la cual me aconsejó que tenía que "hacer valer mi vagina". Es decir, si el tipo quería avanzar conmigo, tenía que ganárselo. ¿Y cómo se lo ganaría? Pagando todo él.

En la mente de esta amiga, la mujer es un trofeo que el hombre se tiene que ganar. El hombre se mide por la capacidad monetaria que pueda tener para adquirir una mujer. El valor máximo de una mujer es su capacidad de ser deseada por el hombre que le pueda dar más lujos. El valor máximo de un hombre es el dinero que tenga para ganarse a la mujer más deseada.

No la culpo. La han educado para pensar así. A su madre también, a su abuela también, y así por generaciones y generaciones. Las mujeres hemos estado por muchos siglos en posición de necesitar un hombre que nos mantuviera, no porque no fuésemos capaces de mantenernos, sino porque eso nos han hecho creer. Hoy es cada vez más evidente que podemos valernos por nosotras mismas si queremos y que, también si queremos, podemos escoger la compañía de un hombre.

Un hombre llega a nuestras vidas como amigo, como hermano, como pareja, como lo que sea, y lo dejamos quedarse porque queremos, así como ellos se quedan porque quieren. La capacidad de adquirir cosas para nosotras no es criterio para que decidamos entablar relación con los hombres, al menos para algunas mujeres, que al ser capaces de sostenernos por nuestra cuenta, nos fijamos en otros aspectos de los hombres, no solamente su billetera.

Así como sigue habiendo muchas mujeres que se sienten poderosas a través de la explotación de su sexualidad, hay hombres que se sienten poderosos a través de la explotación de su dinero: las mujeres ven su cuerpo como un objeto al servicio masculino a cambio del cual recibirán algún beneficio económico y los hombres adinerados ven su dinero como un medio para conseguir "la mejor mujer".

Yo diría que estas mujeres y estos hombres se buscan mutuamente, se juntan y son felices juntos, si no fuera por el detalle de que en este tipo de relación la mujer, por poderosa que se crea, en realidad está en subordinación. La mujer en esta situación dirá que "tiene al hombre comiendo de la palma de su mano", porque puede hacer que el hombre le compre lo que quiera con tan solo subirle la temperatura un poquito.

Pero es lo opuesto. La mujer en esta posición no tiene poder real, sigue estando en dependencia: si no puede "hacer valer su vagina", no tiene ningún beneficio. Sin embargo, mientras el hombre tenga dinero, no solo puede tener mujeres: puede tener autos, casas, terrenos, servidumbre, todo lo que quiera y que pueda comprar. A esta mujer, su cuerpo le sirve solamente para conseguir hombres; a este hombre, su dinero le sirve para miles de cosas. Para el hombre que se cree poderoso de esta manera, la mujer es un lujo, puede prescindir de ella; para la mujer que se cree poderosa de esta manera, el hombre es una necesidad, porque sin el dinero del hombre no tiene ningún poder.

Así que esa mentalidad que nos han inculcado no cambia realmente hasta que podamos dejar de pensar que tenemos que conseguir de los hombres el favor de la manutención. Hasta que los hombres dejen de pensar que pueden comprar una mujer y disponer de ella como deseen. Hasta que nos demos cuenta de que somos igual de capaces, igual de dignas e igual de respetables.

martes, 1 de octubre de 2013

Bisexuales ocultos

Radio-friendly version.

Como hace poquito se celebró el día de la bisexualidad yo, como bisexual, estaba pensando en que no me caían muy bien las personas bisexuales que se hacen pasar por heterosexuales, y traté de ver por qué me desagrada esta actitud.

Muchos gays y lesbianas también se hacen pasar por heterosexuales y, de alguna manera, yo, que me lanzo tan tolerante, tolero más esto que a un bisexual que finge. Pero ¿por qué?


El principal aspecto que veo es que el gay o la lesbiana finge completamente, dice que le gusta algo que jamás le va a gustar, tiene que crearse un personaje totalmente distinto a su persona para poder hacer su teatro frente a la sociedad.


Sin embargo, el/la bisexual, a pesar de ser también víctima de la sociedad homofóbica tiene la facilidad de poseer un, digámosle, "lado hetero".


Vamos a dar un ejemplo: cuando yo converso con mis amigas heterosexuales puedo hablar de lo más tranquila acerca de hombres, que este me parece churro, que este es feo, etcétera, porque, a pesar de todo, estoy siendo honesta. No finjo, no invento opiniones, no sufro al hablar de que me gustan los hombres. Solamente estoy ocultando que, aparte de atraerme hombres, me atraen mujeres. Mientras yo oculte ese aspecto de mi personalidad, estoy a salvo. Quizás mucha gente bisexual inconscientemente busca protegerse de esta manera, y no debería juzgar tanto porque cada uno tiene circunstancias diferentes.

PERO... ¿es esta la forma correcta de actuar, bisexuales? Es muy sencillo refugiarnos en el lado de nuestra personalidad que la sociedad acepta y ocultar el que la sociedad rechaza. Así conseguimos que nos dejen en paz, pero perpetuamos la incomprensión y la intolerancia. Le estamos pasando la pelota a los gays, lesbianas, trans y demás. Estamos dejando que se defiendan ellos, que se vean ellos. Evitamos participar de una lucha que también nos corresponde solo porque tenemos una especie de "ventaja" para sobrevivir.

Personalmente, me parece que si no nos hacemos ver como lo que realmente somos, la gente nunca va a entender lo que es la bisexualidad (quienes lo son sabrán todas las cosas insólitas que nos preguntan). Creo que tenemos que salir de la comodidad y empezar también a defender lo que somos.

¿Qué opiniones tienen ustedes?

lunes, 25 de marzo de 2013

Mirando una porción


Recuerdo una escena del colegio que me pichó bastante: yo estaba en noveno grado y faltaban relativamente pocas semanas para que terminara el año escolar. La vicedirectora se acercó a mi curso para darnos una charla acerca de las opciones que teníamos para el bachillerato: nos presentó cuatro, las cuatro disponibles en ese colegio.

En mi ingenuidad (tenía quince años ya, pero no necesariamente era astuta), yo dije: «Bueno, voy a seguir Ciencias Sociales porque es lo único que más o menos me interesa», y así fue. Ya a mitad del bachillerato, me había enterado de las otras opciones que había, y estaba relativamente conforme con mi decisión ...hasta que un día escuché de cierto bachillerato que me parecía el más adecuado para mí y que, si hubiese conocido su existencia cuando estaba en noveno grado, definitivamente habría seguido. Pero en ese momento ya era bastante tarde como para empezar de vuelta, por lo cual me tuve que fumar el resto de un bachillerato que no me satisfacía hasta que terminé el colegio.

Ya sé que podía haber sido más lista y averiguar por mi cuenta las diferentes alternativas y que esa falta de ingenio de mi parte no se justifica con nada. También sé que el bachillerato que una hizo no es limitante, que una se puede dedicar a lo que le gusta después sin ningún problema (en eso estoy) y que a lo mejor me estoy tomando todo esto demasiado a pecho.

Pero, de todos modos, me vuelve a veces esa frustración porque no toda la culpa fue mía: quienes debían informarme me brindaron una información incompleta (por un motivo de conveniencia, claro está). No me mostraron todas las posibilidades y yo tuve que decidir «lo menos peor» para zafarme de la situación.

Recordé esto como una asociación que hice en un instante entre las opciones que me presentaron para el bachillerato y los recientes debates de presidenciables, con solo cuatro candidatos determinados por posiciones en las encuestas. Si bien es responsabilidad -y astucia- ciudadana informarnos por nuestra cuenta de las opciones, es también bastante oscuro que los medios solo presenten una parte de las alternativas.