Mi «preocupación» es la siguiente:
cuando se escribe un texto de opinión levemente extenso, es difícil
que sea leído. Sin embargo, cuando ese texto es compartido en
compañía de una imagen, o inclusive cuando el mismo es una imagen
propiamente dicha (por ejemplo, la foto de un graffiti o
un fondo de color con letras llamativas encima), es más probable que
sea leído y recompartido.
Esto
me recuerda que, hace poco, hablaba de algo similar con un amigo que
es artista visual. Yo le decía que normalmente detesto que los
textos vayan acompañados de imágenes, especialmente cuando se trata
de textos literarios. Digamos que, en textos más objetivos, como los
científicos o periodísticos, es útil y a veces necesaria la
presencia de imágenes. Pero en la literatura, la mayoría de las
veces, me parece que otra persona está interfiriendo en mi
interpretación del texto, lo cual me estorba muchísimo.
Él,
sin embargo, me decía que precisaba de las imágenes para poder
soportar la densidad de tantas palabras juntas y como ayuda para
comprender el texto. Fue un interesante minidebate que creo que nos
enseñó un poquito a ambos.
Es
que, como escritora y lectora, me interesa el poder que pueda tener
una obra, las meras palabras escritas, en la imaginación del quien
la lea. Pero también, como amiga de las innovaciones, debo reconocer
que probablemente las imágenes pueden ser una ayuda para llegar a
más personas y que no hay que ceñirse tanto a una sola forma de
expresión.
Si
bien es cierto que el texto por sí solo es en extremo poderoso, es
posible que vayan surgiendo nuevas maneras de potenciarlo en los
tiempos que vengan.
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