sábado, 29 de septiembre de 2018

La edad abandonada

Es ese momento del año en que me pongo sentimental con la preadolescencia. Yo recuerdo, entre los 9 y los 12 años, cómo era muy madura para algunas cosas y muy infantil para otras. Es una etapa muy difícil. Querés que te den más libertades, pero tampoco estás lista para tantas.

Extrañás cómo dibujabas y pintabas en prescolar, pero también querés ver novelas teen. Te gusta estar más alta y fuerte, pero te molestan los cambios en tu cuerpo que te recuerdan que estás dejando la infancia. Te gustan por igual los dos mundos, el infantil y el adolescente, pero un ratito nomás cada uno. Porque sabés que no sos parte de ninguno.

La gente no sabe cómo tratarte: algunas personas te hablan como si fueras muy pequeña, otras como si fueras más grande de lo que sos. Y a vos te gustan las dos maneras, pero te desagradan también. En verdad, vos tampoco sabés bien cómo querés que te traten.

Pese a toda esa lucha, recuerdo que ese periodo de mi vida fue la última vez en que las cosas estuvieron bien. Muy bien. Fueron momentos muy felices. Después llegó la adolescencia y me trajo su nubecita negra que se posó sobre mi cabeza, se quedó a vivir ahí y cada tanto me tira tormentas. Desde ahí no hubo vuelta atrás.

Por eso tal vez me siento tan esperanzada trabajando con niños de estas edades. Ese conflicto de madurez que se vive todos los días es fascinante pero también doloroso y necesita muchísima comprensión. Espero que con mi presencia hoy pueda aportar alguna que otra herramienta para que, cuando llegue el momento y la nube negra los persiga, ellos sí puedan espantarla.