viernes, 15 de octubre de 2010

Cháke la tatu!*

De cierto modo, me fascina el miedo que se tiene a la vagina. El miedo de que una mujer haga lo que se le ocurra, que haga lo que antaño solo hacían los hombres, que se destaque y que supere a los varones. Me fascina porque es curioso estudiar este miedo, este irracional e infundado miedo, que se manifiesta mediante la limitación de la mujer. Antes de ahondar, quiero pedir disculpas a toda la gente que pueda leerme por referirme a la mujer como vagina (mi excusa, aunque no válida, es que quiero llamar la atención desde el título), pues es verdad que somos mucho más que partes de nuestro cuerpo.

¿Somos más que partes de nuestros cuerpos? Porque para gran cantidad de gente, la mujer se resume en: senos, nalgas, vagina (partiendo de la utilidad sexual); comida, limpieza, crianza de hijos (partiendo de la utilidad doméstica) y.... no, no hay más ámbitos en los cuales se pueda incluir a una mujer. Esto es limitación.

Dirán que mi queja está gastada, que siempre digo lo mismo, que la mujer hoy día ocupa cualquier ámbito imaginable... y más vale que ocupe cualquier ámbito, con igualdad de condiciones ante los hombres, pero también más vale que diga siempre lo mismo, porque a pesar de todos los logros, todavía quedan trechos largos por recorrer. Por esto, mi queja no está gastada en lo absoluto. Y en cuanto a la mujer ocupando cualquier ámbito, quería hacer una consideración: es aquí donde se siguen viendo las sutiles diferencias: un ejemplo es la mujer que trabaja en una oficina. Por lo general, tiene que ir vestida con «ropa de oficina,» que no es solo ropa. Incluye maquillaje, zapatos altos y una cartera incómoda en la que guarda las miles de cosas que necesitará durante el día. Esta ropa generalmente no es muy confortable de usar, el maquillaje hace perder tiempo, la cartera es bastante complicada de llevar, y los tacos revientan los pies de dolor y los deforman. Con todo, la mujer tiene que parecer una muñeca o una portada de revista en todo momento. Ya no disimula la incomodidad, se acostumbra a ella. En el peor de los casos, la mujer viene con la idea muy profunfamente implantada de que es así como deben ser las cosas, por lo que ni siquiera ya necesita acostumbrarse a la incomodidad, porque es algo obligatorio. Y siempre, o casi siempre, la mujer tiene alguna dificultad que el hombre no tiene. Esto, señoras y señores, es limitación.

En el mundo del delito, es considerable y es irónica la justicia que son capaces de aplicar los ladrones. Para ellos, todas las víctimas son iguales... o al menos eso pensaba yo. No sé si en serio los delincuentes se aprovechan, o si todo solo está en la mente de la sociedad. Pero una mujer que sale de noche, o que sale sola, o que sale de noche y sola, es blanco directo. ¿Por qué? Porque es mujer, simplemente por eso. Nos obligan a las mujeres a vivir con miedo, a llenarnos de compañía, a pasar momentos desagradables con tal de no arriesgar nuestras vidas, y eso es limitación.

Bueno, creo que queda claro cómo se limita a la mujer, cómo se le impide desenvolverse en un 100%. Esto es culpa de la gente, de nadie más, por supuesto. Pero es alarmante qué sector de la sociedad es el que origina esta situación: ¡las mismas mujeres! Así de raro como suena: son las mujeres quienes se reprimen a sí mismas y reprimen a las demás.

Por supuesto, no todas las mujeres, pero una gran mayoría.

Desde chiquitas, muchas niñas son instruidas por sus madres en labores domésticas, lo cual no está de más saber para nadie. El problema con esto es que son instruidas no solo en las labores, sino que son instruidas en estas labores mientras sus hermanos mayores meriendan viendo la tele... una merienda que su hermanita preparó. El hombre, por ser hombre, no ayuda en lo más mínimo con tareas del hogar, y por lo general se la pasa relajándose... descansa de tanto descansar. Pasan los años, en los cuales la nena tiene toda la carga del trabajo doméstico, sin ayuda de su hermano o cualquier otro varón (porque los hombres no hacen esas cosas) y sin ayuda de su madre (que ya hizo lo suyo en su infancia, por lo que ahora se entrega al chisme y a las telenovelas mientras su hija limpia). Y tiene que combinar todo eso con el estudio, porque ahora las nenas van a la escuela.

Y pobres de ellas si sacan malas notas. Eso automáticamente quiere decir que están pensando en muchachos, y que por eso no se concentran en el estudio. Lo cual, obviamente, es muy mal visto. Solo los varones pueden desear mujeres y hacer su deseo público mediante soeces «piropos» para la primera que se le cruce. Se espera que la mujer sea recatada y mantenga perfil bajo. Si no es así, las demás mujeres de inmediato le darán la espalda y se referirán a ella como puta, buscona, y un largo etcétera.

Al salir, si es que sale, una mujer debe regresar temprano. Un hombre puede llegar cuando se le antoje (él siempre sale), porque es hombre, tan solo por eso. Pero la mujer, nunca. Si llega tarde, se puede esperar un gran sermón por parte de toda la casa, pero sobre todo por parte de las mujeres que en ella habiten.

Al hablar de planes para la vida. El plan para la mujer debe ser casarse, tener hijos/as y educarlos/as de la misma manera en que su familia fue educada.

Esta sumisión de la mujer por parte de la misma mujer se ve acompañada de una desmedida protección del hombre. Normal es que una madre le prepare un jugo a su hijo y una escoba a su hija. Un profesor de historia que tuve en el colegio una vez comentó que esta actitud tan injusta surgió tras la guerra del 70 (Guerra contra la Triple Alianza para paraguayos, Guerra del Paraguay para el resto del mundo): la población quedó diezmada, pero más aun la población masculina. Los pocos varones que quedaron eran necesarios para poblar de nuevo el país, por lo que las mujeres evitaban que los mismos se esforzaran demasiado y los llenaban de cuidados cuando estaban en casa.

Y el país se pobló. Rápidamente. Los hombres abundaron y crecieron fuertes. Pero esa idea de evitar que se esfuercen demasiado, de hacer todo por ellos y dejarlos que hagan solamente lo que quieran, quedó. No solo quedó, se contagió un poquito a la mente masculina. Pero sigue más fuerte siempre en la mente de las mujeres, quienes se reprimen unas a otras y se reprimen hasta a sí mismas.

Afortunadamente, crecer así no fue mi caso, y es quizá por eso que me di cuenta de que a mi alrededor se hacían las cosas de otro modo, de un modo que no puedo aceptar. Por suerte, yo sí crecí rodeada de mentes con horizontes más amplios. Por suerte, crecí en un ambiente en el cual no me limitaron.


*Frase del guaraní que significa «cuidado con la vagina.»

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