martes, 30 de marzo de 2010

El deseo de un cierre

Usualmente escuchamos que nuestras vidas se dividen en etapas, en fases que necesariamente debemos atravesar y superar. Vemos ejemplos de esto constantemente; acaso cada día sea una etapa que liquidamos.

Esta sucesión de etapas no es en sí un problema, no está ni bien ni mal, pero nos afecta tan profundamente que las reacciones que generamos ante ella toman tanto protagonismo y, finalmente, otorgan protagonismo a la presencia de las distintas fases.

Lo que anhelamos, siempre sin darnos cuenta, es no dejar las cosas inconclusas: buscamos una forma de marcar el final.

Como ejemplo de esto podríamos tomar una agonía prolongada, una enfermedad angustiosa... lo único que desea quien la padece -y también quienes rodean a esta persona- es que el continuo sufrimiento alcance un desenlace, sea este bueno o malo.

Desde otro ángulo, también sirve de ilustración una lucha muy dura, un ideal o meta que se persigue con empeño... surgen ansias de ver los resultados de la batalla, saber si hemos perdido o si hemos ganado.

Lo que ocurre es que la naturaleza humana no admite el desconocimiento, repudia la incertidumbre y es llevada por su curiosidad a encontrar la mayor cantidad posible de respuestas.

Jamás aceptaremos las cosas hechas a medias, mientras tengamos la certeza de que puede haber un término. Siempre intentaremos encontrar todos los medios necesarios para darle a todo una apropiada conclusión.

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