Imagen: fondo difuminado de una persona levantando pesas. Encima, el texto «Le mostraré a todo aquél que dudó de mi capacidad para lograr grandes cosas que estaba equivocado».
Entre las razones para justificar por qué favorecemos cuerpos delgados, está la idea de la disciplina. Creemos que una persona es gorda porque se descuidó, porque no tiene la disciplina suficiente para seguir un régimen. Asumimos como hecho irrefutable que la persona obesa es perezosa. Que levante la mano quien nunca vio en algún lado una imagen de una persona obesa comiendo frente a un televisor como ejemplo cumbre de la holgazanería. Si no, que levante la mano quien nunca vio alguna imagen de gente atlética y musculosa con frases motivadoras de tinte «el que quiere, puede».
Aclaro que el ejercicio me parece algo estupendo y que no hay dudas de los miles de beneficios que tiene la salud, pero el problema es cuando se lo usa como excusa para avergonzar y humillar a otras personas y creernos superiores. Son dos caras de un mismo estereotipo. Puede ser que haya personas obesas desganadas, y puede ser que haya personas delgadas disciplinadas, pero no podemos aplicar esta generalización para cada ser humano. Porque, cuando hablamos de gente, siempre es así: no la conocemos hasta que la conocemos. Pero generalizamos porque nos es más
fácil eso que tomarnos el tiempo de conocer a las personas y sus verdaderas motivaciones y frustraciones.
Y los estereotipos siempre tienen sus peligros. Algunos empleadores
utilizan este prejuicio del gordo haragán abiertamente como excusa
para no contratar personas obesas. Dicen que si una persona no tiene
disciplina con su propio cuerpo no la tendrá en su trabajo, como si
cinco minutos de ver a alguien pudieran decirte qué tan bien o mal
puede hacer una tarea y qué tanto cuida su salud.
Ya sabemos que repudio completamente que en el trabajo se juzgue la
apariencia (y el género, la raza, la orientación sexual, la clase
social, la ideología política, la religión, etcétera) de una
persona por sobre su trabajo, pero es exactamente eso lo que
sucede. Más que disciplina o responsabilidad, lo único que buscan
es sacarse de enfrente a la gente que no les gustaría ver en la entrevista (por este tema
del ideal de belleza occidental que decía antes).
Además de la sola segregación, esta visión de que ser delgado es igual a ser disciplinado tiene una potente manera de asegurarle
a la persona discriminada que esa situación es completamente culpa
suya. Y en esta culpa tiene un gran papel el estereotipo del gordo
perezoso: «estás así porque querés», «estás así porque no
te dignás levantar el culo del sillón» (no hace falta aclarar que «así» significa «mal»); conclusiones sacadas a
los cinco minutos de ver a alguien, sin siquiera haberle hablado.
Conclusiones que ya ni hace falta que las saque un tercero, pues la
misma víctima se apresura a culparse a sí misma para no desencajar
en el mundo, que le dice que, si no puede cambiar su cuerpo para el
agrado de los demás, por lo menos debe demostrar interés en
hacerlo.
Por último, como aporte personal sobre la concepción de obesidad
como igual a pereza: ¿mencioné que el año en que engordé tenía
tres trabajos y estudiaba a la noche? Fue el momento de mi vida en
que mi cuerpo llegó a su peso máximo y, coincidentemente, el
momento en que más me reventé trabajando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario