Hace unos años, tenía una cita con un muchacho. La cita sería pagada a medias porque habíamos acordado que era lo justo. Le conté de esto a una
amiga, la cual me aconsejó que tenía que "hacer valer mi vagina". Es decir, si el tipo quería
avanzar conmigo, tenía que ganárselo. ¿Y cómo se lo ganaría?
Pagando todo él.
En la mente de esta amiga, la mujer es un trofeo que
el hombre se tiene que ganar. El hombre se mide por la capacidad
monetaria que pueda tener para adquirir una mujer. El valor máximo de
una mujer es su capacidad de ser deseada por el hombre que le pueda dar
más lujos. El valor máximo de un hombre es el dinero que tenga para ganarse a la mujer más deseada.
No la culpo. La han educado para pensar así. A su madre también, a su abuela también, y así por generaciones y generaciones. Las mujeres hemos estado por muchos siglos en posición de necesitar un hombre que nos mantuviera, no porque no fuésemos capaces de mantenernos, sino porque eso nos han hecho creer. Hoy es cada vez más evidente que podemos valernos por nosotras mismas si queremos y que, también si queremos, podemos escoger la compañía de un hombre.
Un hombre llega a nuestras vidas como amigo, como hermano, como pareja, como lo que sea, y lo dejamos quedarse porque queremos, así como ellos se quedan porque quieren. La capacidad de adquirir cosas para nosotras no es criterio para que decidamos entablar relación con los hombres, al menos para algunas mujeres, que al ser capaces de sostenernos por nuestra cuenta, nos fijamos en otros aspectos de los hombres, no solamente su billetera.
Así como sigue habiendo muchas mujeres que se sienten poderosas a través de la explotación de su sexualidad, hay hombres que se sienten poderosos a través de la explotación de su dinero: las mujeres ven su cuerpo como un objeto al servicio masculino a cambio del cual recibirán algún beneficio económico y los hombres adinerados ven su dinero como un medio para conseguir "la mejor mujer".
Yo diría que estas mujeres y estos hombres se buscan mutuamente, se juntan y son felices juntos, si no fuera por el detalle de que en este tipo de relación la mujer, por poderosa que se crea, en realidad está en subordinación. La mujer en esta situación dirá que "tiene al hombre comiendo de la palma de su mano", porque puede hacer que el hombre le compre lo que quiera con tan solo subirle la temperatura un poquito.
Pero es lo opuesto. La mujer en esta posición no tiene poder real, sigue estando en dependencia: si no puede "hacer valer su vagina", no tiene ningún beneficio. Sin embargo, mientras el hombre tenga dinero, no solo puede tener mujeres: puede tener autos, casas, terrenos, servidumbre, todo lo que quiera y que pueda comprar. A esta mujer, su cuerpo le sirve solamente para conseguir hombres; a este hombre, su dinero le sirve para miles de cosas. Para el hombre que se cree poderoso de esta manera, la mujer es un lujo, puede prescindir de ella; para la mujer que se cree poderosa de esta manera, el hombre es una necesidad, porque sin el dinero del hombre no tiene ningún poder.
Así que esa mentalidad que nos han inculcado no cambia realmente hasta que podamos dejar de pensar que tenemos que conseguir de los hombres el favor de la manutención. Hasta que los hombres dejen de pensar que pueden comprar una mujer y disponer de ella como deseen. Hasta que nos demos cuenta de que somos igual de capaces, igual de dignas e igual de respetables.
domingo, 17 de noviembre de 2013
martes, 1 de octubre de 2013
Bisexuales ocultos
Radio-friendly version.
Como hace poquito se celebró el día de la bisexualidad yo, como bisexual, estaba pensando en que no me caían muy bien las personas bisexuales que se hacen pasar por heterosexuales, y traté de ver por qué me desagrada esta actitud.
Muchos gays y lesbianas también se hacen pasar por heterosexuales y, de alguna manera, yo, que me lanzo tan tolerante, tolero más esto que a un bisexual que finge. Pero ¿por qué?
El principal aspecto que veo es que el gay o la lesbiana finge completamente, dice que le gusta algo que jamás le va a gustar, tiene que crearse un personaje totalmente distinto a su persona para poder hacer su teatro frente a la sociedad.
Sin embargo, el/la bisexual, a pesar de ser también víctima de la sociedad homofóbica tiene la facilidad de poseer un, digámosle, "lado hetero".
Vamos a dar un ejemplo: cuando yo converso con mis amigas heterosexuales puedo hablar de lo más tranquila acerca de hombres, que este me parece churro, que este es feo, etcétera, porque, a pesar de todo, estoy siendo honesta. No finjo, no invento opiniones, no sufro al hablar de que me gustan los hombres. Solamente estoy ocultando que, aparte de atraerme hombres, me atraen mujeres. Mientras yo oculte ese aspecto de mi personalidad, estoy a salvo. Quizás mucha gente bisexual inconscientemente busca protegerse de esta manera, y no debería juzgar tanto porque cada uno tiene circunstancias diferentes.
PERO... ¿es esta la forma correcta de actuar, bisexuales? Es muy sencillo refugiarnos en el lado de nuestra personalidad que la sociedad acepta y ocultar el que la sociedad rechaza. Así conseguimos que nos dejen en paz, pero perpetuamos la incomprensión y la intolerancia. Le estamos pasando la pelota a los gays, lesbianas, trans y demás. Estamos dejando que se defiendan ellos, que se vean ellos. Evitamos participar de una lucha que también nos corresponde solo porque tenemos una especie de "ventaja" para sobrevivir.
Personalmente, me parece que si no nos hacemos ver como lo que realmente somos, la gente nunca va a entender lo que es la bisexualidad (quienes lo son sabrán todas las cosas insólitas que nos preguntan). Creo que tenemos que salir de la comodidad y empezar también a defender lo que somos.
¿Qué opiniones tienen ustedes?
Como hace poquito se celebró el día de la bisexualidad yo, como bisexual, estaba pensando en que no me caían muy bien las personas bisexuales que se hacen pasar por heterosexuales, y traté de ver por qué me desagrada esta actitud.
Muchos gays y lesbianas también se hacen pasar por heterosexuales y, de alguna manera, yo, que me lanzo tan tolerante, tolero más esto que a un bisexual que finge. Pero ¿por qué?
El principal aspecto que veo es que el gay o la lesbiana finge completamente, dice que le gusta algo que jamás le va a gustar, tiene que crearse un personaje totalmente distinto a su persona para poder hacer su teatro frente a la sociedad.
Sin embargo, el/la bisexual, a pesar de ser también víctima de la sociedad homofóbica tiene la facilidad de poseer un, digámosle, "lado hetero".
Vamos a dar un ejemplo: cuando yo converso con mis amigas heterosexuales puedo hablar de lo más tranquila acerca de hombres, que este me parece churro, que este es feo, etcétera, porque, a pesar de todo, estoy siendo honesta. No finjo, no invento opiniones, no sufro al hablar de que me gustan los hombres. Solamente estoy ocultando que, aparte de atraerme hombres, me atraen mujeres. Mientras yo oculte ese aspecto de mi personalidad, estoy a salvo. Quizás mucha gente bisexual inconscientemente busca protegerse de esta manera, y no debería juzgar tanto porque cada uno tiene circunstancias diferentes.
PERO... ¿es esta la forma correcta de actuar, bisexuales? Es muy sencillo refugiarnos en el lado de nuestra personalidad que la sociedad acepta y ocultar el que la sociedad rechaza. Así conseguimos que nos dejen en paz, pero perpetuamos la incomprensión y la intolerancia. Le estamos pasando la pelota a los gays, lesbianas, trans y demás. Estamos dejando que se defiendan ellos, que se vean ellos. Evitamos participar de una lucha que también nos corresponde solo porque tenemos una especie de "ventaja" para sobrevivir.
Personalmente, me parece que si no nos hacemos ver como lo que realmente somos, la gente nunca va a entender lo que es la bisexualidad (quienes lo son sabrán todas las cosas insólitas que nos preguntan). Creo que tenemos que salir de la comodidad y empezar también a defender lo que somos.
¿Qué opiniones tienen ustedes?
lunes, 25 de marzo de 2013
Mirando una porción
Recuerdo una escena del colegio que me pichó bastante: yo estaba en noveno grado y faltaban relativamente pocas semanas para que terminara el año escolar. La vicedirectora se acercó a mi curso para darnos una charla acerca de las opciones que teníamos para el bachillerato: nos presentó cuatro, las cuatro disponibles en ese colegio.
En mi ingenuidad (tenía quince años ya, pero no necesariamente era astuta), yo dije: «Bueno, voy a seguir Ciencias Sociales porque es lo único que más o menos me interesa», y así fue. Ya a mitad del bachillerato, me había enterado de las otras opciones que había, y estaba relativamente conforme con mi decisión ...hasta que un día escuché de cierto bachillerato que me parecía el más adecuado para mí y que, si hubiese conocido su existencia cuando estaba en noveno grado, definitivamente habría seguido. Pero en ese momento ya era bastante tarde como para empezar de vuelta, por lo cual me tuve que fumar el resto de un bachillerato que no me satisfacía hasta que terminé el colegio.
Ya sé que podía haber sido más lista y averiguar por mi cuenta las diferentes alternativas y que esa falta de ingenio de mi parte no se justifica con nada. También sé que el bachillerato que una hizo no es limitante, que una se puede dedicar a lo que le gusta después sin ningún problema (en eso estoy) y que a lo mejor me estoy tomando todo esto demasiado a pecho.
Pero, de todos modos, me vuelve a veces esa frustración porque no toda la culpa fue mía: quienes debían informarme me brindaron una información incompleta (por un motivo de conveniencia, claro está). No me mostraron todas las posibilidades y yo tuve que decidir «lo menos peor» para zafarme de la situación.
Recordé esto como una asociación que hice en un instante entre las opciones que me presentaron para el bachillerato y los recientes debates de presidenciables, con solo cuatro candidatos determinados por posiciones en las encuestas. Si bien es responsabilidad -y astucia- ciudadana informarnos por nuestra cuenta de las opciones, es también bastante oscuro que los medios solo presenten una parte de las alternativas.
viernes, 21 de diciembre de 2012
«Relaciones diplomáticas»
Puede que este sea el momento
apropiado para volver a delimitar ciertas interacciones con ciertas
personas. Es verdad que esto es algo que todos hacemos cada tanto,
inclusive sin darnos cuenta, pero tal vez en este momento las
circunstancias se presten para llevarlo a cabo conscientemente y, ¿por
qué no?, para detenerme a analizar, así sea tan solo de modo
superficial, los motivos que me conducen a desear esta reorganización.
Básicamente, sigo siendo yo, aunque ya no soy la misma. Conservo mi posición de siempre acerca de muchas cosas, pero no puedo ni debo negar que he cambiado, que estoy cambiando y que cambiaré más aun en el futuro. Crezco, conozco más, sé más, y eso me hace diferente a la que era hace unos años: más sensata, más preparada, más tolerante. Más pulida. Menos egoísta. Mejor persona, o por lo menos con más ganas de serlo.
Y aquí es donde entro a chocar con algunas de mis relaciones. No se puede, por supuesto, coincidir en todo con todos. Las diferencias son necesarias y enriquecedoras, así que no precisamente por chocar voy a evitar todo contacto con quien choque conmigo, pues es importante que diferentes puntos de vista se alimenten mutuamente.
Hay que tener presente, también, que en los casos de choque irreconciliable en los cuales las diferencias son tantas que no se puede hablar prácticamente de nada, no necesariamente responderé con total odio hacia la persona con quien estas diferencias se presenten.
Pero, cuando todo diálogo es insostenible, posiblemente convenga alejarme un poco. Noté la existencia de personas que parecen haberse estancado en el momento en que las conocí, sin asimilar los miles de cambios que han sucedido desde entonces; que piensan que tienen la razón en todo momento; que siempre evitan el cruce de ideas. Noté, y no sé cómo no me di cuenta antes, que quienes se muestran conservadores extremos en algún punto, fácilmente pueden mostrarse conservadores extremos en el resto de los puntos que se puedan debatir. Se resisten a lo desconocido cuando lo desconocido existe y modifica lo conocido constantemente.
Por esta actitud, entonces, tan opuesta a la mía de intentar manejar lo mejor posible la diversidad y los cambios, es que se ocasiona un choque irreconciliable. Así que en esto consistirá la restructuración que pretendo hacer: por mi bienestar y por bienestar de ellos, creo que lo más apropiado (al menos momentáneamente) es evitar el contacto y acercarme, en cambio, a personas que puedan enseñarme y aprender de mí, que estén dispuestas a escucharme y que las escuche. Un cambio de mis relaciones, en fin, que espero me haga bien, aunque no sé qué tan «diplomático» sea realmente.
Básicamente, sigo siendo yo, aunque ya no soy la misma. Conservo mi posición de siempre acerca de muchas cosas, pero no puedo ni debo negar que he cambiado, que estoy cambiando y que cambiaré más aun en el futuro. Crezco, conozco más, sé más, y eso me hace diferente a la que era hace unos años: más sensata, más preparada, más tolerante. Más pulida. Menos egoísta. Mejor persona, o por lo menos con más ganas de serlo.
Y aquí es donde entro a chocar con algunas de mis relaciones. No se puede, por supuesto, coincidir en todo con todos. Las diferencias son necesarias y enriquecedoras, así que no precisamente por chocar voy a evitar todo contacto con quien choque conmigo, pues es importante que diferentes puntos de vista se alimenten mutuamente.
Hay que tener presente, también, que en los casos de choque irreconciliable en los cuales las diferencias son tantas que no se puede hablar prácticamente de nada, no necesariamente responderé con total odio hacia la persona con quien estas diferencias se presenten.
Pero, cuando todo diálogo es insostenible, posiblemente convenga alejarme un poco. Noté la existencia de personas que parecen haberse estancado en el momento en que las conocí, sin asimilar los miles de cambios que han sucedido desde entonces; que piensan que tienen la razón en todo momento; que siempre evitan el cruce de ideas. Noté, y no sé cómo no me di cuenta antes, que quienes se muestran conservadores extremos en algún punto, fácilmente pueden mostrarse conservadores extremos en el resto de los puntos que se puedan debatir. Se resisten a lo desconocido cuando lo desconocido existe y modifica lo conocido constantemente.
Por esta actitud, entonces, tan opuesta a la mía de intentar manejar lo mejor posible la diversidad y los cambios, es que se ocasiona un choque irreconciliable. Así que en esto consistirá la restructuración que pretendo hacer: por mi bienestar y por bienestar de ellos, creo que lo más apropiado (al menos momentáneamente) es evitar el contacto y acercarme, en cambio, a personas que puedan enseñarme y aprender de mí, que estén dispuestas a escucharme y que las escuche. Un cambio de mis relaciones, en fin, que espero me haga bien, aunque no sé qué tan «diplomático» sea realmente.
domingo, 9 de septiembre de 2012
Antitacones y antisostenes
Un par de personas a las que desearía conocer y con las que desearía hablar seriamente son las siguientes: quien sea que haya popularizado los tacones y quien sea que haya popularizado los sostenes.
Sabemos que los calzados altos -que dan más estatura y una postura más «elegante»-, así como las prendas que sujetan los pechos, datan de varios siglos atrás. Es más, anteriormente hacían sufrir a sus portadoras mucho más que ahora con esas plantillas imposibles o esas varillas de hierro que reubicaban todos los órganos internos como podían.
Pero eso no quiere decir que no se sufra ahora. Los tacos son una crueldad por donde se los mire: deforman, incomodan y, sobre todo, ocasionan dolor. Son tan crueles que, a sabiendas de todo esto, nos siguen pareciendo bellos. Seguimos deseándolos y seguimos pensando que nos hacen ver mejor. Son tan infames que nos terminamos acostumbrando a usarlos hasta el punto en que resulta más fácil caminar con ellos que con zapatos planos. Mientras tanto, los zapatos más prácticos y cómodos son unos marginados de la estética.
Lo mismo con los sostenes: es verdad que ya no nos encorsetamos de la cadera al cuello, pero sigue siendo un sufrimiento la cuestión de la sujeción. Es que, si bien no hay nada mejor que andar suelta, a veces es necesario un poco de soporte: al correr, al hacer ejercicio, etcétera, ya que los senos que saltan pueden llegar a ocasionar dolor. Pero usar la necesidad de agarre como excusa para inventar corpiños imposibles es algo cruento.
Hay de todo: telas que irritan, aros que se rompen y se incrustan en la piel, rellenos que proporcionan dimensiones irreales (esto a algunas les gusta, no juzgo), colores y diseños inimaginables. Todo esto en medidas estandarizadas que se venden al por mayor, como si todas fuéramos iguales. Al final, terminamos conformándonos con un sostén que se cierre bien en la espalda, pero con breteles largos; o uno con los breteles bien, pero que nos queda o muy chico o muy grande en los pechos; o cualquier otro problema, que pensamos es culpa nuestra por no ser como el maniquí que lo exhibe. Con todo eso, también optamos por lo más «lindo», mientras un eficiente y confortable sostén deportivo queda descartado, por feo.
En mi caso, mi asimétrico cuerpo hace tiempo que se resignó a no ser alto y a la inexistencia del soutien perfecto. Tampoco es sencillo, pero se sufre mucho menos. Tal vez haya otras personas en el mundo que piensen que esto es razonable. Digo.
Sabemos que los calzados altos -que dan más estatura y una postura más «elegante»-, así como las prendas que sujetan los pechos, datan de varios siglos atrás. Es más, anteriormente hacían sufrir a sus portadoras mucho más que ahora con esas plantillas imposibles o esas varillas de hierro que reubicaban todos los órganos internos como podían.
Pero eso no quiere decir que no se sufra ahora. Los tacos son una crueldad por donde se los mire: deforman, incomodan y, sobre todo, ocasionan dolor. Son tan crueles que, a sabiendas de todo esto, nos siguen pareciendo bellos. Seguimos deseándolos y seguimos pensando que nos hacen ver mejor. Son tan infames que nos terminamos acostumbrando a usarlos hasta el punto en que resulta más fácil caminar con ellos que con zapatos planos. Mientras tanto, los zapatos más prácticos y cómodos son unos marginados de la estética.
Lo mismo con los sostenes: es verdad que ya no nos encorsetamos de la cadera al cuello, pero sigue siendo un sufrimiento la cuestión de la sujeción. Es que, si bien no hay nada mejor que andar suelta, a veces es necesario un poco de soporte: al correr, al hacer ejercicio, etcétera, ya que los senos que saltan pueden llegar a ocasionar dolor. Pero usar la necesidad de agarre como excusa para inventar corpiños imposibles es algo cruento.
Hay de todo: telas que irritan, aros que se rompen y se incrustan en la piel, rellenos que proporcionan dimensiones irreales (esto a algunas les gusta, no juzgo), colores y diseños inimaginables. Todo esto en medidas estandarizadas que se venden al por mayor, como si todas fuéramos iguales. Al final, terminamos conformándonos con un sostén que se cierre bien en la espalda, pero con breteles largos; o uno con los breteles bien, pero que nos queda o muy chico o muy grande en los pechos; o cualquier otro problema, que pensamos es culpa nuestra por no ser como el maniquí que lo exhibe. Con todo eso, también optamos por lo más «lindo», mientras un eficiente y confortable sostén deportivo queda descartado, por feo.
En mi caso, mi asimétrico cuerpo hace tiempo que se resignó a no ser alto y a la inexistencia del soutien perfecto. Tampoco es sencillo, pero se sufre mucho menos. Tal vez haya otras personas en el mundo que piensen que esto es razonable. Digo.
viernes, 3 de agosto de 2012
Posibles efectos colaterales del feminismo
Me imagino en unos años más, no muy diferente a lo que soy ahora, firme en mis posturas. Soltera, probablemente. Sin hijos, de eso no hay duda. Y voy a estar muy feliz con esa vida.
Lo que no había pensado es que, a los ojos de mucha gente, voy a ser la típica "solterona amargada", sin querer. No se me había ocurrido que, en vez de una elección de cómo vivir mi vida, lo que tendré parecerá a muchos una consecuencia de mi supuesto mal humor. Porque la gente todavía seguirá pensando que, si una persona no se casó y no tuvo hijos a cierta edad, es porque algún problema tiene. No pueden contemplar que algunos simplemente eligen vivir de otra forma.
Esta elección mía probablemente ayude a perpetuar el mito de que las solteras somos amargadas, que necesitamos una pareja (hombre, claro, ¿qué pensás) y ser madres para llegar a la autorrealización. En mi caso, el estilo de vida solteril y la práctica de quejarme y criticar lo que se me antoje son una coincidencia. Sin embargo, es muy fácil usar esta coincidencia para generalizar.
Entonces, muchas personas podrían hacer relaciones absurdas, como: «tiene cierta edad, no tiene hijos, está soltera y se queja por todo. ¡Es amargada porque no ligó un esposo a tiempo!». Para más drama, podrían añadir: «Seguro que es lesbiana».
Me preocupa mucho, verdaderamente, que ejemplos aislados como este sean tomados por la gente para hacer creer a las chicas que el defender sus derechos las volverá malhumoradas, arrugadas, feas y solteronas. Que hagan uso de casos muy concretos para hacer creer que la única meta posible en la vida de una mujer es precipitarse tras el primer imbécil que se encuentre para no ser como «esas feministas tristes, solas, viejas y feas».
Tal vez este escenario suene un poco extremo, pero yo lo siento peligrosamente cerca. Si llegara a suceder algo así, es posible que me pregunte algunas veces si todo el esfuerzo habrá valido la pena, que me tambalee un poco.
Pero hay que animarse.
jueves, 5 de julio de 2012
Nuevas expresiones escritas
Mi «preocupación» es la siguiente:
cuando se escribe un texto de opinión levemente extenso, es difícil
que sea leído. Sin embargo, cuando ese texto es compartido en
compañía de una imagen, o inclusive cuando el mismo es una imagen
propiamente dicha (por ejemplo, la foto de un graffiti o
un fondo de color con letras llamativas encima), es más probable que
sea leído y recompartido.
Esto
me recuerda que, hace poco, hablaba de algo similar con un amigo que
es artista visual. Yo le decía que normalmente detesto que los
textos vayan acompañados de imágenes, especialmente cuando se trata
de textos literarios. Digamos que, en textos más objetivos, como los
científicos o periodísticos, es útil y a veces necesaria la
presencia de imágenes. Pero en la literatura, la mayoría de las
veces, me parece que otra persona está interfiriendo en mi
interpretación del texto, lo cual me estorba muchísimo.
Él,
sin embargo, me decía que precisaba de las imágenes para poder
soportar la densidad de tantas palabras juntas y como ayuda para
comprender el texto. Fue un interesante minidebate que creo que nos
enseñó un poquito a ambos.
Es
que, como escritora y lectora, me interesa el poder que pueda tener
una obra, las meras palabras escritas, en la imaginación del quien
la lea. Pero también, como amiga de las innovaciones, debo reconocer
que probablemente las imágenes pueden ser una ayuda para llegar a
más personas y que no hay que ceñirse tanto a una sola forma de
expresión.
Si
bien es cierto que el texto por sí solo es en extremo poderoso, es
posible que vayan surgiendo nuevas maneras de potenciarlo en los
tiempos que vengan.
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