sábado, 30 de julio de 2011

¡Que los jóvenes se besuqueen en lugares públicos!

Así es. Quiero ver púberes y adolescentes en las plazas, en las esquinas, en las paradas de bus, en todas partes, que se besen hasta con los uniformes de sus colegios. No importa que todos sepamos quiénes son y cómo se besan. No importa que «manchen» el «buen nombre» de sus colegios y de sus familias. ¡Que se besen y se abracen! ¡Que se acaricien, que se quieran, y que lo hagan en espacios abiertos!


Expreso este deseo no porque realmente quiera verlos, sino porque me indigna profundamente toda esa gente que no los quiere ver: adultos conservadores que afirman que una pareja joven que se come a besos en el banquito de una plaza «atenta contra las buenas costumbres».


Como si esos adultos, durante la explosión hormonal de la pubertad nunca hubiesen tenido ganas de tomar a la persona que les gustaba y llenarla de besos. Como si nunca hubiesen sentido deseo en sus vidas. Me parece que olvidan esa etapa, ese estado al que aquí en Paraguay conocemos como calentura, palabra que ellos usan de modo despectivo para referirse a aquellos jovencitos que supuestamente «no fueron bien educados por sus familias».

Los que no están siendo educados -y omito la palabra bien-, porque no están siendo educados en lo absoluto por sus familias, son los hijos de estos conservadores. Estos chicos jamás en sus vidas escucharon en sus hogares que alguien explicara lo que es la sexualidad. Esos padres dejan la educación sexual en manos del colegio... aunque a veces el colegio es más conservador que los mismos padres, y entonces los jóvenes o se enteran de las cosas a medias, o no se enteran de nada. Algunos padres van inclusive más lejos y exigen a los colegios que no enseñen a sus hijos sobre esos temas.


Estos padres que ocultan información a sus hijos son los que desprecian el ver adolescentes besuqueándose en la vía pública, porque les aterra que sus hijos los vean. No tanto por miedo a que hagan lo mismo, sino porque, sobre todo, les aterra el verse alguna vez forzados a explicarles a sus niños lo que están viendo. Imagino que esta manera de reaccionar ante la pubertad, de aprisionarla, es fruto de que ellos en su momento también fueron reprimidos y no pueden lidiar con la libertad ajena.


En consecuencia, en esta cobarde actitud parental crecen las pobres criaturas, que al llegar a la pubertad se mueren de miedo al ver su primera menstruación, al ver su primera eyaculación, o al notar cualquier cambio repentino en sus cuerpos. Sí, se mueren de miedo de acercarse a sus padres y preguntarles qué diablos está sucediendo. De igual manera, tiemblan aterrados cuando deben enfrentar a sus familias con la noticia de un embarazo no deseado, porque saben que nadie en casa estará contento de enterarse.


Digo yo, ¿qué clase de familia niega el apoyo a los más inexpertos de sus miembros en una situación que no saben cómo manejar? ¡Pues esas familias hipócritas, que evitan de todas las formas posibles que sus hijos conozcan algo y que más tarde los condenan por sufrir una consecuencia de hacer eso que no conocían! Sepan, adultos conservadores, que educar a los niños en el miedo y evitar que se informen es algo que repudio completamente. Sepan también que si sus hijos adolescentes no se están besuqueando en espacios abiertos, están haciendo muchas más cosas en algún espacio cerrado, y no estarán vistiendo sus uniformes del colegio.

domingo, 17 de julio de 2011

Del fútbol y las bajas prácticas que el mismo, sin fundamento y cobardemente, justifica y protege

Aunque me importe un carajo el fútbol, no puedo evitar notar los comentarios discriminatorios que el fútbol provoca. Y me importa un carajo lo que van a comentar los fanáticos del fútbol sobre esto, pero concluyo que el fanatismo futbolístico sirve de escudo para hacer pasar por legítima la siempre infundada discriminación.

Por lo menos en mi entorno, constato que el fanatismo, el enceguecedor fanatismo, cuando gira en torno al fútbol, no genera jamás una actitud de superación personal ni de alegría por los triunfos propios, sino una actitud de encontrar placer en el fracaso de otros y de sacar a flote lo más inescrupuloso de uno mismo... aunque eso es, quizá, característica inherente a cualquier tipo de fanatismo.

Veamos:

xenofobia, presente. Aquí existe un particular e irracional odio dentro del promedio de la población, en especial la población futbolera, hacia la persona de otro país. Claro ejemplo es el estúpido odio hacia los argentinos, odio ridículo que es fruto de una convergencia de diversos motivos, ninguno lo suficientemente potente, pero todos útiles a la hora de escudarse tras el fanatismo, como un falso pero exaltado nacionalismo que a su vez proviene del desconocimiento de la historia de nuestro país y del desconocimiento de la situación actual y que no es más que una carencia de, por así llamarle, una falta de «autoestima nacional». Es un resentimiento por algo de lo que no tenemos la culpa las generaciones de hoy, pero de lo cual podemos hacernos cargo mediante la eliminación de prejuicios y la construcción de una verdadera apreciación de quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser, sin compararnos con los demás, sin menoscabarlos y sin menoscabarnos.

Homofobia, tal vez debe ser la primera de la lista. En un ambiente futbolero promedio, es bien visto y se considera necesario el emitir ofensas hacia el adversario que impliquen un desprecio por su homosexualidad, como si el adversario fuese homosexual, como si la homosexualidad fuese algo malo. Porque el «herir» la heterosexualidad ajena ensalza la heterosexualidad propia. Porque el fútbol no se trata de dos equipos jugando a quién mete más veces el balón en un arco, sino de quién rebaja más, como le sea posible, al otro.

¿Machismo? ¡Pero claro que sí! Es de común creencia que el cerebro femenino no puede comprender el fútbol. Incluso al haber mujeres que demuestren entenderlo, normalmente se duda de la cultura futbolística de dichas mujeres. Es más, algunas atrevidas hasta pretenden jugarlo, pero eso sí, en torneos separados, porque queda claro que el fútbol de mujeres no es fútbol. Nadie se acuerda ni presta atención en nuestro entorno a los torneos femeninos, y las futbolistas de aquí no ganan ni en sus más dulces sueños lo que ganan los varones. Recuerdo el caso de la mexicana Maribel Domínguez, alias Marigol, quien solicitó participar en un equipo masculino, y a quien la FIFA le había cerrado las puertas, le negó la oportunidad. ¿Miedo a que ella se pudiese desempeñar de igual a igual con los hombres y probara que los prejuicios machistas del fútbol eran absurdos? Algo me huele a que sí.

Racismo, sin duda alguna. Por una cuestión de poseer ciertos rasgos físicos que denoten nuestra raza, nuestro origen, que delaten que somos diferentes, podemos ser víctimas de ofensas en el ambiente del fútbol. Como si los rasgos físicos fueran prueba alguna de la superioridad de una persona sobre otra, cosa que no existe. Pero el fanatismo, siempre controlando los actos de todos, usa la raza como un motivo más para discriminar en vano a otra persona.

Discriminación por edad, por religión, por lo que quieras. Hay para todos. Hay suficiente. Hay de sobra. Los tipos de discriminación que cité son solo algunos, los que con más frecuencia he notado, y sus ejemplos son solo una pequeña muestra de las numerosas maneras que tiene la gente de discriminar.

El tan exitoso fútbol administra su negocio muy bien internamente: funciona, es grande, gusta a millones de personas en el mundo entero. Pero de las actitudes negativas que genera en la sociedad, me pregunto, ¿se hará cargo alguna vez?