domingo, 9 de enero de 2011

Odiseas diarias

La manera en que gran parte de la población paraguaya consigue moverse de un lugar a otro es viajando en bus. No es que sea el medio más económico, el más cómodo o el más eficiente: es el único medio. Y moverse en bus es una experiencia plagada de tormentos, que me ha tocado vivir.

Para empezar, tengamos en cuenta la locación: Asunción y alrededores, Paraguay. El casco antiguo de la ciudad de Asunción está dedicado mayormente a albergar oficinas de empresas privadas y de entidades públicas, por lo que no hay muchas viviendas particulares allí. De hecho, la mayor parte de la gente que trabaja en estas oficinas habita en las ciudades aledañas (Lambaré, Mariano R. Alonso, Luque, Fernando de la Mora, entre otras) o en rincones de la misma Asunción que quedan a una distancia considerable del susodicho casco antiguo.

Ahora, consideremos la situación laboral de la mayoría de los trabajadores de estas entidades. Multitud de personas que sobreviven con el dichoso salario mínimo legal vigente (en raros casos, más; muchas veces, inclusive menos), que deben presentarse en las oficinas alrededor de las 8 de la mañana (sepan, lectores y lectoras, que en entidades privadas es categórico el descuento del salario por llegadas tardías).

Tenemos en total tres factores que convergen (el bus como exclusiva posibilidad de transporte, la distancia entre la vivienda y el lugar de trabajo y la prisa por llegar puntualmente) y que generan una situación de caos, caracterizada por embotellamientos en absolutamente todas las vías de entrada a la ciudad capital y las angostísimas calles del casco antiguo colapsadas.

Pero volvamos la vista lentamente al viaje en bus propiamente dicho. La persona que vaya a realizarlo tiene que saber muchas cosas. La primera de todas es la anticipación: no importa que a las 3 de la tarde y en auto un viaje al centro tome menos de media hora. Hay que tomar el bus como mínimo dos horas antes de la hora en la que pretendemos llegar a destino. O sea que si mi horario de entrada es a las 8, tengo que estar de pie a las 5, aproximadamente, y estar esperando el bus a las 6 a más tardar. ¿Por qué? Porque los buses dan vueltas innecesarias en lugar de tomar calles más directas y porque NO cumplen horarios. Si hoy tomé un bus a las 6.15, es probable que mañana no pase ninguno a esa hora. Sin mencionar que la frecuencia con la que pasan es trágica: cada media hora, cada veinte minutos, cada tres horas... imposible saber con exactitud. Además, el lugar por el que pasa el bus queda relativamente distante de la casa, y para agarrar un bus habrá que caminar, atravesando charcos, barro, piedras, polvo, tierra... en fin, lo que toque (particularmente, lo tuve que hacer en tacones). Quizá se asome un bus que te lleve, pero pasará la parada de largo, y habrá que esperar que otros tres buses por lo menos hagan lo mismo hasta que finalmente uno, en el que todavía entra un poco de aire, se detenga y podamos abordarlo.

¿Calidad del viaje? Nula. A menos que subas al bus en su mismo punto de partida, viajarás de pie. Es más, de tan repleto que está el bus, probablemente tengas que colgarte de las puertas, arriesgando tu vida por llegar a tiempo a trabajar. Embarazadas, gente con capacidades diferentes, ancianos o cualquiera que necesite con más urgencia un asiento, ni piense conseguirlo, que tome el bus a otra hora. También hay que saber que el bus no tiene aire acondicionado en verano ni calefacción en invierno, que probablemente se le caigan trozos mientras marcha, que es un vehículo que fue utilizado y desechado en un país en el que cumplió con su vida útil hace muchos años y que no respeta las disposiciones de seguridad que supuestamente impone la ley. Habrá que respetar el gusto musical del chofer, quien nos impodrá la música que nos acompañará durante todo el trayecto a menos que nos atrevamos a llevar nuestro propio reproductor con auriculares correspondientes. En cada semáforo con luz roja, las frenadas serán bruscas, y cada esquina que haya que doblar nos colocará a 45 grados con respecto al suelo.

Otros riesgos: todo tipo de hedores corporales de los demás viajeros, recibir golpes o cortaduras, sofocarse, que alguna persona indispuesta vomite, que un chistoso que va parado detrás de vos decida frotar su zona pélvica contra tus nalgas, que una de las aparentemente inocentes personas que comparten el trayecto con nosotros resulte ser delincuente y aproveche la confusión de la multitud para despojar al maltratado pasajero de su dinero u objetos de valor que duramente consiguió con el trabajo al que se dirige en ese bus-chatarra. Esto como guía básica, hay muchos riesgos menos frecuentes pero no por eso improbables que correremos en el bus y no están mencionados aquí.

Para mucha gente, no existe la opción de acortar distancias y ahorrar tiempo tomando varios buses, pues esto implicaría gastar mucho dinero (si, pese a las aterrorizantes condiciones del viaje, los pasajes en bus tienen un precio bastante alto, del que no se puede escapar porque es la única manera de viajar para quienes no tienen lo suficiente para comprarse un coche o motocicleta. El taxi costaría un salario mínimo en una semana, más o menos) para ir a trabajar y conseguir el dinero que paga el pasaje en bus que nos lleva a trabajar: un círculo vicioso del que se escapa solo contrayendo deudas, obteniendo un ascenso o con décadas de ahorro. Las dos últimas opciones son para mucha gente sueños tan inalcanzables como poder volar, por lo que entran a otro círculo vicioso, el de las deudas, del cual no me ocuparé en este artículo.

El viaje que intenté describir en rasgos generales dura más de una hora. Hay que multiplicar esto por la cantidad de días que debamos viajar así. El resultado que obtenemos es: estrés, impotencia y frustración en cantidades desmedidas. Todo esto debe sumarse, en muchos casos, a la ausencia de desayuno (con toda esta presión mucha gente no tiene tiempo de desayunar), lo que ocasiona aun más estrés, impotencia y frustración.

Y por poco, casi, estamos cerca de decir que todo está perdido. Pero no, todavía tenemos de nuestro lado el poder de las manifestaciones, para la gente que tiene tiempo de salir y quejarse (un gobierno presionado por un pueblo agobiado quizá tarde o temprano escuche y actúe). Para los de agenda más apretada, una opción sería intentar contactar gente que viva cerca de nuestros hogares, que trabaje también en el centro y viajar en grupo en auto, colaborando entre todos para cubrir los gastos del combustible. Es necesario utilizar los buses lo menos posible para que los indiferentes propietarios de empresas de transporte noten que en esas condiciones no pueden seguir sustentando su negocio y se vean obligados a mejorar.

Con que el gobierno algún día nos otorgue medios como trenes, tranvías u otros, por el momento no contemos. Pero podemos trabajar para que alguna vez llegue al poder gente que sí implemente estas mejoras. No es imposible. Tal vez ni siquiera vivamos demasiado tiempo para ver estos progresos, pero no por eso debemos quedarnos de brazos cruzados y condenar a las siguientes generaciones a que perpetúen esta miseria. Todo es cuestión de darnos cuenta de que estamos siendo burlados y que esto sí se puede cambiar.

Sin aludir a ninguna ideología política y sin ser una soñadora irracional, YO digo que: estoy harta y creo posible el fin de esta situación. ¿Alguien se me une?

1 comentario:

  1. La historia de muchos países latinoamericanos, sin duda. Yo recuerdo muy bien cuando me tocaba viajar durante dos horas por la mañana para realizar un viaje de acaso 15 kilómetros de distancia. Un sistema de transporte ineficiente castra el dinamismo de una ciudad, las cosas transcurren siempre a merced del clima y quien sabe que otras cosas mas, pero nunca por que existe una planificación adecuada y previsora.

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