domingo, 16 de octubre de 2011

Identidad televisiva hispanoamericana

Primero que nada, cabe aclarar que este artículo no se trata de los programas de televisión que se producen o se prefieren en Hispanoamérica. Hecha la aclaración, comienzo.

Para arrancar, quiero dar a conocer la crítica situación que está viviendo el doblaje. Bueno, los que odiamos los doblajes creemos fervientemente que el doblaje en sí es un reflejo de la grave situación en que se encuentra la humanidad: con la animación, digamos que es un poquito más aceptable; pero cuando se trata de gente que actúa frente a cámaras es una completa desgracia y estamos de acuerdo en que nada supera al audio en idioma original con subtítulos.

Pero eso no es precisamente lo que me ocupa hoy. Al doblaje le podemos dibujar una gran línea en el medio y dividirlo en sus dos grandes modalidades: "español" (del cual poco conozco, porque se escucha en España) y "latino" (que consiste, si vamos a ser estrictos, en un castellano "neutro", comprensible para todos, y que se escucha en toda América de habla hispana).

Esta segunda modalidad del doblaje, decadente y cada día más separatista (pese a su ideal inicial de que todos entendamos) es la que me da dolores de cabeza. Pasa que, durante los últimos años, eso del "neutro" se ha ido perdiendo de a poco. Y al menos yo me doy cuenta de esas cosas. Hay programas, en su mayoría doblados en México, que hace tiempo ya introdujeron varios localismos y abandonaron las expresiones "neutrales".

Por las dudas: yo valoro enormemente el léxico local de todas y cada una de las zonas en que se habla castellano, soy promotora incansable de la diversidad, pero el inconveniente, muy serio, que tenemos muchos otros hispanohablantes es simplemente que no entendemos lo que quieren decir con sus localismos.

Y ese es solo uno de los problemas. Hay otro tema, a mi parecer también grave, que se intensifica más con la todopoderosa televisión por cable: las grandes cadenas internacionales que tienen su versión "para Latinoamérica".

Bueno, vamos a acusar de una buena vez y dar un ejemplo, que sé que muchos de mis lectores odiarán, pero no es el único: MTV. Elijo este canal en particular porque en él se ve mucho mejor que en otros el completo fracaso del concepto "para Latinoamérica", que explico.

Este fracaso va más allá de una cuestión de la lengua, aunque la hay (pues sí, sus presentadores son o mexicanos o argentinos, no escucho otros acentos u otros localismos en ese canal). Abarca todo un concepto erróneo acerca de quiénes somos nosotros y cuáles son nuestras necesidades. Es una idea de rechazo, de ignorancia, que sostiene todavía que todos somos iguales de México para abajo.

Si bien es cierto que todas las personas que manejamos el castellano como lengua materna tenemos muchas similitudes culturales (basta ver el sitio "Cuanto cabrón" o las páginas de Facebook "Señoras que..." para ver cómo todos, seamos de donde seamos, nos matamos de risa con lo mismo), no somos iguales. Compartimos una lengua común, pero la cultura de cada región es propia y distinta a las demás.

Volviendo al ejemplo de MTV y a la cuestión de Latinoamérica, ese intento de englobar a un territorio tan extenso, con tanta diversidad cultural, con tantas diferencias, en un solo canal con solo dos representantes dialectales: uno de "arriba" (el grupo de presentadores mexicanos) y uno de "abajo" (el grupo de presentadores argentinos), es insuficiente.

Además del uso del idioma (porque olvidan a otros países de Latinoamérica que hablan otros idiomas), en este canal la representación artística (que me dirán que es una mierda, que solo representan basura, etcétera) es otro problema, pues se centra en unos pocos países de los muchos que vemos el canal. Países como el mío, y sus artistas, de hecho, quedan totalmente invisibilizados con este intento que hace la gran cadena de llegarnos a todos al meternos en la misma bolsa. Y, repito, es solo un ejemplo de los muchos que hay.

No sé si alguien más se dio cuenta, pero tal vez este ya sea uno de los primeros inconvenientes que surgen del proceso inminente de la fragmentación del castellano. Tal vez muchos ni siquiera noten que haya un inconveniente aquí, y mucho menos que sea de esta índole, pero es en verdad bastante evidente.


Y, pese a que son problemas, tenemos que estar atentos a ellos y celebrar el hecho de que surjan, porque estamos viviendo una etapa histórica privilegiada dentro de este proceso: lo estamos viendo suceder (algo que a cualquier lingüista le encantaría vivir), no estamos ni antes ni después.

Mientras me quejo, iré documentando cómo evoluciona esto y adónde nos lleva.

sábado, 8 de octubre de 2011

¡Maldito cine independiente!

Como muchos otros, crecí con la gran ayuda de la televisión en la tarea de mi crianza, y tuve la fortuna de que la misma sea de cable. Antes de que aparezcan los que culpan tanto a la televisión como a la computadora de volvernos más tontos, diré que en ambos universos se encuentra tanta basura como cosas provechosas: todo depende de qué busques.

Para los amantes del arte (y en especial, tal vez, para aquellos como yo, que no tienen talento más que para apreciar el arte), la televisión puede ser todavía un importante punto de referencia. En la amplia variedad de contenido que la televisión ofrece y que yo, con la debida paciencia decidí explorar, hallé particularmente útil la opción de ver películas por televisión. Claro que no siempre es la mejor manera (por la publicidad no deseada que se suele colar, los cortes en momentos inadecuados, el someterse al horario que el canal decida para que puedas ver lo que querés...), pero es para mí una de las maneras posibles de enriquecer -o, mejor dicho, hacer menos pobre- mi cultura cinematográfica.

Y, bueno, voy progresando lentamente. Veo películas que me recomiendan, películas que encuentro casualmente, películas para relajarme, películas para emocionarme, películas de aquí, películas de allá. Así, creo que le agarré el gusto a hacer pequeñas críticas mentales sobre las obras que veo, no siempre son valoraciones útiles, pero las elaboro prácticamente de manera automática, así que son lo que me salga en el instante.

Gracias a esta manía, me he puesto a pensar, también, en el efecto que las películas tienen en mí, y he descubierto algo muy raro. Espeluznante para mí: estoy muy acostumbrada a las tramas predecibles del cine más comercial.

Sí. En las películas taquilleras de grandes productoras, yo ya conozco el final desde el principio mismo. Hago deducciones sobre qué va a suceder, y ¡sucede! Con ver unos minutos al principio, es sencillo elaborar una pequeña hipótesis acerca de cómo será el final, y la observación del filme se convierte, más que en una observación en sí misma, en una simple espera para confirmar nuestra teoría inicial. Indefectiblemente, todo ocurre como yo me esperaba.

Por culpa de estos guiones tan fáciles de adivinar, sin darme cuenta yo fui armando una adaptación a las estructuras predecibles. Mi mente estaba predispuesta para intuir todo lo que habría de suceder, y la infaltable ejecución de mis deducciones fue fortaleciendo esta percepción que yo tenía, bastante imparcial e ingenua.

Pero todo cambió cuando empecé a dedicar más tiempo al cine independiente. Por supuesto, no por ser películas independientes, quiere decir que sean todas brillantes; así como las de grandes productoras no son necesariamente todas terribles. De todos modos, la producción independiente consiguió cambiar mi forma de ver al cine. ¿Y qué me hizo el cine independiente? Bueno, no fue de la manera más amable, pero me abrió más los ojos.

Con la manía de procurar intuir, yo me esperaba ciertas cosas de cada escena. Como cuando el adolescente gay, que aun no salía del closet, tenía sexo con su novio en su habitación y yo pensaba: «¡Ahora van a aparecer sus padres y le van a pillar!» O cuando la chica llega a su tierra natal tras haber buscado a su madre en el extranjero, y yo aseguraba: «¡Ahora se va a encontrar con ese señor, quien le va a contar que su madre murió!» O cuando el joven, hastiado por el temperamento insoportable de su madre, se encolerizaba, y yo podía apostar que: «¡La va a matar, es fija, la va a matar!»

...Pero nada de lo que yo suponía que habría de ocurrir realmente pasaba. Y, al llegar al final del filme (esos finales atípicos, abruptos), me quedaba perpleja. «¿Por qué terminó así? ¿Cómo es eso posible? ¡Maldito cine independiente!»

Claro, esta reacción tan violenta de mi parte no quiere decir precisamente que no haya disfrutado, solamente denota mi estupefacción.


Me acostumbré, no obstante, con rapidez a las secuencias inesperadas y aprendí a apreciarlas. Me di cuenta, tras esta experiencia, de que precisamente en lo nuevo, lo que no nos tiene acostumbrados, lo diferente, está presente con toda su potencia la inagotable creatividad humana.

lunes, 3 de octubre de 2011

Por la visibilidad bisexual

Hago uso de la cola que trajo el pasado 23 de septiembre, Día de la Bisexualidad, para manifestar mi deseo de que la bisexualidad sea vista, comprendida y aceptada. Y así es que expreso mi enojo con todas las organizaziones LGBTI♥♣►↕☻☺XXX (la sigla ha crecido bastante, ¿vieron?) del país.


«¿Pero, por qué, si ellos son todos tan buenos y defienden los Derechos Humanos?», preguntarán ustedes.


Bueno, no es que esté precisamente enojada. Lo aclaro. No sea que se quieran hacer los rencorosos conmigo. Pero tengo que expresar lo que pasa, y no sé qué palabras usar, así que intentaré describir la situación de la mejor manera posible.


Sucede que buscan englobar tantas identidades y orientaciones sexuales, pero a la hora de la verdad, yo siempre leo volantes, carteles, camisetas, etc. que hablan de "gays" y/o "lesbianas". Tengo una saturación de homosexualidad que ni les cuento. Y no está mal eso, para nada.


Pero hay algo de esta situación que no me gusta en lo absoluto: la invisibilidad que adquiere la bisexualidad. Los bisexuales somos ocultados tanto por heteros como por homos. Somos excluidos o bien nos obligan a encajar, pero raras veces vemos que nos aceptan por lo que somos.


Conversé al respecto con un amigo que trabaja de cerca con una organización por los derechos gay, el cual me dijo que «prefiere, por esas cosas, volver a la antigua sigla de 'Gente Linda y Simpática' (GLS, Gays, Lesbianas y Simpatizantes)». Esta sigla, aunque ya meta a todo el resto en la misma bolsa, al menos se refleja muy bien la realidad: los gays y las lesbianas se roban toda la cámara y el resto queda como uno más de ellos o un simple espectador.


Es que sí, desde todos los ángulos nos están atacando constantemente, aunque sea sin darse cuenta. Hay quien piensa que somos homosexuales que no terminamos de aceptarnos, hay quienes piensan que nos hacemos los interesantes. Hay también gente que tuvo malas experiencias con alguna persona bisexual y tiende a englobar a todos los bisexuales en la misma categoría... como si la orientación sexual fuera determinante de la calidad de persona que alguien es.


Pero la verdad es que somos personas capaces, sí, de sentirnos atraídas y disfrutar del sexo con alguien, sea este alguien hombre o mujer. Y no solo eso: también nos enamoramos. Y esto no quiere decir que follemos con cualquiera o que amemos a cualquiera. Es mucho más complejo que todo eso, y es tal vez algo extenso de explicar ahora.


Y no somos pocos: somos muchos, muchísimos, solo que somos prácticamente invisibles. Y cuando nos ven, no nos entienden y nos prejuzgan casi todos. Por eso llamo a la difusión del concepto de la bisexualidad. No somos homos, no somos heteros, no somos unos indecisos. Somos bisexuales, y punto.

sábado, 1 de octubre de 2011

To add or to follow?*

Descubrí que en los últimos meses he estado bastante activa en distintas redes sociales con distintos conceptos y distintos formatos. Algo del tiempo pasado en estos sitios fue desperdiciado, como es normal (como cuando abrimos la puerta de la heladera, sabiendo que no hay nada para comer en ella), pero gran parte también fue tiempo ganado, pues encontré a gente que comparte mis intereses, con la cual se puede conversar sobre diversos temas de manera amena y de la cual se aprende mucho.

Y claro, no voy a mermar mi «vida real» y aumentar mi «vida virtual» a cambio de nada. Por lo menos, tenían que surgir algunas reflexiones al respecto. De eso quiero ocuparme ahora: las cuitas y risas de lo que pude notar en mi comparación de las maneras que ofrecen las redes sociales de ponerse en contacto con la gente. Hay muchas formas de llamarlas, pero yo las agruparé en dos grandes variantes: seguir y agregar.

La primera opción, mi preferida entre las dos, es seguir. Consiste en elegir ver las publicaciones de los perfiles que considero interesantes. Personalmente, le encuentro muchas ventajas: no es necesaria la reciprocidad (es decir, si me siguen, no necesito seguir en retribución si no quiero), solamente sigo a personas que me interesan, la aparición de publicaciones que yo considero pérdidas de tiempo son muy inusuales, entre otras. Como he publicado una vez en una red social de este tipo: aquí no conozco a casi nadie, pero confío en casi todos. Pues en otra red social en donde la mayoría de mis contactos son conocidos de la «vida real», y sin embargo soy más cautelosa allí con lo que publico o comento, y eso a pesar de los filtros que la red ofrece.

Y aquí está la razón principal por la cual no soy muy amiga de las redes en las cuales hay que «agregar como amigo» a alguien (se darán cuenta de que, en primer lugar, les di un mal uso, pero que aun así hay cosas que no me terminan de convencer): está mi tía, está mi abuela muerta, está mi vecino, está mi jefe, está mi profesor del primer grado... y todos ellos quieren ser mis amigos. En algunos casos, es posible simplemente rechazar la oferta, pero como el país es chiquito (en población, que no en territorio), tuve casos en los que me he visto forzada a aceptar, con la condición de que no le mostraría ciertas publicaciones a la persona, para evitar las represalias en persona (sí, aquí es muy fácil encontrarse con alguien en persona, aunque una no quiera). Total, a veces estar en contacto por estos medios nos hace distanciarnos más, en realidad.

Por supuesto que también hay gente muy interesante en estas redes en que se añade, y el problema es ese, que «también» la hay. Por lo general, tengo que soportar varias publicaciones que no me interesan en lo absoluto para ver lo que pasa con la gente que sí me interesa. ¿Y tu red social no tiene la opción «ocultar» o algo similar?, me preguntarán. Pues sí, la tiene. No obstante, es tedioso tener que seleccionar aquella gente cuyas publicaciones no te interesan. Además, si tengo a determinada persona entre mis contactos, pero no quiero ver lo que publica, ¿entonces para qué rayos la tengo? Tal vez por eso me inclino más a seguir y que me sigan, sin estar obligada a la reciprocidad.

Aunque esto de seguir y que me sigan también tiene desventajas... sobre todo que me sigan. Y esta es la mayor desventaja: ¡que te sigue cualquiera! Claramente: CUAL - QUIE - RA. Bueno, ¿qué es «cualquiera»? Y... desde hombres que añaden chicas para decir que tienen contacto con muchas mujeres hasta perfiles falsos de India o Turquía con fotos de celebridades sin publicaciones que una no tiene idea de cuál es su propósito en este mundo. Y este motivo es el que hace que mucha otra gente prefiera la reprocidad. Pero se soluciona con la opción de bloquear al usuario. Y es solo una desventaja con respecto a las muchas que le encontré al otro método.

De todos modos, esta es solo mi opinión, no una ley universal. Las opciones siguen ahí para todos, para que cada uno escoja aquella que mejor le parezca, o tal vez ambas, o tal vez ninguna, por los motivos que se le ocurran. Yo ya elegí.

*¿Agregar o seguir?

sábado, 30 de julio de 2011

¡Que los jóvenes se besuqueen en lugares públicos!

Así es. Quiero ver púberes y adolescentes en las plazas, en las esquinas, en las paradas de bus, en todas partes, que se besen hasta con los uniformes de sus colegios. No importa que todos sepamos quiénes son y cómo se besan. No importa que «manchen» el «buen nombre» de sus colegios y de sus familias. ¡Que se besen y se abracen! ¡Que se acaricien, que se quieran, y que lo hagan en espacios abiertos!


Expreso este deseo no porque realmente quiera verlos, sino porque me indigna profundamente toda esa gente que no los quiere ver: adultos conservadores que afirman que una pareja joven que se come a besos en el banquito de una plaza «atenta contra las buenas costumbres».


Como si esos adultos, durante la explosión hormonal de la pubertad nunca hubiesen tenido ganas de tomar a la persona que les gustaba y llenarla de besos. Como si nunca hubiesen sentido deseo en sus vidas. Me parece que olvidan esa etapa, ese estado al que aquí en Paraguay conocemos como calentura, palabra que ellos usan de modo despectivo para referirse a aquellos jovencitos que supuestamente «no fueron bien educados por sus familias».

Los que no están siendo educados -y omito la palabra bien-, porque no están siendo educados en lo absoluto por sus familias, son los hijos de estos conservadores. Estos chicos jamás en sus vidas escucharon en sus hogares que alguien explicara lo que es la sexualidad. Esos padres dejan la educación sexual en manos del colegio... aunque a veces el colegio es más conservador que los mismos padres, y entonces los jóvenes o se enteran de las cosas a medias, o no se enteran de nada. Algunos padres van inclusive más lejos y exigen a los colegios que no enseñen a sus hijos sobre esos temas.


Estos padres que ocultan información a sus hijos son los que desprecian el ver adolescentes besuqueándose en la vía pública, porque les aterra que sus hijos los vean. No tanto por miedo a que hagan lo mismo, sino porque, sobre todo, les aterra el verse alguna vez forzados a explicarles a sus niños lo que están viendo. Imagino que esta manera de reaccionar ante la pubertad, de aprisionarla, es fruto de que ellos en su momento también fueron reprimidos y no pueden lidiar con la libertad ajena.


En consecuencia, en esta cobarde actitud parental crecen las pobres criaturas, que al llegar a la pubertad se mueren de miedo al ver su primera menstruación, al ver su primera eyaculación, o al notar cualquier cambio repentino en sus cuerpos. Sí, se mueren de miedo de acercarse a sus padres y preguntarles qué diablos está sucediendo. De igual manera, tiemblan aterrados cuando deben enfrentar a sus familias con la noticia de un embarazo no deseado, porque saben que nadie en casa estará contento de enterarse.


Digo yo, ¿qué clase de familia niega el apoyo a los más inexpertos de sus miembros en una situación que no saben cómo manejar? ¡Pues esas familias hipócritas, que evitan de todas las formas posibles que sus hijos conozcan algo y que más tarde los condenan por sufrir una consecuencia de hacer eso que no conocían! Sepan, adultos conservadores, que educar a los niños en el miedo y evitar que se informen es algo que repudio completamente. Sepan también que si sus hijos adolescentes no se están besuqueando en espacios abiertos, están haciendo muchas más cosas en algún espacio cerrado, y no estarán vistiendo sus uniformes del colegio.

domingo, 17 de julio de 2011

Del fútbol y las bajas prácticas que el mismo, sin fundamento y cobardemente, justifica y protege

Aunque me importe un carajo el fútbol, no puedo evitar notar los comentarios discriminatorios que el fútbol provoca. Y me importa un carajo lo que van a comentar los fanáticos del fútbol sobre esto, pero concluyo que el fanatismo futbolístico sirve de escudo para hacer pasar por legítima la siempre infundada discriminación.

Por lo menos en mi entorno, constato que el fanatismo, el enceguecedor fanatismo, cuando gira en torno al fútbol, no genera jamás una actitud de superación personal ni de alegría por los triunfos propios, sino una actitud de encontrar placer en el fracaso de otros y de sacar a flote lo más inescrupuloso de uno mismo... aunque eso es, quizá, característica inherente a cualquier tipo de fanatismo.

Veamos:

xenofobia, presente. Aquí existe un particular e irracional odio dentro del promedio de la población, en especial la población futbolera, hacia la persona de otro país. Claro ejemplo es el estúpido odio hacia los argentinos, odio ridículo que es fruto de una convergencia de diversos motivos, ninguno lo suficientemente potente, pero todos útiles a la hora de escudarse tras el fanatismo, como un falso pero exaltado nacionalismo que a su vez proviene del desconocimiento de la historia de nuestro país y del desconocimiento de la situación actual y que no es más que una carencia de, por así llamarle, una falta de «autoestima nacional». Es un resentimiento por algo de lo que no tenemos la culpa las generaciones de hoy, pero de lo cual podemos hacernos cargo mediante la eliminación de prejuicios y la construcción de una verdadera apreciación de quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser, sin compararnos con los demás, sin menoscabarlos y sin menoscabarnos.

Homofobia, tal vez debe ser la primera de la lista. En un ambiente futbolero promedio, es bien visto y se considera necesario el emitir ofensas hacia el adversario que impliquen un desprecio por su homosexualidad, como si el adversario fuese homosexual, como si la homosexualidad fuese algo malo. Porque el «herir» la heterosexualidad ajena ensalza la heterosexualidad propia. Porque el fútbol no se trata de dos equipos jugando a quién mete más veces el balón en un arco, sino de quién rebaja más, como le sea posible, al otro.

¿Machismo? ¡Pero claro que sí! Es de común creencia que el cerebro femenino no puede comprender el fútbol. Incluso al haber mujeres que demuestren entenderlo, normalmente se duda de la cultura futbolística de dichas mujeres. Es más, algunas atrevidas hasta pretenden jugarlo, pero eso sí, en torneos separados, porque queda claro que el fútbol de mujeres no es fútbol. Nadie se acuerda ni presta atención en nuestro entorno a los torneos femeninos, y las futbolistas de aquí no ganan ni en sus más dulces sueños lo que ganan los varones. Recuerdo el caso de la mexicana Maribel Domínguez, alias Marigol, quien solicitó participar en un equipo masculino, y a quien la FIFA le había cerrado las puertas, le negó la oportunidad. ¿Miedo a que ella se pudiese desempeñar de igual a igual con los hombres y probara que los prejuicios machistas del fútbol eran absurdos? Algo me huele a que sí.

Racismo, sin duda alguna. Por una cuestión de poseer ciertos rasgos físicos que denoten nuestra raza, nuestro origen, que delaten que somos diferentes, podemos ser víctimas de ofensas en el ambiente del fútbol. Como si los rasgos físicos fueran prueba alguna de la superioridad de una persona sobre otra, cosa que no existe. Pero el fanatismo, siempre controlando los actos de todos, usa la raza como un motivo más para discriminar en vano a otra persona.

Discriminación por edad, por religión, por lo que quieras. Hay para todos. Hay suficiente. Hay de sobra. Los tipos de discriminación que cité son solo algunos, los que con más frecuencia he notado, y sus ejemplos son solo una pequeña muestra de las numerosas maneras que tiene la gente de discriminar.

El tan exitoso fútbol administra su negocio muy bien internamente: funciona, es grande, gusta a millones de personas en el mundo entero. Pero de las actitudes negativas que genera en la sociedad, me pregunto, ¿se hará cargo alguna vez?

jueves, 23 de junio de 2011

¿Seré? Y si soy, ¿qué seré?

Los dos motivos por los cuales decidí volcarme a la carrera de Letras están, nuevamente, convergiendo. El primero de ellos era mi afición por la literatura y el deseo de realizar un estudio más razonado de ella. El segundo, mi gusto por la lingüística. De nuevo, surge la duda: ¿a qué me dedicaré? Si bien ambas cosas me apasionan y para ambas tengo cierto "talento," temo que al querer abarcar demasiado, termine apretando poco.

Un problema es el ambiente en mi actual lugar de residencia para ambos campos: si me vuelvo crítica o investigadora literaria, inclusive escritora, las oportunidades de conseguir un trabajo que me dé de comer en la rama de la literatura son prácticamente inexistentes. En la lingüística, si bien las oportunidades de iniciar investigación en la disciplina son amplias (cortesía del país bilingüe), el apoyo que necesita un incipiente investigador sería muy, pero muy difícil de conseguir.

Hablando de la carrera, abro un paréntesis para mencionar que entre los estudiantes se puede ver muy bien quiénes son las personas que la siguen porque creen que es un curso de gramática y quieren dedicarse a la docencia. Lo lamentable es que el plan curricular está diseñado para dar a entender que la gramática (estudio de un idioma en particular) es la espina dorsal de estos estudios, y no la lingüística (estudio de las lenguas en general)... mucho menos se toma en cuenta que el núcleo de la carrera es, en realidad, la literatura.

Lo lamentable es que el plan curricular haya sido quizá elaborado por gente capaz, pero definitivamente pulido y aprobado por gente influenciada por un ambiente de docencia de colegio y que se enfoque a crear principalmente, pues, docentes de colegio.

No hacen falta más profesores, ya tenemos muchos. Lo que hace falta es formar mejor a los que ya tenemos. No es justo forzar a los estudiantes con talento, ganas y potencial para otras ramas a frustrarse eternamente como profesores de Lengua Española en un colegio. No es justo oprimir la apertura de nuevos campos de estudio y de creación artística. No es justo intentar educar poniendo a los estudiantes en moldes para que salgan todos iguales. No es justo ocultar las demás opciones.

La enseñanza debería abarcar el universo del saber y ofrecer la mayor cantidad posible de elecciones para que la persona, ya con los conocimientos adquiridos, tenga la potestad de decidir qué hacer con ellos.

Volviendo al tema inicial, si algo sé, es que no me dedicaré a la gramática española (al menos no por gusto). Si hay algo que sé aun con más certeza, es que no me dedicaré a la docencia (al menos no por gusto).

Veremos dónde iré a parar: ¿escritora, crítica literaria, investigadora literaria, lingüista? Lo averiguaré con el tiempo... supongo.