jueves, 8 de diciembre de 2011

Espía en Buenos Aires

Cuando una persona visita un lugar nuevo, con cultura diferente, por primera vez, es seguro que se sorprenderá de todo aquello que en su lugar de origen no puede ver. Una experiencia así es muy valiosa, porque las primeras impresiones dan un panorama único acerca del lugar que se conoce.

Sin embargo, yo no puedo dar esta clase de testimonio con respecto a la ciudad de Buenos Aires, lamentablemente. Si bien podría ponerme a citar aquellos aspectos que son distintos a los de mi estilo de vida, no los cito con sorpresa o admiración, porque ya visité esa ciudad numerosas veces, desde mi infancia. Entonces, si bien siempre se encuentran cosas nuevas, de las cosas más famosas, de lo más típico, de lo más popular, yo no me sorprendo: lo acepto como algo propio, algo que ya forma parte de mi cultura, aunque sea a ratos.

En verdad es muy interesante tener esta relación tan amistosa con una ciudad extranjera en particular, aunque no sienta esa admiración que sentiría otra persona de mi edad que no la conoce. Es una perspectiva quizá menos emocionante, pero bastante peculiar. Por este motivo, en mi último viaje, tuve una misión: encontrar lo que no conocía de Buenos Aires, visitar sitios a los que normalmente no llevarían a un turista, resaltar cualquier pequeño aspecto cultural del que no me había percatado antes.

Tal vez lo que pude rescatar no sea tan valioso para otras personas, o tan interesante. Tal vez ya conocían todo esto y piensen: «ay, ¿fuiste varias veces y nunca te diste cuenta de estas cosas?». Pero para mí, que ya estoy satisfecha de tanto Obelisco y tanta Casa Rosada, atender a los aspectos menos turísticos, iniciar una relación más estrecha con la ciudad y darme cuenta de las cosas que antes había pasado por alto son cosas invaluables, a nivel personal.

Hecha la introducción, aquí va lo que pude sacar tras un muy breve fin de semana en Buenos Aires:

Gente diversa: es normal, la población de esa ciudad es varias veces mayor a la de mi país entero, por lo cual se ve gente de todas formas, tamaños y colores. Entre esa diversidad, me fue posible apreciar algunas cosas difíciles de ver en Paraguay. Por ejemplo, los piercings, que acá son cosa mayormente de jóvenes que, ni bien consiguen trabajo se los tienen que quitar porque a sus empleadores no les gusta. Allá, sin embargo, todo el mundo tiene al menos uno en la cara. Y trabajan, inclusive en cargos de atención al público. Hay una mayor aceptación del body art, un mayor respeto hacia él. Otra cosa bastante interesante es ver gente mayor: claro, con una gastronomía basada en frituras y el calor infernal, en Paraguay la hipertensión ya no es una enfermedad, es un estilo de vida, y difícilmente se espera superar los 74 años de edad. Todos tenemos un tío, vecino, conocido, al que "le dio un patatús (infarto) a los 50 y se murió". Pero en Buenos Aires es posible ver personas que rondan los 80 años caminando por las calles, lo cual debo admitir que no es común para mí. Chicos: si bien muchas amigas mías se han interesado en la bisexualidad al deslumbrarse con la belleza de las mujeres bonaerenses, yo quiero decir que en Asunción las chicas no tienen nada que envidiar, son los hombres los que deben preocuparse. Me llamaron la atención como mucho tres mujeres, pero con los chicos es otra historia. Por todos los cielos, me enamoraba cada tres minutos. Definitivamente, se pone difícil la vida con hombres tan lindos. Chicas: me resultó muy difícil ver niñas adolescentes. Primero pensé que no existían, pero después descubrí que todas ellas se visten con intenciones de parecer mayores de veinte... y lo consiguen. Es normal en la adolescencia ese afán por crecer, aquí también se nota en las niñas, pero de manera menos exagerada: dentro de todo, las «quinceañeras» paraguayas disfrutan la edad que tienen y disfrutan demostrarla.

De modales y maneras: sí, puedo ser bastante descortés en otros lados. En el bus, cuando la gente sube, saluda al conductor con un «buen día»; te piden disculpas cuando chocan contra vos en la calle, aunque haya sido tan suavemente que ni lo sentiste; te agradecen gestos mínimos como moverte unos centímetros para dejarlos pasar sin que te lo pidan. Lo pienso y busco entenderlo: es probable que en Paraguay nos cuesta un poco expresarnos aunque sobrentendamos las disculpas o el agradecimiento... o que seamos más rudos, no sé. Hablando de modales, algo que me llamó la atención un poco es que, si bien hay bastantes papeleras en las calles, la gente no las usa para arrojar su basura. No se fíen, en Paraguay somos bastante sucios también, pero acá directamente no existen los basureros callejeros, o nos guardamos la basura hasta llegar a casa (lo que yo hago) o la tiramos en cualquier lado. Sin embargo, con tantos tachos hambrientos de papeles (porque cada treinta metros te acecha un repartidor de volantes), terminan todos en el suelo. Bastante raro para mí, pero quizás solo para mí, yo creo que no todos los paraguayos notarían esto. Otra cosa que me resultó llamativa es que un peatón cualquiera que necesite con urgencia un baño, puede sin problemas entrar en casi cualquier local, usar el sanitario y retirarse sin necesidad de comprar nada de allí. En Paraguay, yo como mucho hago eso en los grandes shoppings, en donde es más difícil que noten que entré solo por el toilette. Generalmente, los restaurantes tienen sanitarios exclusivos para sus clientes, no son baños públicos.

Oh, ¿adónde me están llevando? Ríanse de mí, mucho. Como en Paraguay todos los medios de transporte terrestre nos hacen ver la ruta que recorremos, sentí que mi percepción del espacio se distorsionaba un poco al subir a un bus, sentarme en un asiento que da la espalda al recorrido y apunta hacia la parte trasera del vehículo, que el bus arranque ¡y me lleve para atrás! Fueron solo unos segundos de sentirme perdida, pero es una experiencia pequeña que acá en casa no siento.

Calles y números. ¡Ay, qué dolor de cabeza me puede causar la precisión! Mi mente no puede procesar una idea tan simple como «calle X, número X, barrio X». Me resulta extremadamente difícil llegar a un lugar si me dan la dirección exacta, no puedo. Estoy acostumbrada a una informalidad ingente en las direcciones: si bien hay calles y números, en Paraguay nosotros explicamos las direcciones de una manera similar a esta: «andá derecho por la calle A, diez cuadras. Ahí vas a ver un supermercado. Bueno, seguí tres cuadras más y doblá a la izquierda. Ahí seguís derecho dos cuadras hasta ver un árbol de mango. Mi casa está enfrente, tiene portón azul y paredes blancas». Así, sin números ni nombres, todo es por referencias visuales... mucha informalidad, pero es lo que se estila por acá. Y ya que hablamos de calles, esto es gracioso: yo me creía una diva de las calles porque cruzo a diario una ruta internacional muy transitada, decía que era difícil de derrotar... bueno, me hicieron callar. Es que en Buenos Aires todas las calles son bastante más anchas que acá, y no solo eso, se conduce mucho más rápido. Yo seguía calculando el tiempo que le tomaría a un auto aplastarme si manejaba a la velocidad común en Paraguay, pero estaba equivocada, allá puedo morir en menos segundos.

Bond ...iola y Bond Street: la misión de mi visita. En segundo lugar, después de ver a New Order, claro está. No sé cómo, una vez terminé hablando con algún amigo argentino acerca de la comida típica. Que asado, que bife de chorizo, que empanadas... cosas sabidas de sobra. Hasta que, de repente, escucho una palabra desconocida: bondiola. Mi corazón de gordita, curioso, pregunta qué es eso. Básicamente, «carne de cerdo (no me pregunten qué parte del cuerpo), que se puede comer de muchas formas... (bla, bla, bla) ...y en la Costanera hay carritos en los que se vende en sandwiches enormes con una variedad de salsas para ponerle». Listo, había que probar eso, y en este viaje por fin pude hacerlo. Un lugar similar a las lomiterías de Paraguay, pero con bondiola y con menos creatividad en las salsas (lo siento, en eso somos superiores, lejos). ¿Y qué tal es el sandwichito? Celestial, pruébenlo si alguna vez tienen la oportunidad. Si no les convence la comida callejera, esto es algo que sí puede convencerlos: las palomas que habitan la zona son enormes, porque aprendieron de alguna manera a comer todo despojo de la comida que haya ahí: cuando me lo contaron, pensé que era una mentira, pero en verdad, comen todo (carne, pan, huevo, lechuga, TODO) y ni siquiera lo dudan. Corre una leyenda que dicen que esas palomas se adaptaron tan bien a la vida humana que un día dominarán el mundo. Otro lugar tal vez no tan turístico pero bastante interesante para alguien como yo es Bond Street, un lugar dedicado a estilos alternativos en donde hay muchas tiendas de tatuajes, piercings, accesorios poco comunes, y hasta alguna sex shop. Muy lindo lugar, del cual me llevé una experiencia fallida de colocación de piercing (nada de qué preocuparse), pero que suma en mi colección de vivencias.


Mucho concreto. Muchos argentinos me discutían, decían que en el microcentro de Asunción se pueden ver muchos árboles por todas partes, cuando a mí me parecía que en Buenos Aires había más. Finalmente, resolví el misterio. Lo que pasa es que Asunción tiene, como bien dicen, árboles por todas partes: no sé si muchos o pocos, pero esparcidos por todas partes, se pueden encontrar en cualquier lado. En cambio, en Buenos Aires el microcentro es verdaderamente gris. La gran diferencia en mi percepción son los espacios verdes. En Asunción las plazas son muy pequeñas, del tamaño de una cuadra casi todas. Pero allá las plazas tienen un tamaño considerable, y es posible entrar y ver bastante verde dentro de ellas. Por eso la confusión. Con respecto a lo gris, los edificios dan bastante sombra, porque es muy difícil encontrar algún punto de la ciudad en la que haya edificios de menos de cuatro pisos. Si bien el microcentro asunceño tiene edificios que funcionan casi en su totalidad como locales comerciales u oficinas, las edificaciones son en su mayoría coloniales, que no se pueden modificar y por lo tanto no superan los dos pisos. Y, saliendo unas cuadras de la zona más congestionada, es posible ver gente que vive en casas... o sea, casas de uno o dos pisos, con jardín, con patio, con varias habitaciones, mientras que en Buenos Aires la gente vive toda en departamentos. Es posible que por esa razón se vea mucha gente tomando sol en las plazas por la tarde, ya que no tienen rincones con pasto en el octavo piso de un edificio.


La vida dominguera. Un aspecto cultural bastante llamativo para mí es la actitud de la gente los domingos. Mientras que en Paraguay lo tenemos más como un «día de descanso» (en el cual «descanso» significa «vegetar en la casa»), allá parece ser considerado más bien como un «día recreativo». La gente parece necesitar más una salida, escapar de su casa una tarde de domingo, hacer algo para recrearse. Para tal efecto, hay muchos más sitios abiertos los domingos, preparados para recibir a la gente que sale, lo cual me gusta mucho. Acá, sin embargo, es todo muy apagado, muy muerto, no hay nada que hacer los domingos y tal vez por eso todos preferimos aburrirnos hasta rozar el suicido en nuestras casas.


Tal vez nunca termine de conocer esta ciudad, aunque ya la conozca. Pero, para un fin de semana, estuvo muy bien todo lo que pude hacer, opino yo.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Cuando se quiere salvar el mundo

En mis andanzas, he tenido la suerte de encontrarme con mucha gente que no es indiferente a las injusticias, a la corrupción, a los derechos pisoteados. Conozco personas que comparten conmigo una sensibilidad y un compromiso suficientes como para indignarnos cuando la situación sea insoportable.


Si hay algo que todos los que nos indignamos sabemos, es que no todo está en lamentarse: es necesario actuar, hacer frente a las cosas que nos indignan, trabajar por cambiar una realidad injusta. Sabemos que el mundo no es solo nuestro, sino de todos, y que todos tenemos igual derecho a disfrutar de él e igual obligación de dejarlo en buen estado para las siguientes generaciones.


Al surgir esta necesidad de enfrentar lo indignante, es marcada la diferencia entre dos, digamos, «modalidades de manejo de la indignación». Pese a que exista gente que, si bien se indigna, no actúa, mis «modalidades» se refieren a la gente que actúa a partir de su molestia. La primera es una lucha silenciosa y lenta, y la otra es una participación llamativa y agresiva.


Admito que siempre me he inclinado más por la primera de las opciones, la silenciosa y lenta. Cada vez que se me cruza una persona capaz de indignar, me tomo el tiempo de hablarle personalmente, convencerla de que negar derechos y promover una verdad absoluta es intolerable. No es nada sencillo, pero una vez que consigo empujar las murallas, quedo satisfecha y segura de que esa mente está preparada para abrir otras mentes a su paso, mientras yo seguiré haciendo lo mismo por mi parte. Educar a una persona para que esta, a su vez, eduque a otra, y así sucesivamente, es efectivo y necesario como prevención de futuras injusticias.


Pero, como decía, esa tendencia «educadora» es un proceso extremadamente lento (pese a ser seguro). Por eso, aparecen algunos opositores, los llamativos y agresivos, con argumentos como: «¿Acaso te pensás que los derechos laborales se consiguieron por andar pasando la voz?» o «La reivindicación de los derechos de la mujer es fruto de protestas y presiones». Bueno, tienen razón. Pero también la tienen los menos frontales.


Claro, que una persona en situación de discriminación se ponga a hablar directamente con quien la discrimina para intentar abrirle la mente es un poco complicado, por lo cual es necesario llamar la atención de manera un poco más rápida y que tenga mayor alcance. Pero tampoco es cuestión de que un joven participe en manifestaciones callejeras sin saber por qué está marchando.


A pesar de las diferencias entre ambos grupos de indignados, que tal vez no todos noten, o que quizás yo esté exagerando, lo cierto es que uno no puede existir sin el otro. Podría decirse que necesitamos cambiar sigilosamente a nuestros iguales y cambiar con ruido a quienes nos quieran pasar por encima. En cuestiones de indignación, es importante tener controladas ambas acciones, la de crear conciencia y la de protestar: que nadie proteste sin entender por qué lo hace, y que nadie comprenda la situación sin actuar al respecto.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Renacer de la vida urbana en el casco antiguo


Asunción es una ciudad de esqueleto colonial pero de corazón joven, que por mucho tiempo fue el único centro urbano de referencia para el país. En particular el casco antiguo. Se escuchan las historias de adultos mayores de cincuenta que cuentan cómo antes las más esperadas actividades era sentarse en los balcones o en las veredas para ver pasar los corsos o las típicas caminatas en las mañanas de sábado por la calle Palma.


En las últimas décadas, este casco antiguo ha perdido un poco de atractivo para la gente de sus alrededores. Pese a conocer las historias de la anterior vida que tenía esta zona, toda mi infancia la pasé observando cómo es un lugar prácticamente muerto fuera del horario "de oficina". Sin nada que hacer, sin ningún lugar que visitar, sin estímulos que nos lleven a dirigirnos a ese lugar.


Sin embargo, hace cuestión de meses, quizá unos pocos años, venimos presenciando una lenta revitalización del casco antiguo como centro de la vida urbana: jóvenes artistas que abren espacios para expresarse, gente que de nuevo prefiere buscar actividades en el centro, los típicos restaurantes que no dan abasto para los numerosos visitantes, los edificios emblemáticos vueltos sitios de interés histórico y turístico, sitios dedicados al arte con su pequeño pero fiel público...


Uno de los sitios en donde se puede notar la vuelta a la vida de la zona como corazón urbano de la ciudad es el Puerto de Asunción. Una vez al mes, Puerto Abierto da lugar a la Feroz Feria Guasu, en la cual, aparte de los mismos productos expuestos, hay presentaciones de diversos artistas, proyectos socioambientales, entre otras atracciones. Una gran variedad de propuestas que conduce a una mayor concurrencia de gente. Al ser la población del país en su mayoría gente joven, este evento reúne una diversidad enorme de la juventud paraguaya, además de turistas y expositores provenientes de otras zonas y gente de distintas edades. Se ven personas que tal vez no sería posible ver reunidas en otro sitio, lo cual es único. Personas de diversas procedencias, con gustos diferentes, con ideas diferentes, reunidas en un mismo lugar, expresándose y viendo a otros expresarse.



Y no es el único evento de estas características, lo sé. Se puede ver cómo hay gente reunida en el centro en otros eventos, en otros lugares, fuera del horario de mayor actividad de esa zona. Hay nuevos locales abiertos, en espera de gente que decide regresar a esta parte más vieja de la ciudad para pasar un momento inolvidable. Porque, al menos por ahora, la sensación que se tiene en esas reuniones en el centro es muy especial: se puede armar barullo, pero, a la vez, aún existe una relativa tranquilidad, la cual parece crear una atmósfera protectora, una privacidad. Todo suma para sentirse rara, pero cómoda, como en ningún otro lugar.


Y, si alguno recuerda, sobre todo aquella gente mayor que yo, que hace unos años la actividad en el centro era mucho menor, y atractiva para muy poca gente. Tal vez no notemos esto claramente, porque es un proceso lento, de los que no nos damos cuenta hasta que se acaban, pero el casco antiguo está sufriendo una gradual revitalización, de un interesante tinte artístico. Me alegra mucho poder ser testigo de la transición que promete transformar la percepción que tenía de la cultura urbana en esta ciudad tan querida, e insto a otras personas a que vayan documentando todo lo que puedan. Estoy convencida de que, en pocos años, la vida en el casco antiguo habrá cambiado tanto que nos preguntaremos cómo sucedió.

domingo, 6 de noviembre de 2011

A lo tuyo, querido

Llamó un primo hace un rato, el cual, entre otras cosas, dijo: "pero ustedes son todos multimillonarios". Lo dijo con tono bromista, pero en el fondo se notaba que quería hacer notar, dar lástima, con su supuesta miseria.

Sé que lo de "multimillonarios" es una exageración, pero el tipo se hace la idea de que acá somos gente rica. Primero, no lo somos. Segundo, trabajamos todos.

Este caso particular tengo más conocimiento de la persona, por lo que puedo decir que es uno de esos que buscan la causa de sus problemas en los demás y, si no la encuentran, buscan que la gente se compadezca de ellos o menospreciar a otros.

Porque hay gente que sí consigue las cosas mediante su esfuerzo. No soporto la gente que te dice "andamos bien, ¿eh?" sin saber que: a) no es así y b) se sale a trabajar, como todo el mundo. Que por circunstancias personales una tenga problemas menos o más graves que los de los demás, o que se sepa administrar mejor escapa de las manos de una.

Es muy difícil para nuestra sociedad simplemente aceptar que hay gente que trabajó y fue retribuida por eso. Siempre es "se la chupó al gerente" o "el dueño es su pariente". Siempre hay comentarios por el estilo cuando alguien mejora su situación económica.

Otra explicación es que acá abunda la gente que consiguió todo lo que tiene por chonguismo, pero eso no quiere decir que no sea posible tener éxito esforzándose y organizándose bien. Pero darme cuenta de todo esto me reafirma en la postura de trabajar y no meterme en quilombos. Porque no sabés qué problemas puede tener la otra persona y otra persona no puede saber qué dramas personales tenés vos. Me parece muy importante enfocarse en el trabajo propio y no andar metiendo cizaña en contra de los demás.

domingo, 16 de octubre de 2011

Identidad televisiva hispanoamericana

Primero que nada, cabe aclarar que este artículo no se trata de los programas de televisión que se producen o se prefieren en Hispanoamérica. Hecha la aclaración, comienzo.

Para arrancar, quiero dar a conocer la crítica situación que está viviendo el doblaje. Bueno, los que odiamos los doblajes creemos fervientemente que el doblaje en sí es un reflejo de la grave situación en que se encuentra la humanidad: con la animación, digamos que es un poquito más aceptable; pero cuando se trata de gente que actúa frente a cámaras es una completa desgracia y estamos de acuerdo en que nada supera al audio en idioma original con subtítulos.

Pero eso no es precisamente lo que me ocupa hoy. Al doblaje le podemos dibujar una gran línea en el medio y dividirlo en sus dos grandes modalidades: "español" (del cual poco conozco, porque se escucha en España) y "latino" (que consiste, si vamos a ser estrictos, en un castellano "neutro", comprensible para todos, y que se escucha en toda América de habla hispana).

Esta segunda modalidad del doblaje, decadente y cada día más separatista (pese a su ideal inicial de que todos entendamos) es la que me da dolores de cabeza. Pasa que, durante los últimos años, eso del "neutro" se ha ido perdiendo de a poco. Y al menos yo me doy cuenta de esas cosas. Hay programas, en su mayoría doblados en México, que hace tiempo ya introdujeron varios localismos y abandonaron las expresiones "neutrales".

Por las dudas: yo valoro enormemente el léxico local de todas y cada una de las zonas en que se habla castellano, soy promotora incansable de la diversidad, pero el inconveniente, muy serio, que tenemos muchos otros hispanohablantes es simplemente que no entendemos lo que quieren decir con sus localismos.

Y ese es solo uno de los problemas. Hay otro tema, a mi parecer también grave, que se intensifica más con la todopoderosa televisión por cable: las grandes cadenas internacionales que tienen su versión "para Latinoamérica".

Bueno, vamos a acusar de una buena vez y dar un ejemplo, que sé que muchos de mis lectores odiarán, pero no es el único: MTV. Elijo este canal en particular porque en él se ve mucho mejor que en otros el completo fracaso del concepto "para Latinoamérica", que explico.

Este fracaso va más allá de una cuestión de la lengua, aunque la hay (pues sí, sus presentadores son o mexicanos o argentinos, no escucho otros acentos u otros localismos en ese canal). Abarca todo un concepto erróneo acerca de quiénes somos nosotros y cuáles son nuestras necesidades. Es una idea de rechazo, de ignorancia, que sostiene todavía que todos somos iguales de México para abajo.

Si bien es cierto que todas las personas que manejamos el castellano como lengua materna tenemos muchas similitudes culturales (basta ver el sitio "Cuanto cabrón" o las páginas de Facebook "Señoras que..." para ver cómo todos, seamos de donde seamos, nos matamos de risa con lo mismo), no somos iguales. Compartimos una lengua común, pero la cultura de cada región es propia y distinta a las demás.

Volviendo al ejemplo de MTV y a la cuestión de Latinoamérica, ese intento de englobar a un territorio tan extenso, con tanta diversidad cultural, con tantas diferencias, en un solo canal con solo dos representantes dialectales: uno de "arriba" (el grupo de presentadores mexicanos) y uno de "abajo" (el grupo de presentadores argentinos), es insuficiente.

Además del uso del idioma (porque olvidan a otros países de Latinoamérica que hablan otros idiomas), en este canal la representación artística (que me dirán que es una mierda, que solo representan basura, etcétera) es otro problema, pues se centra en unos pocos países de los muchos que vemos el canal. Países como el mío, y sus artistas, de hecho, quedan totalmente invisibilizados con este intento que hace la gran cadena de llegarnos a todos al meternos en la misma bolsa. Y, repito, es solo un ejemplo de los muchos que hay.

No sé si alguien más se dio cuenta, pero tal vez este ya sea uno de los primeros inconvenientes que surgen del proceso inminente de la fragmentación del castellano. Tal vez muchos ni siquiera noten que haya un inconveniente aquí, y mucho menos que sea de esta índole, pero es en verdad bastante evidente.


Y, pese a que son problemas, tenemos que estar atentos a ellos y celebrar el hecho de que surjan, porque estamos viviendo una etapa histórica privilegiada dentro de este proceso: lo estamos viendo suceder (algo que a cualquier lingüista le encantaría vivir), no estamos ni antes ni después.

Mientras me quejo, iré documentando cómo evoluciona esto y adónde nos lleva.

sábado, 8 de octubre de 2011

¡Maldito cine independiente!

Como muchos otros, crecí con la gran ayuda de la televisión en la tarea de mi crianza, y tuve la fortuna de que la misma sea de cable. Antes de que aparezcan los que culpan tanto a la televisión como a la computadora de volvernos más tontos, diré que en ambos universos se encuentra tanta basura como cosas provechosas: todo depende de qué busques.

Para los amantes del arte (y en especial, tal vez, para aquellos como yo, que no tienen talento más que para apreciar el arte), la televisión puede ser todavía un importante punto de referencia. En la amplia variedad de contenido que la televisión ofrece y que yo, con la debida paciencia decidí explorar, hallé particularmente útil la opción de ver películas por televisión. Claro que no siempre es la mejor manera (por la publicidad no deseada que se suele colar, los cortes en momentos inadecuados, el someterse al horario que el canal decida para que puedas ver lo que querés...), pero es para mí una de las maneras posibles de enriquecer -o, mejor dicho, hacer menos pobre- mi cultura cinematográfica.

Y, bueno, voy progresando lentamente. Veo películas que me recomiendan, películas que encuentro casualmente, películas para relajarme, películas para emocionarme, películas de aquí, películas de allá. Así, creo que le agarré el gusto a hacer pequeñas críticas mentales sobre las obras que veo, no siempre son valoraciones útiles, pero las elaboro prácticamente de manera automática, así que son lo que me salga en el instante.

Gracias a esta manía, me he puesto a pensar, también, en el efecto que las películas tienen en mí, y he descubierto algo muy raro. Espeluznante para mí: estoy muy acostumbrada a las tramas predecibles del cine más comercial.

Sí. En las películas taquilleras de grandes productoras, yo ya conozco el final desde el principio mismo. Hago deducciones sobre qué va a suceder, y ¡sucede! Con ver unos minutos al principio, es sencillo elaborar una pequeña hipótesis acerca de cómo será el final, y la observación del filme se convierte, más que en una observación en sí misma, en una simple espera para confirmar nuestra teoría inicial. Indefectiblemente, todo ocurre como yo me esperaba.

Por culpa de estos guiones tan fáciles de adivinar, sin darme cuenta yo fui armando una adaptación a las estructuras predecibles. Mi mente estaba predispuesta para intuir todo lo que habría de suceder, y la infaltable ejecución de mis deducciones fue fortaleciendo esta percepción que yo tenía, bastante imparcial e ingenua.

Pero todo cambió cuando empecé a dedicar más tiempo al cine independiente. Por supuesto, no por ser películas independientes, quiere decir que sean todas brillantes; así como las de grandes productoras no son necesariamente todas terribles. De todos modos, la producción independiente consiguió cambiar mi forma de ver al cine. ¿Y qué me hizo el cine independiente? Bueno, no fue de la manera más amable, pero me abrió más los ojos.

Con la manía de procurar intuir, yo me esperaba ciertas cosas de cada escena. Como cuando el adolescente gay, que aun no salía del closet, tenía sexo con su novio en su habitación y yo pensaba: «¡Ahora van a aparecer sus padres y le van a pillar!» O cuando la chica llega a su tierra natal tras haber buscado a su madre en el extranjero, y yo aseguraba: «¡Ahora se va a encontrar con ese señor, quien le va a contar que su madre murió!» O cuando el joven, hastiado por el temperamento insoportable de su madre, se encolerizaba, y yo podía apostar que: «¡La va a matar, es fija, la va a matar!»

...Pero nada de lo que yo suponía que habría de ocurrir realmente pasaba. Y, al llegar al final del filme (esos finales atípicos, abruptos), me quedaba perpleja. «¿Por qué terminó así? ¿Cómo es eso posible? ¡Maldito cine independiente!»

Claro, esta reacción tan violenta de mi parte no quiere decir precisamente que no haya disfrutado, solamente denota mi estupefacción.


Me acostumbré, no obstante, con rapidez a las secuencias inesperadas y aprendí a apreciarlas. Me di cuenta, tras esta experiencia, de que precisamente en lo nuevo, lo que no nos tiene acostumbrados, lo diferente, está presente con toda su potencia la inagotable creatividad humana.

lunes, 3 de octubre de 2011

Por la visibilidad bisexual

Hago uso de la cola que trajo el pasado 23 de septiembre, Día de la Bisexualidad, para manifestar mi deseo de que la bisexualidad sea vista, comprendida y aceptada. Y así es que expreso mi enojo con todas las organizaziones LGBTI♥♣►↕☻☺XXX (la sigla ha crecido bastante, ¿vieron?) del país.


«¿Pero, por qué, si ellos son todos tan buenos y defienden los Derechos Humanos?», preguntarán ustedes.


Bueno, no es que esté precisamente enojada. Lo aclaro. No sea que se quieran hacer los rencorosos conmigo. Pero tengo que expresar lo que pasa, y no sé qué palabras usar, así que intentaré describir la situación de la mejor manera posible.


Sucede que buscan englobar tantas identidades y orientaciones sexuales, pero a la hora de la verdad, yo siempre leo volantes, carteles, camisetas, etc. que hablan de "gays" y/o "lesbianas". Tengo una saturación de homosexualidad que ni les cuento. Y no está mal eso, para nada.


Pero hay algo de esta situación que no me gusta en lo absoluto: la invisibilidad que adquiere la bisexualidad. Los bisexuales somos ocultados tanto por heteros como por homos. Somos excluidos o bien nos obligan a encajar, pero raras veces vemos que nos aceptan por lo que somos.


Conversé al respecto con un amigo que trabaja de cerca con una organización por los derechos gay, el cual me dijo que «prefiere, por esas cosas, volver a la antigua sigla de 'Gente Linda y Simpática' (GLS, Gays, Lesbianas y Simpatizantes)». Esta sigla, aunque ya meta a todo el resto en la misma bolsa, al menos se refleja muy bien la realidad: los gays y las lesbianas se roban toda la cámara y el resto queda como uno más de ellos o un simple espectador.


Es que sí, desde todos los ángulos nos están atacando constantemente, aunque sea sin darse cuenta. Hay quien piensa que somos homosexuales que no terminamos de aceptarnos, hay quienes piensan que nos hacemos los interesantes. Hay también gente que tuvo malas experiencias con alguna persona bisexual y tiende a englobar a todos los bisexuales en la misma categoría... como si la orientación sexual fuera determinante de la calidad de persona que alguien es.


Pero la verdad es que somos personas capaces, sí, de sentirnos atraídas y disfrutar del sexo con alguien, sea este alguien hombre o mujer. Y no solo eso: también nos enamoramos. Y esto no quiere decir que follemos con cualquiera o que amemos a cualquiera. Es mucho más complejo que todo eso, y es tal vez algo extenso de explicar ahora.


Y no somos pocos: somos muchos, muchísimos, solo que somos prácticamente invisibles. Y cuando nos ven, no nos entienden y nos prejuzgan casi todos. Por eso llamo a la difusión del concepto de la bisexualidad. No somos homos, no somos heteros, no somos unos indecisos. Somos bisexuales, y punto.