sábado, 30 de julio de 2011

¡Que los jóvenes se besuqueen en lugares públicos!

Así es. Quiero ver púberes y adolescentes en las plazas, en las esquinas, en las paradas de bus, en todas partes, que se besen hasta con los uniformes de sus colegios. No importa que todos sepamos quiénes son y cómo se besan. No importa que «manchen» el «buen nombre» de sus colegios y de sus familias. ¡Que se besen y se abracen! ¡Que se acaricien, que se quieran, y que lo hagan en espacios abiertos!


Expreso este deseo no porque realmente quiera verlos, sino porque me indigna profundamente toda esa gente que no los quiere ver: adultos conservadores que afirman que una pareja joven que se come a besos en el banquito de una plaza «atenta contra las buenas costumbres».


Como si esos adultos, durante la explosión hormonal de la pubertad nunca hubiesen tenido ganas de tomar a la persona que les gustaba y llenarla de besos. Como si nunca hubiesen sentido deseo en sus vidas. Me parece que olvidan esa etapa, ese estado al que aquí en Paraguay conocemos como calentura, palabra que ellos usan de modo despectivo para referirse a aquellos jovencitos que supuestamente «no fueron bien educados por sus familias».

Los que no están siendo educados -y omito la palabra bien-, porque no están siendo educados en lo absoluto por sus familias, son los hijos de estos conservadores. Estos chicos jamás en sus vidas escucharon en sus hogares que alguien explicara lo que es la sexualidad. Esos padres dejan la educación sexual en manos del colegio... aunque a veces el colegio es más conservador que los mismos padres, y entonces los jóvenes o se enteran de las cosas a medias, o no se enteran de nada. Algunos padres van inclusive más lejos y exigen a los colegios que no enseñen a sus hijos sobre esos temas.


Estos padres que ocultan información a sus hijos son los que desprecian el ver adolescentes besuqueándose en la vía pública, porque les aterra que sus hijos los vean. No tanto por miedo a que hagan lo mismo, sino porque, sobre todo, les aterra el verse alguna vez forzados a explicarles a sus niños lo que están viendo. Imagino que esta manera de reaccionar ante la pubertad, de aprisionarla, es fruto de que ellos en su momento también fueron reprimidos y no pueden lidiar con la libertad ajena.


En consecuencia, en esta cobarde actitud parental crecen las pobres criaturas, que al llegar a la pubertad se mueren de miedo al ver su primera menstruación, al ver su primera eyaculación, o al notar cualquier cambio repentino en sus cuerpos. Sí, se mueren de miedo de acercarse a sus padres y preguntarles qué diablos está sucediendo. De igual manera, tiemblan aterrados cuando deben enfrentar a sus familias con la noticia de un embarazo no deseado, porque saben que nadie en casa estará contento de enterarse.


Digo yo, ¿qué clase de familia niega el apoyo a los más inexpertos de sus miembros en una situación que no saben cómo manejar? ¡Pues esas familias hipócritas, que evitan de todas las formas posibles que sus hijos conozcan algo y que más tarde los condenan por sufrir una consecuencia de hacer eso que no conocían! Sepan, adultos conservadores, que educar a los niños en el miedo y evitar que se informen es algo que repudio completamente. Sepan también que si sus hijos adolescentes no se están besuqueando en espacios abiertos, están haciendo muchas más cosas en algún espacio cerrado, y no estarán vistiendo sus uniformes del colegio.

domingo, 17 de julio de 2011

Del fútbol y las bajas prácticas que el mismo, sin fundamento y cobardemente, justifica y protege

Aunque me importe un carajo el fútbol, no puedo evitar notar los comentarios discriminatorios que el fútbol provoca. Y me importa un carajo lo que van a comentar los fanáticos del fútbol sobre esto, pero concluyo que el fanatismo futbolístico sirve de escudo para hacer pasar por legítima la siempre infundada discriminación.

Por lo menos en mi entorno, constato que el fanatismo, el enceguecedor fanatismo, cuando gira en torno al fútbol, no genera jamás una actitud de superación personal ni de alegría por los triunfos propios, sino una actitud de encontrar placer en el fracaso de otros y de sacar a flote lo más inescrupuloso de uno mismo... aunque eso es, quizá, característica inherente a cualquier tipo de fanatismo.

Veamos:

xenofobia, presente. Aquí existe un particular e irracional odio dentro del promedio de la población, en especial la población futbolera, hacia la persona de otro país. Claro ejemplo es el estúpido odio hacia los argentinos, odio ridículo que es fruto de una convergencia de diversos motivos, ninguno lo suficientemente potente, pero todos útiles a la hora de escudarse tras el fanatismo, como un falso pero exaltado nacionalismo que a su vez proviene del desconocimiento de la historia de nuestro país y del desconocimiento de la situación actual y que no es más que una carencia de, por así llamarle, una falta de «autoestima nacional». Es un resentimiento por algo de lo que no tenemos la culpa las generaciones de hoy, pero de lo cual podemos hacernos cargo mediante la eliminación de prejuicios y la construcción de una verdadera apreciación de quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser, sin compararnos con los demás, sin menoscabarlos y sin menoscabarnos.

Homofobia, tal vez debe ser la primera de la lista. En un ambiente futbolero promedio, es bien visto y se considera necesario el emitir ofensas hacia el adversario que impliquen un desprecio por su homosexualidad, como si el adversario fuese homosexual, como si la homosexualidad fuese algo malo. Porque el «herir» la heterosexualidad ajena ensalza la heterosexualidad propia. Porque el fútbol no se trata de dos equipos jugando a quién mete más veces el balón en un arco, sino de quién rebaja más, como le sea posible, al otro.

¿Machismo? ¡Pero claro que sí! Es de común creencia que el cerebro femenino no puede comprender el fútbol. Incluso al haber mujeres que demuestren entenderlo, normalmente se duda de la cultura futbolística de dichas mujeres. Es más, algunas atrevidas hasta pretenden jugarlo, pero eso sí, en torneos separados, porque queda claro que el fútbol de mujeres no es fútbol. Nadie se acuerda ni presta atención en nuestro entorno a los torneos femeninos, y las futbolistas de aquí no ganan ni en sus más dulces sueños lo que ganan los varones. Recuerdo el caso de la mexicana Maribel Domínguez, alias Marigol, quien solicitó participar en un equipo masculino, y a quien la FIFA le había cerrado las puertas, le negó la oportunidad. ¿Miedo a que ella se pudiese desempeñar de igual a igual con los hombres y probara que los prejuicios machistas del fútbol eran absurdos? Algo me huele a que sí.

Racismo, sin duda alguna. Por una cuestión de poseer ciertos rasgos físicos que denoten nuestra raza, nuestro origen, que delaten que somos diferentes, podemos ser víctimas de ofensas en el ambiente del fútbol. Como si los rasgos físicos fueran prueba alguna de la superioridad de una persona sobre otra, cosa que no existe. Pero el fanatismo, siempre controlando los actos de todos, usa la raza como un motivo más para discriminar en vano a otra persona.

Discriminación por edad, por religión, por lo que quieras. Hay para todos. Hay suficiente. Hay de sobra. Los tipos de discriminación que cité son solo algunos, los que con más frecuencia he notado, y sus ejemplos son solo una pequeña muestra de las numerosas maneras que tiene la gente de discriminar.

El tan exitoso fútbol administra su negocio muy bien internamente: funciona, es grande, gusta a millones de personas en el mundo entero. Pero de las actitudes negativas que genera en la sociedad, me pregunto, ¿se hará cargo alguna vez?

jueves, 23 de junio de 2011

¿Seré? Y si soy, ¿qué seré?

Los dos motivos por los cuales decidí volcarme a la carrera de Letras están, nuevamente, convergiendo. El primero de ellos era mi afición por la literatura y el deseo de realizar un estudio más razonado de ella. El segundo, mi gusto por la lingüística. De nuevo, surge la duda: ¿a qué me dedicaré? Si bien ambas cosas me apasionan y para ambas tengo cierto "talento," temo que al querer abarcar demasiado, termine apretando poco.

Un problema es el ambiente en mi actual lugar de residencia para ambos campos: si me vuelvo crítica o investigadora literaria, inclusive escritora, las oportunidades de conseguir un trabajo que me dé de comer en la rama de la literatura son prácticamente inexistentes. En la lingüística, si bien las oportunidades de iniciar investigación en la disciplina son amplias (cortesía del país bilingüe), el apoyo que necesita un incipiente investigador sería muy, pero muy difícil de conseguir.

Hablando de la carrera, abro un paréntesis para mencionar que entre los estudiantes se puede ver muy bien quiénes son las personas que la siguen porque creen que es un curso de gramática y quieren dedicarse a la docencia. Lo lamentable es que el plan curricular está diseñado para dar a entender que la gramática (estudio de un idioma en particular) es la espina dorsal de estos estudios, y no la lingüística (estudio de las lenguas en general)... mucho menos se toma en cuenta que el núcleo de la carrera es, en realidad, la literatura.

Lo lamentable es que el plan curricular haya sido quizá elaborado por gente capaz, pero definitivamente pulido y aprobado por gente influenciada por un ambiente de docencia de colegio y que se enfoque a crear principalmente, pues, docentes de colegio.

No hacen falta más profesores, ya tenemos muchos. Lo que hace falta es formar mejor a los que ya tenemos. No es justo forzar a los estudiantes con talento, ganas y potencial para otras ramas a frustrarse eternamente como profesores de Lengua Española en un colegio. No es justo oprimir la apertura de nuevos campos de estudio y de creación artística. No es justo intentar educar poniendo a los estudiantes en moldes para que salgan todos iguales. No es justo ocultar las demás opciones.

La enseñanza debería abarcar el universo del saber y ofrecer la mayor cantidad posible de elecciones para que la persona, ya con los conocimientos adquiridos, tenga la potestad de decidir qué hacer con ellos.

Volviendo al tema inicial, si algo sé, es que no me dedicaré a la gramática española (al menos no por gusto). Si hay algo que sé aun con más certeza, es que no me dedicaré a la docencia (al menos no por gusto).

Veremos dónde iré a parar: ¿escritora, crítica literaria, investigadora literaria, lingüista? Lo averiguaré con el tiempo... supongo.

martes, 22 de febrero de 2011

Días lluviosos

Pareciera que no me gusta la lluvia, por eso me quejo tanto. Podría parecer, ¿por qué no?, que me gusta demasiado, y por eso la menciono tanto. En realidad, el tiempo no tiene mucho que ver con las acciones perjudiciales de la gente: de todas maneras, las llevan a cabo. Pero llaman mi atención (y mi indignación) dos actos particulares que son tan frecuentes, tan "tradicionales," tan comunes, que son repetidos infinitamente e ignorados, como si fuesen correctos. Ambos actos tienen relación con la lluvia, así que en este muy tormentoso verano han sido practicados en exceso.


El primero de estos actos es previo a la lluvia. Supongo que para los sucios que lo realizan, transcurre más o menos así: deciden empezar cuando sienten ese viento fresco, cuando ven que el cielo se vuelve más y más negro, minutos antes de que caigan las primeras gotas de lluvia. "Aprovechan," piensan ellos, que caerá agua. Y empiezan. En el patio, si la casa es grande; en un terreno desolado, si no, juntan los desechos y los ponen a quemar. Una sucia hoguera en donde arde la basura que cualquier ciudadano normal enviaría al vertedero, en un camión recolector, servicio por el que se paga una ínfima suma. Pero esta gente no quiere recurrir a ese servicio. Prefiere elevar un negro y sucio humo que se revela ante el servicio municipal.


El segundo acto ocurre durante la lluvia y, algunas veces, después (si el volumen de agua es lo suficientemente elevado). Consiste en lo siguiente: cuando se junta agua en los bordes de las aceras, las "pulcras" personas que barren sus veredas juntan con la escoba toda la basura que fue arrojada en las calles (por gente también muy "pulcra") y la arrojan meticulosamente en los orificios que hace allí el precario sistema pluvial. No se salvan los arroyos, que son tachos de basura en lugar de ser fuentes de agua potable.


Convengamos que el servicio municipal no es precisamente el mejor, ni el más eficiente. También está claro que el tratamiento de los desechos luego de ser recogidos no es el ideal. Pero no es excusa para perpetuar el hecho de que vivamos en un basurero. Y más allá de que a mis ojos les molesten la apariencia de sus porquerías tiradas, es algo que tienen que tener en cuenta por todos, hasta por ellos mismos, no por mí. El humo que sale de su basura quemada es altamente tóxico, pone en riesgo la salud de todo el mundo y no ayuda en nada a controlar la polución. Esas torrentes de agua trancadas con sus residuos se contaminan, y no nos sirven a nosotros ni a nadie, sin mencionar que juegan un papel importante en las inundaciones de las calles cada vez que llueve.


Después son ellos los primeros en culpar a los gobernantes por las consecuencias de su propia negligencia. Sí, quizá tenga culpa el gobierno en no educar mejor a la gente, en no ponerles tachos de basura en cada esquina para que no tiren las cosas por ahí, en no dar servicio de recolección de basura gratuito... pero todo eso no justifica un carajo. Podemos sin problemas responsabilizarnos por nuestros errores y dejar de culpar al gobierno por todo, especialmente cuando demostramos que no somos mejores que los gobernantes.


Aparte, sin importar que busquemos lavarnos las manos mediante peleas humanas, no debemos olvidar que si no respetamos a la naturaleza, llegará el día en que la naturaleza no nos respetará. Eso sí, yo no quiero que la querida naturaleza me pase por encima por culpa de otros.

domingo, 6 de febrero de 2011

Locos sueltos

Ayer estuve cumpliendo con unas, por decirlo, diligencias, en el casco antiguo de Asunción. Recuerdo haber visto a través de la ventanilla del bus un hombre que trotaba. Pero no era cualquier persona trotando, era uno de esos "corredores locos." Son unos contados casos de personas que sufren de algún tipo de trastorno mental que los conduce a ejercitarse. Recorren el mismo trayecto todos los días, haga frío o calor. Es lo único a lo que dedican sus vidas. Viven de la caridad de las personas que les dan comida y ropa, duermen en plazas o quién sabe dónde.

Unas horas después, vi a una mujer vestida como una excéntrica, con un pedazo de tela turquesa a modo de turbante, revisando los pocos tachos de basura en busca de comida. Terminamos cruzándonos en la panadería Michael Bock, donde le regalaron un par de masas dulces. Era también una mujer con algún trastorno mental que vagaba por la ciudad y vivía de la caridad de la gente.

Entonces, recordé a otra persona, un hombre vestido con trapos sucios y rotos, que vagaba por la zona exhibiendo sus genitales y, supongo, viviendo también de la caridad de la gente.

La gente simplemente ignora a estas personas. Hacen que sus hijos aparten la mirada, para que no vean lo que no cubren los harapos que estos "locos" visten. Algunos les dan comida, para que no mueran, y ropa en el invierno, por lástima. Pero la reacción es normalmente actuar como si no estuvieran allí. Y ya nadie se sorprende, es normal ver "locos sueltos."

Hablando con la gente, se concluye que estas personas se escapan del Hospital Neuropsiquiátrico, que es donde está internada esa gente cuyos trastornos mentales no les permiten integrarse con éxito en el estilo de vida de nuestra sociedad. Las instalaciones de ese lugar, según se dice, son precarias y su seguridad, inexistente.

Los internados fácilmente pueden salir de ahí y dirigirse a cualquier lado. Sinceramente, no escuché ningún caso de algún "loco suelto" que haya dañado a alguien, pero es algo que puede suceder. También puede pasar que una persona sin escrúpulos se aproveche y dañe a estos escapados.

Me imagino que muchas de estas personas tendrán algún núcleo familiar. Aun así, están desamparados. Conociendo la mentalidad retrógrada de gran parte de la población, no dudo que podrían pensar que la "locura" es alguna maldición demoníaca de la cual se tienen que deshacer, por lo que deciden simplemente abandonar al loco de la familia y olvidar que alguna vez fue su pariente.

Estas personas conforman un grupo invisible de la sociedad. Una vez admitidos en el "manicomio", nadie se hace cargo de controlar su situación. Una vez escapados del Neuropsiquiátrico, nadie los busca y mucho menos los devuelve. Ellos corren peligro viviendo así, y no se descarta la posibilidad de que puedan causar daños. Pero para el gobierno no importan, absolutamente nadie propone soluciones para este problema, incluso aunque no vayan a implementarlas. Su invisibilidad es tal que son tratados como si al adquirir su trastorno hubiesen perdido su dignidad humana.

sábado, 5 de febrero de 2011

Cuidado con el clima

Ayer, en pleno viaje de bus, se desató de nuevo una de esas tormentas subtropicales. El conductor tenía que hacer varias maniobras cada vez que paraba debido a que la gente no se podía bajar porque en los costados de las calles había una cantidad de agua que jamás en mi vida he visto antes.


Era imposible saltar sobre esos mini-ríos, que eran muy altos. Una persona promedio se habría mojado hasta cerca de las rodillas si se hubiese metido en uno. Fue sorprendente. Me pregunté si estaba lloviendo demasiado o si el sistema pluvial estaba colapsado (aclaremos que "sistema pluvial" es solo una figura, en realidad no existe tal cosa en esta ciudad ni en el resto del país).


Hoy tuve que hacer una caminata que (más allá de la natural incomodidad que causa caminar en este clima cálido y en extremo húmedo, con el cielo nublado, como sucede siempre después de una tormenta subtropical), supuse, se vería dificultada en un tramo particular del trayecto porque esa zona se inunda completamente cada vez que llueve.

Y fui por ese camino, un poco con intención de recorrerlo normalmente, un poco con intención de comprobar personalmente si estaba o no inundado. Me sorprendió ver que no. Tenía tan solo barro y algunos charcos, lo que indicaba que en realidad no llovió demasiado. Entonces resolví que el problema era el sistema pluvial.


Es curioso ver que en regiones donde el clima es frío, las construcciones y las personas están preparadas para el frío; en regiones con nieve, lo están para la nieve; en regiones áridas, lo están para el calor seco, y así en prácticamente todas las zonas climáticas. Sin embargo, Paraguay, cuyo clima es conocido de memoria por quienes lo habitan, no está preparado.


Todos sabemos que aquí los veranos duran casi 9 meses y es más fresco pasar el día en la hoguera que en la calle, que el invierno es breve. que nunca se sabe cuándo va a llover pero sí se sabe que cada vez que la lluvia cae lo hace con furia... y aun así no nos anticipamos al clima.


¿Es algo que sucede solo con los fenómenos atmosféricos? ¿Es un rasgo característico de nuestra cultura el no ser precavidos, no solo con respecto al clima sino con respecto a todo? ¿Por qué no se actúa al respecto, cuándo tendremos una solución? Y... sobre todo, ¿seguiré hablando de estas cosas con la gente que desee escucharme o debo tomar el control del país y arreglar las cosas por la fuerza?



Obs.: la última pregunta es solo broma, siempre vale aclarar. Pero sí seguiré reflexionando sobre estas cuestiones. Quizá llegue a alguna conclusión (o algunas conclusiones) coherente.

domingo, 9 de enero de 2011

Odiseas diarias

La manera en que gran parte de la población paraguaya consigue moverse de un lugar a otro es viajando en bus. No es que sea el medio más económico, el más cómodo o el más eficiente: es el único medio. Y moverse en bus es una experiencia plagada de tormentos, que me ha tocado vivir.

Para empezar, tengamos en cuenta la locación: Asunción y alrededores, Paraguay. El casco antiguo de la ciudad de Asunción está dedicado mayormente a albergar oficinas de empresas privadas y de entidades públicas, por lo que no hay muchas viviendas particulares allí. De hecho, la mayor parte de la gente que trabaja en estas oficinas habita en las ciudades aledañas (Lambaré, Mariano R. Alonso, Luque, Fernando de la Mora, entre otras) o en rincones de la misma Asunción que quedan a una distancia considerable del susodicho casco antiguo.

Ahora, consideremos la situación laboral de la mayoría de los trabajadores de estas entidades. Multitud de personas que sobreviven con el dichoso salario mínimo legal vigente (en raros casos, más; muchas veces, inclusive menos), que deben presentarse en las oficinas alrededor de las 8 de la mañana (sepan, lectores y lectoras, que en entidades privadas es categórico el descuento del salario por llegadas tardías).

Tenemos en total tres factores que convergen (el bus como exclusiva posibilidad de transporte, la distancia entre la vivienda y el lugar de trabajo y la prisa por llegar puntualmente) y que generan una situación de caos, caracterizada por embotellamientos en absolutamente todas las vías de entrada a la ciudad capital y las angostísimas calles del casco antiguo colapsadas.

Pero volvamos la vista lentamente al viaje en bus propiamente dicho. La persona que vaya a realizarlo tiene que saber muchas cosas. La primera de todas es la anticipación: no importa que a las 3 de la tarde y en auto un viaje al centro tome menos de media hora. Hay que tomar el bus como mínimo dos horas antes de la hora en la que pretendemos llegar a destino. O sea que si mi horario de entrada es a las 8, tengo que estar de pie a las 5, aproximadamente, y estar esperando el bus a las 6 a más tardar. ¿Por qué? Porque los buses dan vueltas innecesarias en lugar de tomar calles más directas y porque NO cumplen horarios. Si hoy tomé un bus a las 6.15, es probable que mañana no pase ninguno a esa hora. Sin mencionar que la frecuencia con la que pasan es trágica: cada media hora, cada veinte minutos, cada tres horas... imposible saber con exactitud. Además, el lugar por el que pasa el bus queda relativamente distante de la casa, y para agarrar un bus habrá que caminar, atravesando charcos, barro, piedras, polvo, tierra... en fin, lo que toque (particularmente, lo tuve que hacer en tacones). Quizá se asome un bus que te lleve, pero pasará la parada de largo, y habrá que esperar que otros tres buses por lo menos hagan lo mismo hasta que finalmente uno, en el que todavía entra un poco de aire, se detenga y podamos abordarlo.

¿Calidad del viaje? Nula. A menos que subas al bus en su mismo punto de partida, viajarás de pie. Es más, de tan repleto que está el bus, probablemente tengas que colgarte de las puertas, arriesgando tu vida por llegar a tiempo a trabajar. Embarazadas, gente con capacidades diferentes, ancianos o cualquiera que necesite con más urgencia un asiento, ni piense conseguirlo, que tome el bus a otra hora. También hay que saber que el bus no tiene aire acondicionado en verano ni calefacción en invierno, que probablemente se le caigan trozos mientras marcha, que es un vehículo que fue utilizado y desechado en un país en el que cumplió con su vida útil hace muchos años y que no respeta las disposiciones de seguridad que supuestamente impone la ley. Habrá que respetar el gusto musical del chofer, quien nos impodrá la música que nos acompañará durante todo el trayecto a menos que nos atrevamos a llevar nuestro propio reproductor con auriculares correspondientes. En cada semáforo con luz roja, las frenadas serán bruscas, y cada esquina que haya que doblar nos colocará a 45 grados con respecto al suelo.

Otros riesgos: todo tipo de hedores corporales de los demás viajeros, recibir golpes o cortaduras, sofocarse, que alguna persona indispuesta vomite, que un chistoso que va parado detrás de vos decida frotar su zona pélvica contra tus nalgas, que una de las aparentemente inocentes personas que comparten el trayecto con nosotros resulte ser delincuente y aproveche la confusión de la multitud para despojar al maltratado pasajero de su dinero u objetos de valor que duramente consiguió con el trabajo al que se dirige en ese bus-chatarra. Esto como guía básica, hay muchos riesgos menos frecuentes pero no por eso improbables que correremos en el bus y no están mencionados aquí.

Para mucha gente, no existe la opción de acortar distancias y ahorrar tiempo tomando varios buses, pues esto implicaría gastar mucho dinero (si, pese a las aterrorizantes condiciones del viaje, los pasajes en bus tienen un precio bastante alto, del que no se puede escapar porque es la única manera de viajar para quienes no tienen lo suficiente para comprarse un coche o motocicleta. El taxi costaría un salario mínimo en una semana, más o menos) para ir a trabajar y conseguir el dinero que paga el pasaje en bus que nos lleva a trabajar: un círculo vicioso del que se escapa solo contrayendo deudas, obteniendo un ascenso o con décadas de ahorro. Las dos últimas opciones son para mucha gente sueños tan inalcanzables como poder volar, por lo que entran a otro círculo vicioso, el de las deudas, del cual no me ocuparé en este artículo.

El viaje que intenté describir en rasgos generales dura más de una hora. Hay que multiplicar esto por la cantidad de días que debamos viajar así. El resultado que obtenemos es: estrés, impotencia y frustración en cantidades desmedidas. Todo esto debe sumarse, en muchos casos, a la ausencia de desayuno (con toda esta presión mucha gente no tiene tiempo de desayunar), lo que ocasiona aun más estrés, impotencia y frustración.

Y por poco, casi, estamos cerca de decir que todo está perdido. Pero no, todavía tenemos de nuestro lado el poder de las manifestaciones, para la gente que tiene tiempo de salir y quejarse (un gobierno presionado por un pueblo agobiado quizá tarde o temprano escuche y actúe). Para los de agenda más apretada, una opción sería intentar contactar gente que viva cerca de nuestros hogares, que trabaje también en el centro y viajar en grupo en auto, colaborando entre todos para cubrir los gastos del combustible. Es necesario utilizar los buses lo menos posible para que los indiferentes propietarios de empresas de transporte noten que en esas condiciones no pueden seguir sustentando su negocio y se vean obligados a mejorar.

Con que el gobierno algún día nos otorgue medios como trenes, tranvías u otros, por el momento no contemos. Pero podemos trabajar para que alguna vez llegue al poder gente que sí implemente estas mejoras. No es imposible. Tal vez ni siquiera vivamos demasiado tiempo para ver estos progresos, pero no por eso debemos quedarnos de brazos cruzados y condenar a las siguientes generaciones a que perpetúen esta miseria. Todo es cuestión de darnos cuenta de que estamos siendo burlados y que esto sí se puede cambiar.

Sin aludir a ninguna ideología política y sin ser una soñadora irracional, YO digo que: estoy harta y creo posible el fin de esta situación. ¿Alguien se me une?